Opinion

Corral: la ineficiencia gubernamental

Jaime García Chávez/
Político

2018-02-24

No pocos teóricos de la democracia insisten en un punto: el pueblo jamás gobernará hasta que existan instituciones apropiadas que le den cabida en el gobierno. Es el viejo tema de qué hacer para que los ciudadanos contribuyan y participen en la administración pública. Contra esta aspiración, lejos de ser una realidad en México, se han levantado toda una gama de argumentaciones falaces. Desde la teoría del agitador que alborota pueblos, como si entonara la flauta de Hamelin en calidad de mago, capaz de seducir a los que no padecen ninguna molestia. Tenemos también la llamada teoría de la conspiración: alguien, en una extraña logia, decide propósitos, articula acciones y descompone escenarios en la vida social y política. Argumentos de este tipo lo único que hacen, cuando se esgrimen, es rodearle al problema que se reclama y es frecuente que quien lo emplee sea el gobernante que está obligado a disponer soluciones a los agravios que se expresan.
En el conflicto que actualmente se despliega en la Universidad Pedagógica Nacional del Estado de Chihuahua (Upnech), el señor Javier Corral Jurado les respondió a los indignados alumnos y maestros: “No puede ser que se use a los estudiantes para desahogar los trámites... A nadie va a salvar en términos de observaciones administrativas la movilización de los estudiantes”. Me recordó el lenguaje del diazordacismo en 1968 cuando –incluso– se le asignó a Marcuse ser el filósofo de la destrucción en la primera gran insurgencia mundial de la juventud en el tiempo de la posguerra. En esas palabras no se encuentra el discurso de un demócrata; el talante es más que claro: los estudiantes (universitarios en edad ciudadana) no tienen capacidad de pensar por cuenta propia, son capitis deminutio, incapaces de absoluto derecho en sus personas. Por tanto, alguien les da cuerda y los mueve, los moldea como plastilina en la palma de la mano, penden de la cuerda que tienen los muñecos o de los hilos del titiritero y, en el caso, por si poco faltara, Corral cerró la puerta negando “salvación” alguna, como si fuera dispensador de prerrogativa que tiene un tufillo religioso. Memorioso, recuerdo mis tiempos estudiantiles cuando discutíamos tú a tú en el despacho del gobernador, de olorosas maderas, en los tiempos del atrabiliario Óscar Flores, y no puedo menos que hacer comparaciones.
Hasta aquí, lo dicho es una simple consignación de datos duros: hay un conflicto en una universidad pública y una cerrazón gubernamental inadmisible, cargada de arrogancia, porque ni siquiera se da la capacidad de una interlocución directa, dejando a los dolientes con la palabra en la boca. Chihuahua está harta de esto. Empero, la almendra de la nuez que quiero exponer es otra y toda vez que en las declaraciones del Ejecutivo se habló de “los cauces institucionales”, conviene una reflexión a partir de las prácticas que este gobierno estatal ha puesto en escena a principios de este año, y lo subrayo con legitimidad cuando se encara la simulación de federalismo que padece este país por los gobiernos autoritarios del PRI y por el abandono y claudicación en la tarea durante la docena panista encabezada por Fox y Calderón.
El panista Corral, colocándose a buena distancia de esos cauces institucionales –en su circunstancia le obligan, no son potestativos–, organiza una caravana, iniciada con una declaración de que ha dado comienzo toda una “revolución”, y partiendo de Ciudad Juárez se lanzó a la capital del país en un serpenteo territorial que tocó varias entidades federativas. Habló y dijo lo que quiso y en la consumación del evento pactó –en agencias informales– temas de agenda con el secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida. El cauce marcaba como destino la Secretaría de Hacienda, la Procuraduría General de la República, la Cancillería, y/o en concreto, el presidente de la República, y en extremo con todo el peso institucional de un gobernador, interpelar ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con riguroso apego a la ley. Pero no se llegó a ese puerto, sino que se transigió en una instancia que poco tiene que ver precisamente con la vía y entramado institucional, precisamente porque la caravana tuvo, aparte de sus finalidades expresamente expuestas, una tonalidad política inocultable que también se tiñó de impulso electoral en favor del PAN y su candidato Ricardo Anaya, hoy envuelto en un escándalo de corrupción que no le permite desplegar sus velas.
Si comparáramos a Corral con un director de orquesta (y en Chihuahua hay varias orquestas), tendríamos que verlo en la figura del que coordina los instrumentos, prepara la presentación de las obras y hasta tiene la facultad de corregir a los ejecutantes; y cuando lo hizo, en el tema que me ocupa, optando por una vía no institucional como la caravana, marcó una línea a las otras orquestas. Prácticamente les dijo: aquí lo que no se reclama en la calle, en la carretera, en la plaza pública, no existe o, al menos, no se oye. Tengo para mí que está suficientemente claro que se marcó una pauta y que esa pauta tenderá a imitarse. Ya los productores del campo, los reclamantes de sus sueldos y pensiones, los estudiantes cansados de la imposición, los que buscan justicia en casos como el de Miroslava Breach, por ejemplo, saben que hay una vía que no es privativa del gobierno, sino que –al contrario– habitualmente es una forma de lucha y resistencia en manos de los ciudadanos. Es cierto que el gobierno podrá tener ingentes recursos para desplegarse como en la caravana, pero no tiene el monopolio, no es el único y, no hay que olvidarlo, en una etapa de crisis estos ejemplos cunden y ahora vemos que hasta medidas insurreccionales se toman, por la desesperación, hasta cerrando vías de ferrocarril e increpando en actos públicos a quien tiene la responsabilidad de resolver conflictos, precisamente como el que se da al seno de la Upnech, integrada en su totalidad por ciudadanos que saben pensar por cuenta propia, no los aniñados que pretende y ofende el poder.
No me desentiendo de la precariedad de la vida institucional que tenemos en México y Chihuahua, de los graves problemas y tensiones que eso provoca en un país que se ha convertido en gran almacén de enconos, rencores y agravios. México es un país en el que si no gritas, no existes. Los autoritarios responden como lo hizo Díaz Ordaz en 1968, Óscar Flores contra los demócratas de la UACH en 1973-74: clausuran diálogo, le cierran compuertas a la conciliación y, de obra y de palabra, se apuesta por la represión, desean que los que se han levantado a la vida cívica sean atendidos por funcionarios de quinta. Es una vieja historia. También se buscan los mecanismos corruptores y la cooptación –el gobierno actual ya tiene sus parafreneros, antes insurrectos–, y en conjunto en el tráfago diario se dejan sentir y eso indigna, porque se niegan las vías de las audiencias a las que se está obligado. Caminar por encima de los manifestantes como si ni se les viera, ni se les oyera, ofende y defrauda.
Cuando vi la escena evasiva de Corral frente a maestros y alumnos de la Upnech recordé aquel suceso escenificado por el estudiante Marcelino Gómez Brenes, cuando reclamó a César Duarte el endeudamiento de Chihuahua y éste simplemente lo esquivó, marcando con su dedo índice una escuela universitaria.
Corral ofreció tratar cara a cara con los ciudadanos. No lo hace y se cometen estos dislates que vienen a sumarse a las malas decisiones, cual sería haber nombrado de rectora de la Upnech a una panista de linaje y, además, sin trayectoria en esa institución. ¿No había o no quisieron verlo, una alternativa profesional, con trayectoria de pluralidad universitaria para ocupar el cargo? Por supuesto que sí, pero se recurrió al viejo sistema de reclutar la administración bajo la divisa del spoil system, es decir, el clientelismo, la práctica que siguen los malos partidos de repartirse el botín entre sus correligionarios.
En realidad, nada se podía esperar desde el anuncio mismo de Pablo Cuarón Galindo al frente de la educación y la cultura públicas, no obstante su visión de carácter privado de este tema y su trayectoria gerencial de hombre de negocios. ¿Qué conocimiento y, sobre todo, qué sensibilidad se puede tener cuando se soportan estas cosas en esas raíces? Que nadie se engañe, este no es el gobierno de ciudadanos que se ofreció en 2016. Nadie se quitó las cadenas de la tiranía duartista para amarrarse a nuevos grilletes.
El gobierno actual ha dado sobradas muestras de su ineficiencia, de su incapacidad para vertebrar un sólido equipo y cambiar las formas de encuentro de los ciudadanos con el poder, y lograr su participación. Hace un par de días conversé con un profesor muy enterado de la historia contemporánea de Chihuahua y me compartió una visión: el primer gobierno panista de Chihuahua de Francisco Barrio tropezó con la falta de precedentes y la mucha intriga que perneaba en todos los ámbitos; pero el actual, enfatizó, es ineficiente, no sirve a los fines constitucionales, está descuajeringado. De eso habla tanto Pablo Cuarón Galindo como Victoria Chavira, Gustavo Madero o Guadalupe de la Vega Arizpe; César Augusto Peniche y Óscar Alberto Aparicio Avendaño. Están ahí, devengan sus sueldos, pero no pueden con sus carteras. A otros, que ya se fueron a candidaturas, se les está premiando sin méritos demostrados en la administración.
Esta “élite” del poder no puede. Le ha resultado muy pesado el fardo de gobernar un estado en crisis y se ha vuelto rijoso y evasivo. No hay día que el gobierno no compre un conflicto inútil y, lo más grave, que lo provoque. Sé a ciencia cierta de la adversidad de las circunstancias, de los dieciocho años de restauración priista que van de Patricio Martínez a César Duarte, pero también entiendo que cuando hay madera de estadista se puede salir adelante y sobreponerse en la ruta de las soluciones que devienen de un activo imprescindible: el buen trato y entendimiento con los ciudadanos, y en especial con los que discrepan y reclaman. La materia prima de la política es el conflicto y los demócratas se distinguen por encontrar soluciones.
Recurrí al símil del director de orquesta, del que coordina, prepara y corrige la sinfonía, al que se puede imitar de manera inexcusable, porque es el que está al frente y al que todos ven. Pero no olvido que en la realidad puede ser prescindible en el estreno mismo de la obra cuando bien se ejecuta, y con mayor razón cuando sólo se escuchan rechinidos y resoplidos, que nada tienen que ver con el buen uso del pentagrama.

X