Adela S. González
Analista
La inconcebible mezcla de personajes negados a la virtud política de la lealtad contribuye a la confusión e indefiniciones de los electores y su apatía por las urnas
En política, nada es certeza y todo es interés. Quienes a ella se dedican tienen, como se dice, que tragar sapos para desenvolverse en un mundo oscuro que contraviene la propia dignidad lo cual no importa pues eso no cuenta. El político se caracteriza por ser olvidadizo, inconstante y oportunista, por mover influencias, ofrecer o recibir apoyos interesados, dar o recibir simpatías, obedecer y disciplinarse, mínimo de liderazgo y renunciar a principios e ideales. Debe pertenecer a un partido aunque ahora se hable de ser independiente pero igual le induce a un contexto general donde, contrario de lo que se afirme, se requiere dosis de cinismo y falta de buenas intenciones.
Como todo, en la política hay cambios que dan pautas, dejan antecedentes y se imponen como “normales”. Cada proceso electoral deja algo y en el que se transita, ese algo es la transferencia de personajes que sin pudor y moviéndose como peces en el agua registran un ir y venir a partidos y posiciones distintas a su origen, comentados con burla o recriminación pero sin embargo, desdeñados, pues con la mira en la escalada o permanencia, nada aportan a la pretensión de cambio. Ni modo, mientras la clase política no se renueve en su totalidad habrá dispuestos a seguir protagonizando la misma historia.
Priistas, panistas, perredistas y de la mini prole partidista tributan al oportunismo anunciando renuncia a uno e ingreso simultáneo a otro, enarbolando orgullos y dignidades ofendidas que revelan insatisfacciones. En los Congresos, cosa común declararse independientes o sumados al contrario, anulando con decisiones personales el esfuerzo electoral y apoyo de quienes los llevaron al poder.
En este saco entran todos pero lo cierto es que poco importa en dónde estén pues a donde sea llevarán su carga de intereses, deslealtades y trayectorias salpicadas de podredumbre. Ejemplos peores habrán de verse.
Este esquizofrénico acomodo merma la poca credibilidad que queda; es producto de la pluralidad y no como se piensa, coyuntura del proceso en curso, pero la inconcebible mezcla de personajes negados a la virtud política de la lealtad, contribuye a la confusión e indefiniciones de los electores y su apatía por las urnas.
Es también falla de los partidos que incumplen el objetivo de formación ciudadana y liderazgos que apunten al poder, prioridad que va diluyéndose con igual rapidez que sus principios. La salida de personajes protagónicos y su adherencia a contrarios muestra incapacidad para la unidad interna en tanto menguan la fortaleza y revelan con claridad intereses, pugnas, inconsistencia y hasta caprichos.
El partido Morena, como el PRD en su fundación, es el principal receptor de tránsfugas adheridos a las promesas de mejor gobierno y mejor vivir que el candidato posicionado para la Presidencia ofrece constantemente. Al atraer conspicuos de la tan criticada “mafia del poder” construye su propia mafia que apunta a garantizar la repudiada continuidad.
¿Merecen respeto y confianza quienes –destacando al ex ferviente priista y ex perredista López Obrador- en otro momento defendieron con pleno convencimiento lo que ahora critican y detestan? ¿Qué indica ese salto a lo opuesto?: Falta de probidad y anulación de valores, cimiento en la construcción de la sociedad deseada en tanto respaldo de la honradez que no alcanzaremos con los políticos que enseñan soberbia en cualesquiera bandos a los que se integren.
Hay indicios de la reelección de Armando Cabada en la alcaldía de Juárez. Exceder las firmas requeridas para postularse como independiente hablan de respaldo ciudadano lo cual obliga a estructurar un proyecto de gobierno superior al de sus contrincantes que vendrán (supuestamente) con todo.