Opinion

Nosotros los 'buenos'

Cecilia Ester Castañeda/
Escritora

2017-12-09

No sé que me preocupa más, si ver imágenes de policías llevando a rastras a un detenido herido o escuchar pláticas sobre la paliza, la humillación y el castigo “ojo por ojo” merecido por un presunto violador y asesino de niñas.
Porque los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal encargados del traslado del sospechoso de los crímenes cometidos últimamente contra tres hermanas menores de edad, supongo, sólo seguían el protocolo de la corporación. Porque, también imagino, los comentarios respecto a la forma más cruel de manifestar la indignación contra ese “monstruo despreciable” externados muchas veces tanto en redes sociales como en persona.
Estamos hablando de delitos muy graves. De acuerdo con reportes de prensa, no fueron los únicos cometidos por el hombre con antecedentes de violación arrestado minutos después de ultrajar a una mujer. Vecinos de la víctima más reciente alcanzaron al presunto responsable y lo sometieron hasta que llegaron las autoridades, según se informó.
Las versiones iniciales variaban: que si el sospechoso se cayó de una barda al huir, lo golpearon los vecinos o se especulaba tortura por parte de la policía. En todo caso, en las imágenes se aprecia al hombre con huellas de golpes gimiendo y aparentemente fracturado cuando los agentes lo llevaban casi en vilo a su presentación oficial.
Por elemental precaución para que una persona bajo resguardo de las autoridades no se lastime más camino a una rueda de prensa, ¿no debería haber sido trasladado en silla de ruedas el presunto responsable? Si, como señalaron medios, la ciudadanía ya había refutado la información de la SSPM atribuyendo la captura a la oportuna intervención de unos policías que escucharon los gritos de la víctima, ¿por qué arriesgarse a la anulación de un proceso dando pie a alegatos de tortura con un trato de apariencia inhumano ante las cámaras?       
“Las autoridades no pueden ‘cometer errores’, no se deben violar derechos”, señaló la coordinadora de la Red Mesa de Mujeres en Ciudad Juárez, Imelda Marrufo, de acuerdo con El Diario. Yo opino lo mismo.
En un marco de inseguridad y falta de confianza en las instituciones, respetar a los acusados contribuye además a probar el compromiso a un mayor profesionalismo por parte de las corporaciones policiales. En delitos de tanto impacto como estas agresiones sexuales —me atrevo a suponer que la menor asesinada perdió la vida en su intento por defenderse de una violación— un trato digno al sospechoso evidencia el esfuerzo de la policía por realizar su trabajo basándose en estándares, en principios y en el estado de derecho. Mejor oportunidad no habrá para demostrar el concepto de derechos humanos que se aplica en las corporaciones municipales, ni para acercarse a los ciudadanos.
¿Pero es digno de ser respetado el presunto perpetrador de crímenes tan estremecedores?
Según muchos juarenses, pareciera que no. A juzgar por gran número de conversaciones no puede castigarse en forma bastante severa al sospechoso de tales atrocidades. “No es un ser humano”, dicen unos. “No deberían ni defenderlo”, opinan otros. “Se merece todo lo que los otros presos le van a hacer en la cárcel”, intervienen terceros.
Dicho razonamiento tiene la ventaja de hacernos sentir cual paladín de la moral y la integridad física de los más vulnerables. Nosotros somos personas de bien, alejadas de esas “lacras” e incapaces de atrocidades así. La generalizada dicotomía del bien y el mal permite considerar la maldad como algo que se tiene o no se tiene, sin grados intermedios. Es el punto de vista de la mayoría, dicen los expertos, añadiendo que exime de responsabilidad a los “buenos”.
Las personas entonces “se liberan de considerar siquiera su posible participación en la creación, el mantenimiento, la perpetuación, o la admisión de las condiciones que contribuyen a la delincuencia, el crimen, el vandalismo, las burlas, el bullying, la tortura, el terror y la violencia”, dice el sicólogo social Philip Zimbardo en “El efecto Lucifer”.
Sabemos poco sobre la historia del presunto violador serial. Pero sería interesante conocer cómo ha transcurrido su vida, sobre todo sus primeros años. Definitivamente, no es casual que el culpable decidiera atacar sexualmente en Ciudad Juárez mujeres de todas las edades. Veamos: inseguridad, escaso número de policías, violencia, numerosos menores solos en sus hogares, pocas denuncias, cosificación de la mujer, impunidad histórica…
¿Contribuimos nosotros, los buenos ciudadanos, de algún modo con alguno de estos factores? ¡De ningún modo! Por eso podemos permitirnos ajusticiar a los “malos”, dirán muchos. Poseemos la calidad moral para cobrarles inmediatamente la afrenta que han hecho a lo más valioso de nuestra sociedad, deducen.
Y cuando el bien está de nuestro lado se valen muchas cosas, como juzgar, librar guerras, torturar. O como linchar.
Linchar ocurre cuando una turba enardecida toma la justicia en sus propias manos. Impulsado por variables como una situación en la que la delincuencia rebasa a las autoridades y un alto nivel de frustración con la procuración de justicia, dicen estudiosos, el linchamiento termina en la muerte del transgresor y la nula sensación de remordimiento por parte de los participantes en el homicidio colectivo. Es también una válvula escape ante el miedo y la fascinación que los seres peligrosos despiertan en nosotros.
Sin embargo, para los miembros de una multitud justiciera la culpa siempre es de los malos. Ellos los obligaron, aducen, a recurrir a la fuerza, una fuerza que se sale de control. En condiciones de anonimato como las presentes cuando una muchedumbre se hace justicia por su propia mano, con los ánimos enardecidos y el permiso implícito a ejercer actos de violencia —con objetos que hacen las veces de armas, incuso—, de acuerdo con los sicólogos sociales se desactivan los controles de autoregulación y referencia, desapareciendo la noción de responsabilidad. El resultado puede ser muy peligroso.
A veces los delincuentes son utilizados cual epítomes cómodos del lado oscuro de la sociedad, dicen especialistas. Fue el caso del recién fallecido estadounidense Charlos Manson, el líder de una comuna autora de varios homicidios de alto perfil que desataron pánico en los años 70 considerado personificación satánica. Pero Manson era un ser humano, un producto de los “infiernos que creamos nosotros en la Tierra”, nos recuerda David L. Ulin en Los Angeles Times.
En una sociedad existen influencias situacionales y sistemáticas en cuya perpetuación todos colaboramos en mayor o menor grado. ¿Cuáles de las que dan pie a inseguridad, violencia sexual y feminicidios está a nuestro alcance atenuar? Si nos indignan los casos impactantes contra mujeres, ¿por qué la mayoría no decimos nada ante las discriminaciones, el hostigamiento, el maltrato y la cosificación del cuerpo femenino en los cuales a diario son blanco de ataques? Probablemente cada uno de nosotros conozcamos a algún padre que abandonó a una hija, ¿no es cierto?
Cuando pidamos “todo el peso de la ley” para el culpable de los crímenes de las últimas semanas, tengamos también en cuenta la teoría de que todos somos capaces de actos malvados, como una línea progresiva en la cual usted o yo hemos andado. Según dicha teoría, dicen los especialistas, la maldad se aprende mediante experiencias, práctica o factores externos.
Recordemos, asimismo, que la sentencia se ejecuta después del veredicto de un juez.

ceccastaneda@hotmail.com

X