Carlos Angulo Parra/
Analista
Estamos viviendo en México momentos de grandes cambios, vamos en pocos meses a experimentar en definitiva un cambio de régimen, aún no sabemos hacia dónde, pero a mi me queda claro que en el cambio que tendremos en fechas próximas presenciaremos el fin del llamado PRI-Gobierno.
Después de las elecciones del 1 de julio, o nos encauzaremos a consolidar nuestra democracia con instituciones fuertes que evitarán y combatirán la corrupción, con un gobierno con rendición de cuentas vigilado constantemente por un Legislativo que realice una constante revisión del poder, balanceando los excesos, moviéndose hacia un sistema parlamentario y de gobierno abierto con gran participación ciudadana, o nos moveremos hacia un gobierno presidencialista con una visión caudillista que todo lo puede y que no respeta instituciones, más las que hacen su voluntad y siguen su visión, con un Poder Legislativo disminuido, sujeto a constantes conflictos con el Poder Ejecutivo, que se maneja con opacidad y sin rendición de cuentas.
Pero eso sí, en ambas opciones del gobierno que se avecina, ya no tendremos al PRI-Gobierno. ¿Cómo defino a este último régimen que desaparecerá pronto? Lo identifico con la última opción a la que podemos llegar descrita en el párrafo precedente, pero con la gran diferencia de que el PRI-Gobierno se hizo para repartir poder entre muchos para enriquecerse, al mando de un jefe máximo, que mantiene vivo a un pueblo siempre pobre y con el ansia y esperanza de que le “dé algo gratis el gobierno”.
Mientras la opción autoritaria a la que podemos llegar, sería mesiánica, en donde no se reparte el poder, más que lo que el ‘Gran Jefe’ considere en su círculo más íntimo, manejando grandes “cambios de fondo”, para crear una especie de Estado benefactor, que concede beneficios que se podrán obtener al corto plazo, pero que en poco tiempo causarán una debacle económica al país, en donde se pierdan la libertades para controlar el enojo popular.
En efecto, estamos a un paso de escoger alguna de esas opciones, pero antes de que desaparezca el PRI-Gobierno, vamos a evidenciar grandes turbulencias que vendrán de las instituciones del Estado Mexicano que están cada vez más siendo utilizadas como barreras de contención a esta caída de régimen. Lo estamos viendo claramente en los ataques hacia Ricardo Anaya, quien representa la primera opción del avance democrático en el país.
Sí, hay y continuará habiendo muchas críticas hacia Anaya respecto de la forma en que se hizo de su candidatura, habrá muchas críticas al Partido Acción Nacional que lo postula, por la gran pérdida de democracia interna que ha tenido. Pero a mí me queda muy claro, que para que Ricardo Anaya pueda mantener un gobierno fuerte, ordenado y que mueva al país hacia el siglo XXI, y sus profundos cambios que sufrirá con el advenimiento de los avances tecnológicos, tendrá que ampliar su oferta democrática, fortaleciendo a las instituciones, previniendo y combatiendo la corrupción pasada y futura, con grandes componentes de rendición de cuentas y participación ciudadana. Deberá Anaya fortalecer el sistema de partidos dándole fuerza en ellos a los ciudadanos y separarlos de los grupos de poder que los han venido dominando.
Pero el PRI-Gobierno no se irá sencillamente, hará lo posible por atacar a sus enemigos fincándoles sospechas o cargos maquinados. Hará lo posible por inducir y tratar de corromper a las autoridades electorales del país a que realicen actos que le favorezcan, utilizará sus vastos recursos para manipular a los medios y para comprar a los votantes el día de la elección.
Debemos de esperar del PRI-Gobierno cosas nunca antes vistas, porque en su desesperación por evitar su fin, realizarán cosas que no se habían atrevido a realizar.
Es por esto que los mexicanos debemos estar atentos y vigilantes de lo que venga para no caer en el engaño, en las provocaciones ni en situaciones cortoplacistas.
Hemos visto cómo se ha volcado la fuerza del sistema en contra de Ricardo Anaya, por el hecho de que se está haciendo hasta lo imposible por excluirlo de la contienda. Sí, es cierto, ese pecado también lo cometió Vicente Fox con el intento de desafuero de López Obrador, pero los hechos y circunstancias son diametralmente diferentes. En el caso actual de Anaya, ni siquiera se le está imputando a él; se trata de imputar a un amigo con el que hizo negocios, y de un supuesto lavado de dinero realizado por su amigo, no por Anaya. Mientras en el caso del desafuero de AMLO, se le pretendía imputar un claro desacato de una sentencia de amparo, realizado como jefe de Gobierno del Distrito Federal.
Esto apenas empieza, cuando se vengan las campañas auguro grandes turbulencias provenientes de los estertores de muerte del PRI-Gobierno.