Opinion

Vivir con el elefante

Pascal Beltrán del Río/
Analista

2018-03-08

Ciudad de México.- En esta temporada electoral hay un elefante en el cuarto y nadie lo ve u osa mencionarlo.
Se llama presidencialismo.
Es obvio que este sistema de gobierno ha probado su poca eficacia para resolver los problemas más apremiantes del país.
Yo ni siquiera diría que está agotado, sino que fue concebido para otros tiempos y otras formas de gobernar. En un mundo que cambia aceleradamente, nos aferramos a un sistema disfuncional que no es sino un vestigio de un México que ya no existe.
La razón por la que se pelea la Presidencia es porque el resultado de la elección es un todo para el ganador y nada para los perdedores.
Se dice, con romanticismo, que el 1 de julio, al estar en juego un número récord de cargos de elección, “nadie ganará todo y nadie perderá todo”.
Es una forma de ver las cosas, pero que pasa por alto el enorme poder que sigue teniendo el Ejecutivo federal. No para servir a la ciudadanía ni resolver sus problemas, sino para repartir canonjías entre los leales y comprar con sobornos a los rejegos.
El resto de las posiciones son migajas: gubernaturas, senadurías, diputaciones, alcaldías, regidurías… No digo que sean despreciables como fuente de ingreso, pero no dejan de ser puestos de consolación para los partidos que pierden la Presidencia.
Después del 30 de noviembre, unos serán gobierno y otros serán oposición. Y como el resto de las posiciones se repartirán entre muchos, el poder de quien tenga la Presidencia será mayor.
Es verdad que llegue quien llegue a la Presidencia no tendrá mayoría en el Congreso de la Unión. Por eso, probablemente no podrá aprobar algunas leyes a su gusto, pero me extrañaría mucho que no le otorguen casi todo lo que pida en materia presupuestal. Hasta ahora, la atomización en la Cámara de Diputados no lo ha impedido.
Por eso, los intereses que están en juego son muy grandes. Los candidatos podrán decirle a usted que están pensando en su bienestar, pero ni con la mejor voluntad podrá resolver el ganador los asuntos que agobian a la mayoría de los mexicanos.
Ese todo o nada es pernicioso. Más aún con los conflictos que vivimos. El primer día del nuevo gobierno, éste estará en minoría. La oposición tendrá todos los incentivos para no dejar gobernar a quien haya ganado la elección. Si ganó con un tercio, el presidente tendrá dos tercios en contra.
Usted quizá esté pensando que es justo lo que tenemos ahora. Le doy la razón. Pero ¿queremos más de lo mismo? ¿Queremos otra Presidencia que no resuelva los problemas de fondo?
Dudo mucho que sea un asunto de personas. Quizá en otro tiempo la llegada de un nuevo presidente podía ser recibida con esperanza porque tenía el poder de hacer tanto el bien como el mal. Hoy, me temo que solo es lo segundo.
O si usted prefiere, sustituya “el mal” por “la obtención de ventajas para los suyos”. Para eso, la institución de la Presidencia sigue teniendo un enorme poder, indudablemente.
Se ha puesto mucha fe en que el próximo mandatario acabe con la corrupción. Tal vez pueda meter en cintura a sus colaboradores más cercanos -incluso eso lo dudo-, pero ¿y la falta de respeto a las leyes que viene de abajo, que está insertada en la cultura? ¿Un cambio de presidente evitará que un grupo de ciudadanos, niños incluidos, saquee un camión de refrescos como pasó el otro día?
¿Qué hacemos entonces? Preguntará usted. La única solución de raíz sería la adopción de reformas al sistema de gobierno, mientras más profundas mejor. Si quiere saber si las creo posibles en el corto plazo, la respuesta es no. Pero no veo otro camino.
Albergar esperanzas en que nuestros grandes males comenzarán a desaparecer mágicamente después del 1 de diciembre es un error. Es más fácil que un nuevo grupo gobernante, con las mismas prácticas, surja a la sombra del nuevo Ejecutivo. Pensar de otro modo solo llevará a la frustración.
El único modo de que eso no ocurra es una presión ciudadana, organizada y sistemática, que dé lugar a una alineación de incentivos a favor de los intereses de los gobernados.
Los mexicanos necesitan trabajos bien remunerados, no dádivas en la forma de programas sociales. Esas fuentes de empleo se logran, como lo han hecho muchos países, mediante un sistema meritocrático que privilegie la educación, la innovación, la competencia y el Estado de derecho.
Sólo cuando una persona tiene el control total de su destino es realmente libre. Esperar que la libertad y el desarrollo vengan en la forma de un nuevo presidente -que ocupa una oficina que fue hecha para el control paternalista- es aceptar convivir con el elefante en el cuarto.

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