Opinion

Continúa abandonado en la cara de su país natal

LA COLUMNA
de El Diario

2018-02-24

La muerte de James ha sido la desventurada crónica de una muerte anunciada. Desinterés mayúsculo de las autoridades, mexicanas y norteamericanas, y el abandono de la sociedad.
La tragedia se recrudece por su entorno familiar desintegrado y un síndrome con severas secuelas. Así quedó colocado en una situación de tremenda vulnerabilidad.
James Camacho desapareció el 21 de enero de la casa que habitaba con su padre, bajo el cuidado de su abuela materna en Riberas del Bravo. Llegó procedente de los Estados Unidos. Su madre en situación de indigencia.
Sin más, el menor abrió la puerta y salió a la calle, en una ciudad desconocida; en un entorno social concentrado en su propia sobrevivencia cotidiana, víctima igual de marginación y abandono oficial.
El pequeño de siete años como todos los autistas, no responde a su nombre, evita las relaciones sociales y es obsesivo con los objetos. En esas condiciones deambuló sin que ninguna persona se percatara de él.
De acuerdo con la necropsia, habría muerto a los 20 días de desaparecido. Tendría siete días sin alimento pero esto no lo privó de la vida, fue la hipotermia en un área abierta irónicamente frente a su natal país, los Estados Unidos.
La autoridad implementó búsquedas en su perímetro de desaparición. Durante varios días se sumaron algunos voluntarios, se drenaron incluso cuerpos de agua, pero nada. Hubo carteles y una recompensa de 200 mil pesos. Él estaba ahí, frente a los ojos de todos que no lo vieron. Monumental falla en los protocolos de rastreo.
Evidentemente la búsqueda auspiciada por la autoridad fue insuficiente e ineficiente. Simplemente no lo encontraron.
Hay muchas interrogantes en la investigación que la Fiscalía deberá desentrañar y no dejar en el olvido; una de ellas: ¿cómo es posible que el menor haya sobrevivido durante 20 días en medio de la zona urbana sin ser ubicado?
Hay campañas mediáticas para todo. En esas fechas, el gobernador Javier Corral iba y venía de diversos estados del país por avioneta en la famosa Caravana por la Dignidad.
Fueron dedicados a ello incansables discursos, varios millones de pesos, boletines... James fue dejado de lado con la simple búsqueda encomendada a las áreas operativas sin mayor atención.
Los diputados en el Congreso del Estado, que dedican horas y horas a discutir en sus disputas por el poder y su confort dorado, abordaron el tema después de hallado el cuerpo de James. Inaudito, pidieron ir al fondo en las investigaciones cuando no mostraron el menor gesto de solidaridad para encontrarlo vivo.
Ni una palabra de ningún legislador juarense mientras James estaba desaparecido. Pongámosle nombres a todos ellos: Lilia Merodio, Adriana Terrazas, Víctor Uribe, Gabriel García, Gustavo Alfaro, Laura Marín, Maribel Hernández, Liliana Ibarra, Isela Torres, Rocío Sáenz, Adriana Fuentes, Pedro Torres, Leticia Ortega, Alejandro Gloria...
Esas horas y días eran fundamentales. James soportó veinte días y no pudo más. Los 200 mil pesos de recompensa, una broma fúnebre.
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James caminó en un radio de dos kilómetros desde su domicilio. Seguramente se encontró con decenas de personas. Autista y de visible apariencia extranjera, su color de piel, cabello, sus ojos, nadie se le acercó para preguntarle, protegerlo, dar aviso a la autoridad.
Más aún, el pequeño James perdió su calzado muy cerca de su casa y presumiblemente caminó solo con sus calcetines. ¿No es esa una condición que llame a atender a un pequeño extraviado?
Pues no se hizo. ¿Cuántos James deambulan extraviados y en desamparo ante la indiferencia de la sociedad y del gobierno?
Los carteles y la información fueron insuficientes para que esas personas identificaran a James y lo sacaran del peligro. Pero ¿qué esperar de una alerta Amber que ni la nacionalidad del pequeño definió inicialmente?
Fueron difundidos en radio y televisión pero se perdieron; chocaron en la caja del entretenimiento, la caja de la nada, ante una sociedad que ya no se sorprende, indiferente e insensible.

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La familia de James, desintegrada y separada por cientos de kilómetros, es un tipo de familia normal en nuestros días. Ella y él trabajan en este “concepto” de vida. No atienden a los hijos. Los dejan a merced de un sistema educativo politizado y burocratizado, más preocupado en la diversidad sexual que en el fomento de valores. En el caso de James no tuvo oportunidad de nada. No recibió esa oportunidad de atención especial. Fue conocido 48 horas antes de su infierno.
La madre en Washington, en una situación de extrema pobreza, debió recurrir a la donación en redes sociales para trasladarse a Ciudad Juárez, varios días después de que James desapareció. Casi de inmediato retornó a los Estados Unidos, bajo el argumento de regresar a su hija adolescente. No se supo más de ella. Ante el desenlace de su hijo colecta recursos para trasladar el cuerpo del pequeño y sepultarlo allá.
El padre mexicano y la madrastra abandonaron la casa donde desapareció James. Se dijeron muchas cosas en redes sociales. Que estaban en El Paso, que regresaron. Hubo hostigamiento y mucha presión.
Al final, el entorno familiar complicado pareció abonar a la tragedia del pequeño, tragedia que aún no concluye, porque su frágil cuerpo aún continúa en Fiscalía, en una helada plancha, a la espera de su destino final. James aún deambula desvalido sin que nadie lo proteja.

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Se abre la oportunidad en las indagaciones de contar con video tomado por la autoridad norteamericana que elimine la duda de cómo llegó el niño a un campo algodonero donde todos los días trabajan decenas de personas.
La duda sobre la aparición repentina del cuerpo se recrudeció ante una autoridad que especula con la información. Se filtró el hallazgo del cuerpo, luego se dijo que sí era, pero no oficial. Todo incertidumbre y desorden
Evidentemente hay motivos para pensar que el cuerpo fue sembrado. Los vecinos de James, los trabajadores del campo, los mismos voluntarios, nos dan elementos para creer en esta teoría, que se refuerza cuando no se puede explicar cómo un pequeño de siete años sobrevivió tres semanas antes de morir. El presidente municipal, Armando Cabada, ha compartido su escepticismo sobre las causas oficiales de la muerte. ¿Dónde estuvo James? La pregunta sigue sin respuesta.
La autoridad estatal tiene la obligación de investigar hasta las últimas consecuencias. No es suficiente con abandonar unas cintas amarillas en el surco donde fue encontrado. -Una burla la cadena de custodia de evidencias-.
Pero además otro dato escalofriante. De nacionalidad norteamericana, James también sufrió abandono de las autoridades de su país que pudieron, debieron, estaban obligados a tener una presencia de mayor presión, exigencia y colaboración en la búsqueda. Lo han hecho otras veces. ¿Por qué hoy no?, ¿Por qué no hubo una alerta Amber internacional?
Es más, ante la indigencia de la madre, ¿no hay programas de asistencia social? ¿No había manera de apoyarla económicamente para que permaneciera en territorio nacional? Ahora, en este momento, ¿no hay manera de que el pequeño James ya descanse? Ha sido el silencio la respuesta a todas las preguntas.
En suma, todo esto es lamentable. No hubo articulación social para ejercer presión suficiente ante la escasa y poco efectiva reacción de la autoridad en todos sus niveles.
Era un caso que debió despertar el activismo social extraordinario y nada ocurrió. Insistimos, hay operativos extraordinarios para muchas cosas pero no una para James.
Si el Estado de México tuvo su Paulette, Ciudad Juárez tuvo al menor estadunidense James. Ambos, acurrucaditos, perecieron a la vista de todos, sin que nadie volteara a verlos.
“Desactivado”, es el corolario de la historia funesta sobre la foto y datos de búsqueda Amber en el caso del menor fallecido aquí.

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