Opinion

El cuento de la autosuficiencia

Pascal Beltrán del Río/
Analista

2018-01-16

Antes relate en este espacio como el principal promotor del Brexit, el ultranacionalista Nigel Farage, admitió que sería necesario un nuevo referéndum en el Reino Unido para resolver la polémica sobre la separación del país de la Unión Europea, con lo que admitió implícitamente el fracaso de su iniciativa.
Curiosamente, el mismo día que Farage hizo su confesión en la televisión británica, se publicó una entrevista con Donald Trump en el diario The Wall Street Journal, en la que el Presidente estadunidense comentó que sería “un poco más flexible” en las conversaciones para “modernizar” el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pues México, dijo, enfrenta una elección presidencial y “entiendo que es difícil negociar algo antes de una elección”.
El que Trump aparezca repentinamente como perdonavidas, luego de haber amenazado una y otra vez con sacar a Estados Unidos del acuerdo trilateral, no debe ser visto como casual.
En semanas recientes ha crecido vertiginosamente el número de voces estadunidenses que advierten que Estados Unidos cometería una grave equivocación en caso de renunciar unilateralmente a continuar en el TLCAN.
Una de ellas es la de Fritz Lance, uno de los principales ejecutivos del sector ferroviario, quien dijo que “la conversación que deberíamos estar teniendo es cómo lograr que el bloque norteamericano sea más competitivo a nivel global y, específicamente, cómo puede hacer lo mismo Estados Unidos”.
En un sentido similar se han pronunciado importantes personajes de las industrias alimentaria y automotriz, que han sido críticos de las cláusulas que el gobierno de Trump ha querido imponer en la renegociación del tratado, como cambios en las reglas de origen y la prescripción del acuerdo cada lustro.
Dichos sectores han emprendido una campaña de cabildeo entre gobernadores y legisladores estadunidenses, en aras de ablandar la posición de la Casa Blanca, cosa que parecen estar logrando.
El viernes decía yo que la lógica de los populistas de atrincherarse en las fronteras nacionales puede ser bien aceptada por electores enojados con la clase política e incluso hacer ganar votaciones a quienes la promueven –como ocurrió en Gran Bretaña y Estados Unidos–, pero que, a la mera hora, prueba no ser una solución a los males que supuestamente se busca combatir.
Ahora toca el turno de México de escuchar el canto de sirenas del ultranacionalismo.
El domingo, en Saltillo, el aspirante presidencial Andrés Manuel López Obrador anunció que de ganar las elecciones de julio mandaría “al carajo” la agenda exterior que han impulsado gobiernos recientes.
“En vez de estar apostando todo al extranjero, vamos a fortalecer la economía nacional”, dijo el precandidato de la alianza Juntos Haremos Historia, conformada por Morena, PT y PES.
“Entonces, ya no nos va a chantajear nadie, no nos van a estar chantajeando los gobernantes del extranjero diciéndonos: ‘te vamos a hacer un muro’. (Les diremos) haz todos los muros que quieras, porque ya el mexicano no va a ir”.
En pocas palabras, México no va a necesitar más que de sí mismo, promete López Obrador, con un discurso similar al que hizo ganar al Brexit en el Reino Unido y que llevó a Trump a la Casa Blanca.
Pero ¿qué pasará cuando los bienes y servicios que se ofrecen en el extranjero resulten de mejor calidad o más económicos que los nacionales?
Por supuesto, un gobierno obstinado en el atrincheramiento podrá prohibir las importaciones o ponerles aranceles altos, pero ¿eso garantizará mejores opciones para el consumidor mexicano o simplemente lo someterá a la obligación de “comprar nacional”, aunque resulte más caro y menos bueno?
De forma similar, un gobierno ultranacionalista podría tratar de obligar a los productores a no exportar y vender sólo en el mercado nacional, pero, en última instancia, ¿cómo evitará que abandonen la actividad al enfrentarse a condiciones desventajosas?
Actualmente, los campos de Venezuela –país donde se ha intentado el mismo tipo de atrincheramiento– están llenos de tierras improductivas por culpa de esas políticas y que han llevado a la nación sudamericana a multiplicar por ocho su importación de alimentos de 1998 a la fecha.
Porque, al final, la autosuficiencia en un mundo globalizado resulta un cuento y no se puede mandar al carajo sin consecuencias la interdependencia que no sólo ha generado mayores opciones de consumo, sino mayor libertad de pensamiento.
La pobreza no se cura cerrando mercados, sino garantizando un acceso equitativo a ellos para todos.

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