Opinion

La trágica muerte del pequeño James

Carlos Murillo/
Analista

2018-02-24

El caso del niño James Camacho resume las miserias humanas. No, no es la historia de un niño perdido, es la muestra de un mundo enfermo, de una sociedad que perdió la capacidad de asombro y que con el asombro, perdió el rumbo.
El cuerpo encontrado en los campos agrícolas del oriente de Ciudad Juárez habla de la marginación y el olvido, dos enfermedades sociales tan presentes como la sombra. Mientras Estados Unidos, su país de origen simplemente observa y plácidamente da cuenta de la trágica muerte del pequeño James.
Pero eso no es nuevo. La tragedia es un bocado amargo que frecuentemente está en el menú de la confusa frontera entre el cielo y el infierno en la que vivimos donde, por cierto, no siempre sabemos de qué lado estamos.
Hace 10 años, nos estremeció la noticia de una niña que fue tragada por un colector junto a un hombre que quiso salvarla en las calle Ejército Nacional y Valentín Fuentes. El responsable no fue el clásico sicópata que buscan los criminólogos. Los responsables estaban detrás de un escritorio palomeando presupuestos. Mala suerte, fue la conclusión de la opinión pública, a todos nos puede pasar, dijeron las autoridades. Y, seguramente, la madre todavía le llora a la pequeña que fue encontrada a unos kilómetros del socavón, junto al cuerpo de su héroe sin nombre. El caso simplemente se olvidó.
En otro evento -como eufemísticamente el Estado llama a los asesinatos-, dos niñas que jugaban en el patio de su casa fueron baleadas a quemarropa en la colonia Las Granjas. En este caso, los sicarios mandaban un mensaje: “A quien no da la cara, esto le pasará”. Un tiempo después supe de un caso donde un hombre, que viajaba con su familia, al saber que lo seguían para matarlo les dio instrucciones a su esposa e hijos: “Me voy a bajar, ustedes agáchense y no se muevan, les dijo a manera de despedida”, y salió del auto a recibir al destino. "Lo balean enfrente de su familia; fallece en el hospital", fue el título de la nota periodística.
Cientos de mujeres han desaparecido en Ciudad Juárez. Casi nunca las encuentran. La historia de los feminicidios nos puso en el mapa desde hace más de 20 años. La historia casi siempre es la misma: niñas que salieron de su casa y nunca regresaron. Ellas están en la memoria de quienes las aman. Mientras, las otras víctimas, las madres y hermanas siguen buscando en cada rincón “te buscaré hasta el último aliento”, escribe una mujer en una carta sin destino. A los demás ya se nos olvidó.
En Villas de Salvárcar, los jóvenes deportistas todavía esperan justicia. En el Campo Algodonero, las mujeres son recordadas en cada aniversario, pero con todo y la sentencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las familias siguen llorando a las víctimas. Tienen que hacer una ley para evitar el olvido, pero con leyes no se cambia la realidad.
Todos los muertos están en las columnas que sostienen la ciudad. La sociedad indolente ha perdido la capacidad de asombro y esto nos hace más miserables. Juárez, es el lugar ideal para venir a morirse porque a nadie le importa. El pequeño James es uno más que se diluye entre la pólvora y la arena.
Invisible aquí y allá, James representa a miles de niños que sufren la discriminación que existe en el mundo. Un niño autista, con una madre norteamericana sumida en la pobreza y en una situación inestable, quizá por alguna condición psicológica o por la adicción a las drogas, y un padre migrante, con la misma historia de pobreza, marginación e ignorancia. Ambos son resultado de las políticas económicas neoliberales que forman una capa de miseria al margen de la sociedad enferma por el consumismo.
Los padres de James son una mezcla explosiva. Deportado, el padre regresa a México con su hijo autista. Todo el mundo se pregunta con el argumento moralista ¿y la madre? Simplemente no puede hacerse cargo del niño y lo deja ir. En todo caso, además de no cumplir con el canon social de la buena madre, la señora Teirasa Mower prefiere que el niño viva en Riberas del Bravo en Ciudad Juárez, que en algún lugar marginado de Washington ¡cómo será la vida que lleva allá que prefirió traerlo a donde nadie quiere venir!
Así, el trasiego de James del primer mundo a la ciudad de la muerte lo trajo hasta aquí. Sí, en Ciudad Juárez, el lugar donde no hay memoria, ni asombro. Donde todo pasa por algo. La ciudad que abandonó la esperanza y prefirió el olvido.
Pero aquí está el cuerpo del niño James, para recordarnos nuestro pasado y apretar la herida del presente. Este niño que cruzó Estados Unidos y se murió aquí, pasó 3200 kilómetros para terminar su epopeya en el campo del Valle de Juárez.
Lo irónico es que murió a unos pasos de Estados Unidos, donde tampoco tuvo un lugar, donde se le negó un futuro. Y más aún, quienes pueden resolver el enigma de la muerte son precisamente los gringos, porque ellos registraron el último aliento del niño desde las cámaras de seguridad. El cuadro no podía ser más funesto.
¿Que cómo murió?, ¿que si lo mataron o no?, ¿conseguirá la madre el dinero para llevárselo a Washington?, ¿por qué el Protocolo Alba no funcionó?, ¿dónde están el padre y la madrastra?, ¿quién es el responsable?
No importa, pronto James se olvidará, como se nos han olvidado tantos.

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