Carlos Murillo/
Analista
No hace falta mucha astucia intelectual para concluir que las tradiciones rarámuri se están perdiendo. Los más jóvenes ya no respetan a las autoridades tradicionales, ni están dispuestos a seguir el modo de vida rarámuri que basa su economía en el autoconsumo, así como la vida social y política que se vive en la Comunidalidad y la justicia rarámuri que se concentra en la mediación y la reparación del daño, antes que el castigo.
Los rarámuri más jóvenes, en el mejor de los casos, terminan la secundaria y se van a trabajar en la pizca o el desahije de manzana en Cuauhtémoc o se van más allá, algunos a los campos de Nuevo Casas Grandes o a Camargo. Buscan el trabajo agrícola por temporadas. Algunas veces llegan camiones a los pueblos y se los llevan hasta Baja California o a Sonora, donde viven en condiciones precarias.
La migración de los rarámuri en los campos agrícolas es una salida cada vez más socorrida y después de probar suerte en el trabajo ya no quieren seguir la herencia centenaria de los más viejos. Otros, son reclutados por el crimen organizado para cuidar los plantíos de mariguana o amapola en lo más profundo de la sierra.
Esa migración provoca que muchas mujeres se queden solas cuidando a los hijos, algunas veces el rarámuri migrante no regresa, ni manda dinero por largas temporadas. Entonces las mujeres que no tienen el apoyo de una familia se van a las ciudades a pedir dinero, juntan algo y se regresan. Ser nómadas no les es ajeno.
Es difícil de comprender la vida no occidental del rarámuri. Para el mestizo existen dimensiones ético-morales que no se ponen en duda como el progreso; por ello, es irracional contradecir la vida moderna que se materializa en la aspiración de una vida decente: una casa, un auto y vacaciones. No importa que la mayoría no disfrute esa vida, pero la obligación de todos los hombres civilizados es desearla, de otro modo su pensamiento sería retrógrada.
Vayamos un paso atrás, una de las herencias del mundo occidental es la razón, según el mundo civilizado ser razonable es cumplir con las reglas elementales de la lógica, que sirven para describir lo real y verdadero. Se trata de lo que se puede ver y tocar, lo que es comprobable a través del método científico.
Según el paradigma moderno de la democracia liberal, los gobiernos deben ser razonables, comprobar que sus acciones están pensadas conforme a estándares aceptados por las naciones hegemónicas, que imponen metas e indicadores para saber si un país (como México) cumple con la implementación de políticas públicas para abatir los grandes males de nuestra era: la pobreza, la corrupción y la violencia.
Entonces, el discurso político gira en torno al estado de Derecho, la transparencia y el desarrollo, que para los rarámuri esto no significa mucho, pero es el santo grial del poder político para la sociedad moderna.
Sin embargo, la Constitución dice que se deben respetar los usos y costumbres de los pueblos originarios (como también lo reafirman los tratados internacionales), aunque pocos comprenden la cosmogonía de los rarámuri. Entonces, cumplir con la Carta Magna se pone difícil, aunque existe el mecanismo de la consulta previa, no se ha consolidado una agenda donde se realicen acciones de auténtico diálogo con (y entre) los rarámuri.
Pondré un ejemplo para el análisis. En el municipio de Guachochi, existe una Dirección de Asuntos Indígenas que atiende a las comunidades -que están dentro de la demarcación política-, tanto en relación con gestiones con las autoridades, como en resolver problemas que se presentan.
En esa oficina, un día aparece un quejoso acompañado de un gobernador rarámuri, quien al no poder resolver el asunto acude ante esa instancia para que lo apoyen para gestionar el problema. Se trata de un caso de embrujo. Según los antecedentes del caso, una persona (que sufría de un malestar en su cuerpo y que los médicos no pudieron diagnosticar), acudió con un curandero rarámuri, quien comenzó a darle un tratamiento tradicional, pero resulta que, en lugar de mejorar, el paciente empeoró en pocos meses.
Poco a poco se iba acabando la salud del paciente y, al ver que no funcionaba el curandero, tuvo que viajar a Chihuahua en varias ocasiones para consultar médicos especialistas, sin que ninguno pudiera darle una solución.
La sospecha de que se trataba de un mal planeado por un Sukurúame (brujo que hace el mal en rarámuri) era cada vez mayor, así que el paciente decidió enfrentar a su curandero y preguntarle si en verdad lo estaba ayudando o si, por el contrario, era él mismo quien lo estaba dañando en su salud.
El curandero aceptó que se trataba de un trabajo para hacerle daño y que había sido contratado por otra persona para eso. La trama se puso buena. Resulta que el Sukurúame confesó su fechoría y fue llevado ante la comunidad para exponer el caso. Pero la comunidad decidió que los chabochis (mestizos), lo castigaran.
Entonces, el quejoso siguió la jerarquía de las autoridades chabochi; primero acudió con el comisariado ejidal, después la policía de Guachohi y, finalmente, con el agente del ministerio público en la Fiscalía, pero ninguno creyó la historia del daño.
Aunque es evidente que existe un acto que afecta a la sociedad (que es la principal característica de los delitos), en este caso no se cumple con los requisitos técnico-penales para poder procesarlo, principalmente porque los hechos están fuera de los criterios de razón que la ley le impone a la autoridad. Entonces, aunque existe la confesión del Sukurúame, no es suficiente para ejercer la acción penal. Este rechazo de la justicia del Estado es absurda para los rarámuri y la procedencia en la justicia rarámuri es absurda para los chabochi.
Entonces, el quejoso acudió ante la dirección de asuntos indígenas de Guachochi, donde diligentemente se mandó citar a las partes y en una entrevista se confirmaron las versiones. La siguiente etapa era resolver el caso conforme a la cosmovisión rarámuri, para eso hay dos herramientas que los occidentales llaman mediación y reparación del daño. El castigo no siempre es la primera opción y regularmente es una alternativa para los reincidentes.
En este caso se llegó a un acuerdo; el Sukurúame pagó una parte de los gastos que tuvo que hacer el quejoso para recuperar su salud y se comprometió a no volver a hacerlo. Esta historia se convierte en un precedente para la justicia rarámuri que vale la pena estudiar y difundir como una práctica que permite preservar la tradición rarámuri.
Este ejemplo nos muestra un caso complejo para las autoridades chabochi, porque no es fácil comprender (y aceptar) otra racionalidad no occidental, mucho menos dar una solución al conflicto. Solamente quien puede entablar un diálogo entre las partes (sin juzgar los usos y costumbres) puede gestionar una solución y así seguir preservando la tradición de la justicia rarámuri.
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