Alma A. Rodríguez/
Académica
Darwin, en su teoría de la evolución, plantea que la supervivencia de las especies tiene que ver con una serie de características genéticas que las terminan haciendo más fuertes y por tanto más susceptibles de sobrevivir en comparación con otras más débiles que terminan por extinguirse. Esta idea, extrapolada a situaciones sociales, se ha popularizado y se observa que usualmente quien tiene una posición de ventaja sobre otro no escatima en la utilización de sus medios para solucionar su día a día, aunque eso implique dejar al más débil en una posición aún mayor de vulnerabilidad o desventaja.
Por lo anterior, es que las sociedades siempre han necesitado de normas y leyes, para regular este fenómeno. De hecho, una de las funciones fundamentales del gobierno es asegurar que cada persona, tenga las condiciones y oportunidades necesarias para su pleno desarrollo, de la manera más equitativa posible.
En la movilidad urbana, la ley del más fuerte se aplica muy cotidianamente y lo podemos constatar al ver cómo los automóviles, que en este caso son los más fuertes en el ámbito de la movilidad, no escatiman en utilizar sus ventajas para imponerse en normas de convivencia tan simples como son dar el paso al peatón en los sitios que le corresponde, como son pasos peatonales y todas las esquinas. Usualmente, lo que termina sucediendo, es que el peatón “cede el paso” al automóvil, (porque no le queda de otra si tiene un mínimo aprecio por su vida), y espera a que todos los autos terminen de pasar para continuar su camino.
Estas situaciones parecen tan cotidianas, que incluso son vistas como “normales” pues en la mayoría de las ocasiones ni siquiera llegan a cuestionarse, es decir, son comportamientos normalizados. Con esto, no se pretende satanizar a nadie, pues al hablar de comportamiento normalizado, significa que en ocasiones no hay una conciencia plena del automovilista al momento de no ceder el paso a los peatones con los que se cruza.
Sin embargo, no es una justificación para que siga sucediendo, pues para eso existen instituciones encargadas de regular y de asegurar que todos tengan los mismos derechos dentro de la ciudad, el de la movilidad es uno de ellos. Una de las herramientas que existen, son las licencias de conducir, pues a través de ella, se debería asegurar que quien va a tomar un volante, tenga pleno conocimiento del reglamento de tránsito, y por tanto sepa que ceder el paso al peatón dentro de la ciudad, no es un acto de amabilidad ni de benevolencia, sino una obligación. Y como consecuencia, la autoridad debe sancionar a todos aquellos que incumplan con esa obligación.
En este punto, siempre hay mucho debate, pues no tardan algunos en argumentar en contra, diciendo que el peatón es el primero en atravesarse por todos lados. Vamos por partes, lo que se plantea aquí, es una perspectiva crítica hacia que la ley del más fuerte prevalezca en un entorno donde la competencia es completamente inequitativa, pues un auto a más de 40 km/hora es un arma potencial para acabar con la vida de alguien, y el peatón a 5 km/hora, no lo es. Bajo esta perspectiva, no se pretenden justificar los comportamientos incívicos que algunos peatones llevan a cabo, pero se entiende que la existencia de estos, no son argumento para justificar el incumplimiento de una norma tan básica de convivencia vial. En otro espacio, abordaré el tema específico del peatón y sus comportamientos.
Es importante mencionar otros dos factores que influyen en este tema. En primer lugar, los viajes que se realizan en automóvil en Ciudad Juárez, según datos del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP), son el 50%. Esto significa que el otro 50% de viajes, se realizan en otros modos de transporte como caminando, en bicicleta y en mayor medida en transporte público. Esto nos lleva a entender que la mitad de la población se encuentra en posición de desventaja ante la ley del más fuerte, si consideramos la actual cultura vial.
En segundo lugar, las normas internacionales han implementado lo que se conoce como la pirámide de movilidad, en donde expertos en el tema, han analizado factores como: equidad, vulnerabilidad, sustentabilidad, costos y eficiencia de los distintos modos de transporte en la ciudad, para establecer quién debe tener prioridad, en términos de normativa, e inversión. Los resultados establecen el siguiente orden de mayor a menor prioridad: Peatón (énfasis en niños, personas de la tercera edad y personas con discapacidad), ciclista, transporte público, transportes de carga y por último el automóvil y la moto.
Tenemos un gran pendiente en el tema de la movilidad en la ciudad, principalmente para tres cosas: para atender las necesidades de movilidad de todos, pero en especial de los más vulnerables; para adecuarnos a las alternativas y propuestas que las normas internacionales marcan y que la crisis de sustentabilidad en nuestra ciudad nos exige; y por último, para atender la gran necesidad social de una cultura basada en el civismo, la solidaridad y el respeto.