Carlos Murillo/
Analista
Hace unos meses, el doctor Jesús Antonio Camarillo escribió un interesante artículo de opinión sobre la lucha libre; la reflexión gira en torno a dos temas que son caras de una misma moneda, por un lado expuso “la sistemática expectativa del comportamiento” y, por otro lado, la cuestión de la identidad incógnita que se esconde detrás de las máscaras.
En pocas palabras, lo que dice el doctor Camarillo en el primer punto es que, en las rutinas de lucha libre -sin importar el bando en el que estén los gladiadores-, siempre se espera una respuesta de la contraparte, por ejemplo, cuando algún luchador se lanza desde la tercera cuerda, quien está abajo debe esperarlo para atraparlo en el aire y así completar la plancha.
Casi siempre es así, a no ser que algo extraordinario suceda. Como en aquel legendario duelo de máscaras entre Rocky Star y Cinta de Oro, en el que los atletas dieron un gran espectáculo y el combate concluyó con una mala jugada; Rocky Star se lanzó de la tercera cuerda del cuadrilátero y falló al lanzarse, lo que ocasionó que entregara la tapa, ya que no pudo subir al ring en los 20 segundos reglamentarios y perdió por descalificación. En este caso, decir que “falló” es un eufemismo; en realidad lo que ocurrió es que se rompió la “sistemática expectativa del comportamiento”. Por cierto, hasta hace poco dejé de odiar a Cinta de Oro por haberse quitado aquel día, afortunadamente fue antes de su partida, así que quedamos en paz.
En el segundo tema, el doctor Camarillo hace una reflexión sobre el ritual de las máscaras en los luchadores mexicanos que, según explica, es la parte medular de la liturgia, al grado de que muchos gladiadores fueron enterrados con sus máscaras.
Según el historiador José Mario Sánchez Soledad, los antecedentes de la lucha libre en Juárez comienzan a principios del siglo XX. Los primeros luchadores eran norteamericanos y algunos eran inmigrantes europeos que tenían una técnica grecorromana, pero la mayoría eran empíricos, así que combatían sin reglas, por eso se llama lucha estilo libre o también conocida como “catch as catch can” (agárralo como puedas). Inclusive, dice Sánchez Soledad, que aquí en Juárez se combinaban corridas de toros con lucha libre, siendo la lucha el espectáculo más importante.
Por aquella época, un luchador decidió ponerse una máscara, se rumoraba que era un empresario millonario que quería mantener su identidad secreta, de ahí el origen de las máscaras que después se convertirían en toda una religión.
Además de lo que apunta el doctor Camarillo, encuentro otras similitudes de la lucha libre con el derecho, para comenzar ambos representan rasgos de nuestra cultura. En ese sentido, para los extranjeros, la lucha libre es un enigma, porque el folklore de las arenas es una inmersión al realismo mágico. En mi caso, cada vez que voy a una función imagino que traspaso la cuarta pared de una película de El Santo o que estoy en la novela “El gallo de oro” de Juan Rulfo.
En el mismo orden de ideas, la lucha libre y el derecho comparten varios elementos. En ambas, los discursos que están en juego se cruzan, sobre todos los relativos a la justicia, la dicotomía del bien y el mal, la representación simbólica de la realidad social, así como al proceso de legitimación ante el público. Esa es la lectura que deseo aportar en esta entrega.
Comenzaré con los elementos que encuentro parecidos. Para los fanáticos de la lucha libre, en la arena se presenta un ritual entre el bien y el mal que es, por tanto, el espejo de la realidad. Todos los días, el hombre llega a una encrucijada donde debe elegir si obra con bondad o se deja llevar por sus impulsos para hacer algo reprochable. Cumplir o no con la ley, ese es el dilema.
En la lucha hay cuatro actores, el primero es el luchador técnico, que es el bueno, el que cumple las reglas y aplica la ciencia a la lucha libre. Sus virtudes son los valores más altos del ser humano, es un deportista que obra de buena fe, acude al cuadrilátero a demostrar lo que sabe y lo que puede hacer con disciplina y un estricto plan de acondicionamiento físico en el gimnasio. La vieja escuela del pancracio.
En el otro bando están los malos, los rudos que representan todas las miserias humanas. Ellos no cumplen las reglas, de hecho imponen sus propias reglas. No aceptan a ninguna autoridad, a menos de que les favorezca; se dedican a engañar y traicionar.
El tercero en discordia es el réferi, la autoridad máxima dentro del ring. El de rayas blancas y negras debe ser imparcial, pero pocas veces lo es. El réferi es un personaje protagónico en la lucha libre, porque participa en favor o en contra de algún bando, dependiendo del momento. A veces es descaradamente parcial y otras veces cumple con la regla, pero lo hace a medias, por ejemplo, en la cuenta de tres con las espaldas planas, a un bando le cuenta más lento que a otro y eso enfurece a los fanáticos del perjudicado.
Y, finalmente, el respetable público que acude a las arenas para divertirse y sacar el estrés de la semana. La gente se posiciona en alguno de los bandos y comienza a participar lanzando porras a sus favoritos. Muchas de las veces prefieren a los técnicos porque son los héroes que defienden lo justo, al contrario de los rudos que son los villanos. El público legitima a los luchadores y también influye en el resultado, como en el derecho.
Los rudos representan al gobierno injusto, al patrón abusón, al empresario avaro, a todo aquel que use su poder para obtener algo de forma ilegítima. La gente encuentra esa similitud de la lucha libre con la realidad y aprovecha el momento para desquitarse. Le grita todo tipo de groserías al rudo y defiende al técnico. En otra lectura, el villano también es un antihéroe que se rebela frente a la autoridad, por lo que también tiene sus seguidores, todos aquellos que, por otros motivos, consideran que las leyes son injustas y por lo tanto hay que romperlas, en esa forma de pensar, es preferible aceptar la realidad como es, sin desear cambiarla por cuestiones morales.
Aquí tenemos mucha tela de dónde cortar, esto es apenas un apretado resumen. Entonces, vemos que algo aparentemente ajeno y distante, como la lucha libre y el derecho, resulta que tiene más conexiones de las que imaginamos. Vale la pena comenzar a reflexionar en esto para intentar comprender la realidad.
El lunes seguiremos dialogando sobre esos temas en un Conversatorio organizado en el marco de la Semana del ICSA, de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, estarán como invitados Manuel Ramírez Castorena, polémico réferi conocido como Kastrozo y el Profesor Rabia, Martin Mariano Rodríguez Cordero, además del doctor Jesús Camarillo y un servidor, la cita es en el Aula Eduardo García Máynez a las 11:00 am, será algo diferente y estará abierto al público.