Opinion

Estamos fallando. ¿Qué haremos ante tanta muerte?

Lourdes Almada Mireles/
Analista

2017-12-07

Otra vez la muerte, otra vez los niños, otra vez las mujeres. En las últimas semanas la ciudad fue nuevamente sacudida con la noticia de la violación de tres niñas y el asesinato de una de ellas. Una vez más Juárez aparece en los medios nacionales con noticias que nos desgarran, nos duelen, nos indignan. Nos quedamos nuevamente sin palabras, inmóviles, sin saber qué hacer, con esa sensación conocida de desolación y lo que es peor, con la certeza de que no hemos tocado fondo.
El hecho es atroz y refleja las violencias más terribles que sufren los niños y las mujeres. Da cuenta de la situación de riesgo y vulnerabilidad en que se encuentran miles de niñas, niños y adolescentes.
En aquellos días me preguntaron mi opinión. No tuve palabras, no tengo todavía palabras. Siento la urgencia de decir, de hacer algo, pero no salgo del espasmo. Pienso en la sociedad que somos, en la historia de estas niñas lastimadas, en el enorme miedo instalado en la vida cotidiana de niñas, jóvenes y mujeres, en la violencia normalizada, en el maltrato infantil, en el acoso y el abuso que se repiten y quedan impunes.
Pienso en los miles de niños y niñas que se quedan solos mientras sus padres trabajan, en la ausencia de espacios de cuidado infantil, en la ruptura de los vínculos y las dificultades que enfrentan las familias para crecer y desarrollarse, para vivir condiciones mínimas de vida y seguridad. Pienso en el hermano adolescente y sus expresiones de culpa: “perdón por no haber estado ahí”, escribió a sus hermanas.
Pienso en las historias de violencia que se repiten, en las miles de familias que han perdido algún miembro durante los últimos años, en los duelos sin procesar, en el estrés postraumático, en la crisis económica, en la conjugación de tantos abandonos y omisiones, en la muerte que sigue presente por todas partes, en los casi setecientos homicidios durante el año, en el repunte de los feminicidios (86 se habían registrado hasta noviembre), en el miedo de los niños a que su mamá no regrese, en el miedo de niñas y adolescentes a salir, en una sociedad que no sabe qué hacer.
Pienso en que tenemos un problema muy serio de salud mental y pienso también en que somos una sociedad enferma. Pienso también mucho en el agresor, en los agresores. ¿En qué momento se rompió este ser humano? ¿En qué momento se alejó de su ser esencial, de la humanidad plena que le habita?  ¿Qué sociedad somos? ¿Cómo es que generamos cada vez más violencia, más atrocidad, más sufrimiento? ¿Cómo llegan estos hombres a cometer crímenes como éste?
Por supuesto quien haya llevado a cabo actos de violencia y delitos como los señalados tiene que hacerse responsable, asumir los daños causados y pagar por ello. Sin embargo, si queremos prevenir que vuelva a ocurrir, es necesario ir a las causas y abordarlas. Es menester la reflexión y la acción sobre los factores que están rompiendo las historias individuales y colectivas.
Por desgracia, no se trata de casos aislados. Estos casos son la punta del iceberg, son el reflejo de una ciudad que reproduce la violencia en todas sus expresiones: la violencia de la pobreza y la falta de oportunidades, la violencia de la impunidad y la corrupción, la violencia de género, la violencia hacia niñas y niños, la violencia en la calle, la violencia mediática, etcétera.
Los casos que alcanzan a hacerse públicos -casi siempre porque llegan al nivel del asesinato o de poner en riesgo de muerte a algún niño o niña-, muestran una ínfima parte del problema. Cuando ello ocurre nos sacudimos, nos indignamos, nos dolemos. Según la información periodística, de enero a noviembre han sido asesinadas a golpes cinco niñas y un niño. ¿Seremos capaces de acostumbrarnos y normalizar también el asesinato de las y los más pequeños? Sólo plantear la pregunta me da horror.
Es indispensable una actitud autocrítica que nos permita ver en qué estamos fallando como sociedad y como ciudad, a fin de garantizar el derecho pleno a la vida y al desarrollo de nuestras niñas, niños y adolescentes. Sólo en la medida en que lo hagamos podremos construir espacios libres de violencia y condiciones de convivencia pacífica. Como afirma Unicef: “el bienestar de la infancia es el indicador más seguro de un hábitat sano, una sociedad democrática y un buen gobierno”. Lograrlo nos implica a todos/as.

lourdesalmada@gmail.com

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