Opinion

Nuestro propio ruido de las cosas al caer

Jesús Antonio Camarillo/
Académico

2018-02-02

Cuando leí “El Ruido de las Cosas al Caer”, estupenda novela con la que el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez obtuvo el prestigiado premio Alfaguara en el 2011, dimensioné de nueva cuenta el peso que la memoria tiene en la creación literaria.
En la trama, el personaje principal, Antonio Yammara, está construido, en parte, con elementos tomados de la vida misma del autor, estudiante de derecho que tras decepcionarse de sus aburridas clases, se entregó a su verdadera pasión, como lo es la creación literaria.
Sólo que el personaje, profesor de la facultad de derecho, es marcado de manera trágica por encontrarse en el lugar y tiempo equivocados. Así, la novela queda impregnada por lo que todo colombiano, en la lucha del Estado contra Pablo Escobar, temía que se hiciera realidad en su propia persona: llevar en el más cercano entorno e inclusive, en el propio cuerpo, las secuelas de la guerra contra el narcotráfico. Huellas que quedarán para siempre.
“El Ruido de las Cosas al Caer” recuerda, a través de la historia de Yammara la zozobra de miles de colombianos que, sin deberla, no sabían si al ir al trabajo o a la escuela regresarían a sus casas. El personaje y el mismo autor forman parte pues, de una generación colombiana que  se hizo adulta en el seno de la violencia generada por el enfrentamiento del gobierno contra los cárteles. Y en el que la sociedad civil paso a convertirse en un flanco a disposición de las fuerzas en pugna.
Cuando uno lee obras como “El Ruido de las Cosas al Caer” quisiera tomar distancia. Ese trecho que se suele armar cuando se leen cosas concernientes a lo que reprochamos, pero que sentimos como ajenas, por el paso del tiempo o por la lejanía territorial o cultural de los sucesos. No es el caso de la narrativa de Vásquez. La sentimos como muy propia. Pero ese sentimiento generado por narrativas como la suya es reciente.
Cuando yo leía, siendo un adolescente, en la página internacional de El Diario, casi en tiempo real, las notas y los reportajes sobre el avión que Pablo Escobar mandó que estallara en el aire porque pensaba que allí iba el entonces presidente colombiano César Gaviria, o cuando revisaba las notas sobre las explosiones y la irrupción de la modalidad del sicario montado en la motocicleta, percibía la gravedad de lo que le pasaba a un país hermano, pero aun así la percepción misma estaba condicionada por una extraña lejanía.
Hoy que leo la novela de Juan Gabriel Vásquez, mi acercamiento a una trama que encuentra su origen en esos contextos es otro. Pienso en el coche bomba que mató al médico José Guillermo Ortiz Collazo en una de las más importantes avenidas de Ciudad Juárez; me vienen a la mente las decenas de abogados y activistas sociales que han muerto en el estado de Chihuahua y cuyos casos siguen impunes; pienso en los amigos, vecinos, colegas, alumnos, cuyos rostros se me quedaron guardados en la memoria y que los distintos órganos de gobierno tanto federales como estatales han convertido en nimia estadística.
Pienso, por supuesto, en los jóvenes de Villas de Sálvarcar. En la novela, “El Ruido de las Cosas al Caer” es todo el estruendo ocasionado al venirse abajo un avión, pero yo pienso en nuestros propios ruidos. Imagino, como eructado de la peor de las pesadillas, el ensordecedor ruido de las armas utilizadas en la muerte de cada juarense que cayó en la  estúpida guerra contra el narcotráfico. Ese es, lamentablemente, nuestro propio ruido de las cosas al caer. 

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