Opinion

¿Dónde están las voces por la infancia?

Lourdes Almada Mireles/
Analista

2018-03-01

Lucy Sosa, destacada periodista de este medio, publicó en su muro de Facebook un comentario que ha dado vueltas entre mi cabeza y mi corazón desde hace varios días: “Dónde están las voces que se alzaban a favor de los derechos de la infancia. James, los niños víctimas de asaltantes este domingo, los menores detenidos hoy y parece que a nadie le indigna”.
James es un niño de 7 años que desapareció el 21 de enero en el fraccionamiento Riberas del Bravo y fue encontrado un mes después, muerto y con señas de haber sido golpeado. También esta semana fueron publicados dos hechos en los que niños pequeños fueron víctimas de actos violentos. Uno, de 7 años, fue tomado como rehén por dos sujetos que llevaron a cabo un asalto a mano armada en la colonia Fray García de San Francisco. Un día antes, una niña de 4 años fue sustraída de sus padres por sujetos que pretendían robarles la camioneta en que circulaban.
Por otra parte, dos adolescentes, uno de 12 y otro de 14 fueron retirados de la vía pública por elementos de la Policía Municipal al estar repartiendo volantes promocionales de algún negocio en un crucero de la ciudad. El menor de ellos fue detenido. El argumento de los agentes fue que estaban en situación de riesgo. Según la nota periodística, su madre acudió a por él 24 horas después y declaró que su hijo “desertó de la escuela y acostumbra venir sin permiso a Juárez para pedir dinero”.
Sobre la publicación de Lucy hubo comentarios diversos, unos plantearon su crítica hacia quienes ahora tienen un puesto de gobierno y declaran tratar de incidir desde adentro, otros respondieron desde la acción que cotidianamente realizan para demandar presupuestos y políticas a favor de la infancia. Lo cierto es que una sensación de vacío inmenso se apoderó de mí. ¿Qué ciudad somos? ¿Qué realidades hemos construido que nuestros niños y adolescentes son cotidianamente víctimas de todas las violencias posibles?
En una nota publicada antier, Sandra Rodríguez documenta “el entorno que acechó a James”, un fraccionamiento en el que una de cada tres casas se encuentra abandonada, sin alumbrado público, con campos de cultivo entreverados entre las manzanas de viviendas y con un canal de aguas negras que atraviesa la vida de quienes habitan la zona. Textos como este se agradecen profundamente porque hacen visibles las causas estructurales del riesgo permanente en que viven las y los más pequeños y evitan la criminalización de las familias como responsables únicas de la tragedia cotidiana que vive nuestra infancia. Ojalá logremos tomar conciencia de todas las formas como nuestro contexto acecha a nuestras niñas y niños, a nuestros adolescentes y jóvenes.
Muchas preguntas me asaltan y para mayor desolación, no encuentro respuestas. ¿Qué pasa que guardamos silencio? ¿Qué pasa que dejamos pasar tanta atrocidad? ¿Será, como dice Leobardo Alvarado, que actuamos desde una convicción implícita de que hay niños que no son nuestros? ¿Será que no hemos asumido que los niños son de todos y que tenemos la responsabilidad de ofrecerles un lugar digno dónde vivir y crecer? ¿Será que tanto dolor y tanta muerte nos roban la esperanza y silencian nuestra voz? ¿Será que tanta indolencia termina por convencernos de que no hay alternativa y nada va a cambiar?
La realidad lastima, la falta de respuestas lacera. ¿Dónde están nuestras voces? ¿Dónde está nuestra indignación ante esta sociedad que tolera y reproduce la violencia hacia las y los más pequeños? ¿Dónde están las autoridades preocupadas y ocupadas por construir mejores condiciones de vida, por garantizar derechos, por generar ambientes seguros para el desarrollo?
Sé que no hay respuestas fáciles. Pero también sé que no podemos y no debemos guardar silencio. Como hemos afirmado en repetidas ocasiones, una sociedad que no cuida a sus niños y jóvenes se condena al fracaso. La violencia hacia los más pequeños es la destrucción de lo más sagrado que tenemos.
Si realmente queremos una sociedad distinta, nos hemos tardado demasiado en cambiar el rumbo. Es urgente actuar para garantizar a la niñez de nuestra ciudad un desarrollo pleno, en ambientes seguros y felices. Ello pasa inevitablemente por la generación de políticas y la asignación de presupuestos públicos y requiere la participación de todos. No veo otra opción para salir del cataclismo en que nos encontramos. Parece tan elemental. 

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