Opinion

Enojados, deprimidos y armados

Cecilia Ester Castañeda/
Escritora

2018-02-17

Los recientes episodios de violencia con arma de fuego dentro o en las inmediaciones de escuelas vuelven a prender un foco rojo en nuestra sociedad. Ya sea en el interior de una preparatoria de Florida o junto a un Cbetis o un kínder en Ciudad Juárez tan sólo en el transcurso de la última semana, los disparos parecen cada vez ser un riesgo más común para estudiantes que se encuentran en el interior de los planteles.
Por fortuna, siguen siendo muy raros, pero el solo suceso de algo otrora inimaginable obliga a reflexionar sobre las condiciones facilitadoras de algo así en los lugares donde conviven y aprenden nuestros hijos. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Definitivamente los tiroteos registrados alrededor de las instituciones educativas a uno y otro lado de la frontera son distintos. En Estados Unidos las escuelas ya han sido blanco de ataques con saldo de varios muertos al azar —40 desde el año 2000, según el New York Times—, mientras que hasta ahora los disparos que han puesto en peligro a los planteles juarenses sólo han estado relacionados con ataques dirigidos a personas específicas ajenas a la institución y casi siempre localizadas fuera de los terrenos escolares. La mayoría de los perpetradores de asesinatos múltiples en escuelas en el vecino país son personas resentidas, dicen investigadores. Según notas periodísticas, en Ciudad Juárez gran número de los disparos dentro o cerca de los planteles tienen que ver con la delincuencia.
Aun así, más allá del miedo despertado por tales sucesos y de su impacto directo en la sociedad binacional —una de las víctimas fatales de la masacre en Parkland, Florida, era un menor mexicano de 14 años; en El Paso, Texas, por las redes sociales se difundieron amenazas de balacera en las preparatorias Ysleta y Burges— conviene tomar en cuenta varios factores similares con los tiroteos locales.
Aunque generalizar resulta difícil, entre los perpetradores de homicidios con arma de fuego tienden a presentarse más algunas condiciones que se pueden identificar.
La falta de atención, por ejemplo, vuelve a los jóvenes vulnerables a influencias destructivas. Es el caso de los juarenses criados sin supervisión mientras sus padres trabajan sin contar con el apoyo de familiares o de guarderías —o de alguna figura paterna—. Y hoy que están creciendo generaciones que vivieron durante su infancia lo peor de la violencia, esas carencias están notándose más.
Pero no son los únicos. La mayoría de los perpetradores de homicidios masivos, dicen especialistas, durante largo tiempo habían padecido estrés. De acuerdo con los medios, Nikolas Cruz, de 19 años, el presunto responsable de la tragedia de Florida, era adoptado, quedando huérfano de padre a temprana edad y perdiendo a su madre en noviembre. Aparentemente tenía un largo historial de depresión. Además, dio numerosas señales de alarma, se reportó.
Luego está la cultura de violencia. Vivimos una época en la cual se glorifica ampliamente la violencia, confundiéndose la agresividad con fuerza y firmeza de carácter y utilizándose como herramienta preferida para resolver conflictos. Dentro o fuera del hogar, la abundancia de los ejemplos violentos eleva el nivel de aceptación de gritos, de golpes.
Volviendo a Cruz, el año pasado había sido expulsado de la escuela por problemas de conducta, señalan fuentes informativas. Varios vecinos, excompañeros y conocidos lo recuerdan como un buscapleitos que maltrataba animales. En internet, informaron las autoridades, alardeó de ir a ser un “asesino escolar profesional”.
Cruz presentaba serios problemas para controlar su temperamento, dicen los medios. No es de extrañar. A decir de sicólogos, la mayoría de los individuos armados que realizan ataques masivos son personas resentidas con ira acumulada poco a poco.
Lo más inquietante, me parece a mí, es leer entrevistas de figuras como Bono de U2 preocupadas por el hecho de que el hip hop sea la única vía musical para desfogar actualmente la ira de los varones adolescentes. ¿A ese grado tienen las nuevas generaciones de hombres necesidad de desfogar su ira?, me pregunto yo. ¿Por qué están tan enojados?
Quizá sientan frustración. Y los niveles de frustración muy altos, de acuerdo con los especialistas, pueden traducirse en violencia. Esto ocurre si se tienen grandes expectativas que se cree no se alcanzan debido a razones arbitrarias, agregan —como cuando constantemente se anuncian modernos productos maravillosos fuera del alcance del bolsillo de uno, se prometieron cambios políticos pero se considera que la desigualdad empeora o la corrupción sigue rampante mientras aumenta el desempleo.
Y si entonces se acercan grupos ofreciendo sentido de pertenencia, reconocimiento y logro a alguien que se siente injustamente marginado, la combinación puede ser letal. En el caso de Cruz, según reportes estuvo en un club de tiro patrocinado por la Asociación Nacional del Rifle, hay indicios de que participó en entrenamientos con una organización de supremacistas blancos y admiraba por internet a homicidas escolares. “Desde la perspectiva de un hombre joven, disparar en una escuela es algo que se puede idealizar, aportando al comportamiento una sensación de importancia que de otra manera él no tiene en su vida”, dice a la articulista del New York Times Erica Goode el sicólogo J. Reid Meloy, quien ha estudiado tiroteos registrados en los plantes.
En Ciudad Juárez las pandillas y las organizaciones del crimen organizado brindan lo anterior a quienes se sienten excluidos sin merecerlo.   
Claro, también está el acceso a las armas de fuego. En Estados Unidos la exaltación de la cultura tipo Viejo Oeste y las leyes permiten la adquisición legal de un rifle AR-15 sin mucho trámite. En nuestra ciudad, hasta en las preparatorias puede conseguirse una pistola procedente del mercado negro. Y los narcocorridos no son populares por nada.
En cierta ocasión, estando con mi familia en la Ciudad de México, un taxista se emocionó cuando le dijimos de dónde éramos. Conocía Ciudad Juárez, nos contó, porque estuvo viniendo a pasar automóviles. Una vez le tocó ver un ejecutado. “¡A mí me gusta mucho Juárez por la adrenalina!”, dijo entusiasmado. Ese hombre bien podría ser policía, periodista o narco, según sus escrúpulos, supongo.
Traigo a colación esta historia porque, imagino, en nuestro país las personas resentidas con la sociedad que se sienten atraídas por las armas, la sensación de poder y la violencia van a dar a la delincuencia organizada en vez de soñarse como justicieros solitarios atacando algún símbolo de su venganza. Aquí en los atentados contra las escuelas se vacía de objetos valiosos los planteles, no se mata gente con premeditación.
Sin embargo, hace precisamente un año en Monterrey ya ocurrió un suceso similar al de los tiroteos escolares del vecino país cuando un estudiante de secundaria dejó heridas a cuatro personas en su salón de clases antes de suicidarse. Las armas de fuego, además, no son algo extraño en las escuelas locales.
Es hora de revisar los canales de comunicación y diseñar protocolos. Sobre todo, es hora de poner mayor atención a nuestras generaciones más jóvenes.

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