Opinion

Dispersión, ¿o densificación?

Elvira Maycotte/
Escritora

2017-12-12

Poco después del año 2000, Ciudad Juárez tuvo un crecimiento inusitado en su territorio: el efecto maquila extendió sus tentáculos y atrajo a cientos de miles de personas de Coahuila, Durango y otras localidades del propio estado de Chihuahua, a grado tal que pasó de un millón 011 mil 786 habitantes para el año 1995, a un millón 218 mil 817 en el 2000, es decir, cada año se sumaban a su población casi 40 mil  personas.
Esto no es poca cosa, pues sólo este incremento en la población, 191 mil 505 habitantes, equivale aproximadamente al doble de la población de una ciudad media; por ejemplo, Hidalgo del Parral, Chihuahua, que para el año 2005 registró 94 mil 521 habitantes, todo lo anterior de acuerdo a INEGI. Definitivamente, no estábamos preparados para tal bono de población que se tradujo en el hacinamiento y un déficit de vivienda que para el año 2000 el Instituto de la Vivienda del Estado de Chihuahua calculaba en unas 40 mil unidades.
Las condiciones para dotar de un lugar para vivir a toda esa población eran muy difíciles, pues la mayor parte de ellos, obreros, percibían menos de cuatro veces el salario mínimo, y de éstos, el mayor porcentaje ganaba entre uno y dos. Sus salarios, bajos, no les hacían merecedores de un financiamiento para adquirir una vivienda, aun la social financiada por organismos como el Infonavit que en aquellos años otorgaba crédito, principalmente, a trabajadores que percibían cinco o más salarios mínimos.
Todo ello trajo consigo que ese gran segmento de la población quedara fuera de los esquemas crediticios gubernamentales destinados, supuestamente, a los trabajadores que menos ganaban. Más pronto este sector de la población tan vulnerable en términos económicos vio cambiar su suerte –para bien o para mal– con la implementación del Programa Sectorial de Vivienda 2001-2006, en el cual se abrió la oportunidad para que todos ellos fueran susceptibles de recibir financiamiento por parte de Infonavit para adquirir la llamada vivienda económica –de un dormitorio, un baño y una habitación de usos múltiples donde se pudiera cocinar, en tan sólo 31 metros cuadrados–  donde debería vivir una familia promedio de cuatro miembros en una superficie menor a la de una cochera para dos carros.
El crecimiento de la ciudad no se hizo esperar adoptando un modelo disperso y desarticulado que nos ha provocado tantos dolores de cabeza: las más de 150 mil viviendas de interés social que las diferentes administraciones municipales autorizaron entre 2000 y 2010 hoy día son parte de un paisaje que denota el abandono que enfrentan el sur y suroriente de la ciudad, la ciudad planeada que no ha podido superar el déficit de equipamiento y servicios, la presencia de la inseguridad y la pérdida del valor patrimonial que le ha significado el que una de cada tres viviendas estén deshabitadas.
Mas ahora surge la alternativa de seguir las pautas que nos dicta el Plan Nacional de Vivienda en el sentido de frenar la dispersión de las ciudades a través de la densificación. En las últimas semanas se han anunciado varios proyectos de corte habitacional que adoptarán el crecimiento vertical dentro del cinturón que el Plan de Desarrollo Urbano Sostenible definió para contener el modelo disperso, lo cual de inicio es muy loable, sin embargo, es importante anotar algunos temas que se deben cuidar.
El primer temor que nos acecha es la tendencia de hacer uso, y abuso, del terreno, es decir, ya hemos tomado nota del poco cuidado que se ha tenido de dotar a la población de los espacios que le dan soporte a la vivienda, pues la vivienda no es solo los muros, el piso y el techo en donde se alojan familias, sino que, para que realmente se considere una vivienda digna, debe considerarse también el contexto urbano que le rodea, así como su articulación con los bienes y servicios que la ciudad ofrece. Está por demás señalar que la forma como ahora se calcula la superficie a donar para ubicar las escuelas, las guarderías, los espacios recreativos y las áreas verdes no debe hacerse tal como ahora lo hacemos, sino en función del número de habitantes a los que beneficiarán.
Por otra parte ¿la infraestructura de la ciudad estará preparada para recibir mayor número de usuarios para los que está calculada? ¿el nuevo modelo colapsará las redes que ahora apenas son suficientes? Ahora sí que no vaya a ser que, queriendo hacer el bien –densificar– vayamos a hacer el mal no solo a los que habrán de vivir en los desarrollos habitacionales concebidos según los nuevos parámetros urbanos, sino también a los que tengan la suerte de vivir cerca de ellos.
No es tan fácil decidir densificar la ciudad aunque a la letra lo recomienden así los nuevos planes urbanos: habrá que revisar normatividades, capacidades de la infraestructura, superficies a donar y estilos de vida. Ya desde hace cien años se dijo que la vivienda vertical solo era posible si se rodeaba de los suficientes áreas abiertas y espacios de soporte que requieren quienes en ellos han de habitar. No podemos darnos el lujo de seguir perdiendo nuestra ciudad.

elvira.maycotte@gmail.com

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