Opinion

Cuna de lobos

Jesús Antonio Camarillo/
Académico

2018-03-02

No deja de ser curioso que dos de las figuras más emblemáticas de la televisión mexicana se hayan ido juntas. María Rubio, la mujer que convirtió el parche en el ojo en símbolo de la maldad doméstica, falleció horas después que Rogelio Guerra, el galán de la telenovela mexicana que tantos frutos rindió a dos generaciones de los Azcárraga.
En la segunda parte de los 70, era difícil encontrar, por las noches, aparato televisor que no estuviera sintonizando ese torrente de lágrimas llamado “Los Ricos También Lloran”, donde Guerra era el actor principal. Los niños juarenses de aquel entonces nos teníamos que chupar el sonsonete y los gemiditos que Verónica Castro emitía invariablemente al articular cada palabra. Grandes tiempos para Televisa y para el régimen de esos años. La televisora era un “soldado del partido” que todavía se llevaba todo el pastel en el reparto del botín político. Esa expresión de “soldado del partido” fue acuñada por el poderoso Emilio “El Tigre” Azcárraga Milmo para evidenciar la conexión necesaria de lo que en términos reales se podría traducir como la fusión entre televisora y gobierno.
“Los Ricos También Lloran” evoca los tiempos en que la relativa estabilidad del país parecía anticipar etapas de mayor bonanza. El poder adquisitivo era, increíblemente, casi decoroso, y muchos de los profesores de las primarias públicas de Ciudad Juárez, solían traer su “vochito” del año, que estacionaban gustosamente, antes de entrar a las aulas. Casi nadie imaginaba la debacle que  vendría tres años después del inicio de la pegajosa telenovela. En efecto, nos percatamos que no solamente los ricos son susceptibles al llanto, sino también los presidentes. La imagen de José López Portillo llorando ante su pueblo al afirmar, aproximándose, pero nunca igualando, el matiz de Verónica Castro, que defendería el peso como un perro.
Lo que viene después es la continuación de un drama que parece no tener final. Con Miguel de la Madrid irrumpió un sonsonete más cursi que todos los diálogos puestos en la boca de la Vero, se trataba de la “Renovación Moral”. Al concluir el sexenio de De la Madrid, empieza una nueva trama, que a falta de mejor denominación, llamaré “Cuna de lobos”. Hoy que la maestra de las villanas, María Rubio, falleció, la novela que la llevó a la cumbre de su carrera, irrumpe como el mejor título para designar a un complejo grupo de personajes que han llevado al país por la senda de la pobreza, la desigualdad y la corrupción.
Se trata de lobos con piel de oveja, más perversos que Catalina Creel, pues la villana solía mostrar todas sus cartas al público, no así a sus coprotagonistas; pero el espectador sabía de lo que era capaz la señora Creel, y en ocasiones, hasta podía anticiparlo; en cambio, la “Cuna de lobos real”, esa que tiene sujeto al país del pescuezo desde hace muchos años, suele ser muy hábil para el camuflaje, y se nutre, desgraciadamente, de la desinformación y en casos extremos de la ignorancia de la gente.
Otro punto de la distancia con el símil, es que la cuna de Catalina Creel fue poco prolífica y prácticamente desaparece con ella. La “Cuna de lobos real”, por el contrario, parece estar en todas partes, tener mil cabezas, suele poner a sus criaturas en ciertas partes y aúlla en otras, para despistar a sus depredadores.
Queda la impresión de que para acabar con ella tendríamos que, como en la secuela de una saga con capítulos temporalmente traslapados, llegar hasta sus orígenes y encontrar la espada mágica que con su sola punta, la haga desintegrarse, corriendo el riesgo de que, al despertar, la cuna permanezca intacta y, el parche, previamente antropomorfizado, siga riéndose de nosotros.

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