Opinion

Sociedad enferma II

Francisco Ortiz Bello/
Analista

2017-12-02

Nuestra sociedad está gravemente enferma. Padece de un mal progresivo y mortal que se llama falta de valores. Cada vez son más notorios y delicados los síntomas de esta enfermedad entre nosotros, y parece que o no nos damos cuenta, o no queremos hacerlo.
Desde los tiempos más remotos de la humanidad las comunidades de seres humanos han realizado acuerdos para regular su coexistencia, para armonizar los derechos y obligaciones de cada integrante de la comunidad, pero, principalmente, para asegurar la subsistencia del colectivo sin supeditar los derechos del grupo a los de los individuos. Es así como nacen las leyes.
Estos acuerdos o convenciones tienen su origen en la célula básica de toda sociedad o comunidad, que es la familia. Así pues, las reglas impuestas en el hogar en base a valores, principios y creencias tradicionales de la familia como núcleo social se llevan luego al pacto social, que es como se conoce a esa serie de acuerdos y convenciones en las comunidades.
Es así como el respeto a la vida, el respeto a la propiedad, la disciplina, el respeto a la autoridad y otros valores similares, se convierten luego en leyes que deben ser acatadas por todos los miembros de una comunidad. Pero surgieron en sus inicios de las costumbres y tradiciones familiares.
Por eso, cuando somos aterrorizados testigos de actos tan bestiales y demoniacos como el de la violación de tres niñas, y el asesinato de una de ellas, no tenemos más remedio que preguntarnos ¿Qué nos pasa como sociedad? ¿Qué nos está pasando?.
Sin duda alguna algo muy malo y feo está ocurriendo. No puedo comprender qué puede pasar por la mente de un individuo (si es que se le puede llamar así), para atentar de esa manera tan salvaje y cruel contra la inocencia de tres pequeñas. No lo alcanzo a entender.
¿Locura? ¿Drogas? ¿Alcohol? ¿Es un psicópata? ¿Posesión demoníaca? No lo sé. O todo junto quizá. Pero lo que sí me queda muy claro es que, sea lo que sea, se incubó dentro de nuestra sociedad. Surgió de ella. Por tanto, somos responsables todos de lo ocurrido.
Del mismo modo en que los intensos dolores y la destrucción de un órgano vital en el cuerpo humano, son los síntomas finales de un temible cáncer que inevitablemente llevará a la muerte de esa persona, así también esta clase de conductas antisociales, brutales e incomprensibles, son los síntomas de una terrible enfermedad social que, eventualmente, también podría ocasionar la muerte de la sociedad. De ese tamaño es el problema.
Pero, al igual que en el caso del cáncer, hubo otros síntomas antes de llegar al caso que comentamos, y que es sólo un ejemplo de lo que menciono, ya que hay muchos más casos similares, quizá no tan dramáticos y conmovedores, pero igual de sintomáticos de la enfermedad social.
Padres biológicos que violan a sus hijos pequeños, hijos que golpean brutalmente a sus padres, incluso al punto de privarlos de la vida, hombres que violan mujeres, políticos que roban cínicamente y sin límite, los casos son abundantes, por desgracia, y no son argumentos de ficción salidos de las telenovelas o de las películas de Hollywood, producto de la calenturienta mente de algún escritor enfermo, no. Son casos reales. Estrujadoramente reales.
Basta con leer la sección de nota roja o policíaca de cualquier medio de comunicación, para enterarse de alguna de estas conductas abrumadoramente antisociales. Todos los días ocurren. Y muchas más que no son publicadas.
¿Qué hemos hecho al respecto como sociedad? Nada. Nos volteamos hacia otro lado, distrayendo la mirada del terror que causa una escena como las descritas antes, creyendo que con eso arreglaremos el problema. Mientras no nos afecte a nosotros directamente, pensamos, más vale no hacer caso. Hasta que un mal día nos ocurre directamente, y entonces lloramos y nos quejamos de todo y de todos. Lloramos nuestra tragedia cuando antes ignoramos las de otros.
Pero ¿Por qué afirmo que debe ser la sociedad la que actúe y no la autoridad o el gobierno? En principio, se pudiera creer o pensar que debe ser el gobierno o la autoridad quienes pongan orden y metan a la cárcel a quien viole la ley, y trasgreda la paz social. Y sí, es una parte del enfoque o análisis correspondiente. Pero es sólo una parte.
En realidad, es mucho más complejo el problema y, sin duda alguna, tiene su origen en la sociedad. Analicemos.
¿De dónde salen los delincuentes, los malos políticos, los gobernantes corruptos y ladrones, los psicópatas? ¿De dónde surgen? De la sociedad. Claramente es esta sociedad la que está produciendo malos ciudadanos. La que está formando hombres y mujeres sin valores ni principios que, con una asombrosa facilidad, se convierten en depredadores sociales precisamente por esa carencia de principios y valores.
¿En dónde se forma a los ciudadanos? En la sociedad. Dentro de sus instituciones y organización formal. Pero los hombres y mujeres, calidad básica de los ciudadanos, se forman en la familia, en el hogar. Con las enseñanzas y ejemplo de los padres. Con los principios y valores arraigados por generaciones, tales como la honestidad, el respeto, la obediencia, la disciplina, el amor, la vida, etcétera. Valores y principios que pueden varias de país en país, o de una comunidad a otra pero que, en términos generales, giran todos alrededor de lo mismo: preservar la vida, la integridad y el desarrollo armónico de las personas.
Estas reflexiones, necesariamente nos llevan a concluir que es la familia la que está fallando. Estamos fallando nosotros como padres al educar y formar hijos rebeldes, indisciplinados, groseros, ladrones, mentirosos y faltos de otros valores. Por eso, cuando crecen y se integran a la sociedad, no tienen el menor empacho en convertirse en depredadores de la misma.
En agosto de este mismo año, en este espacio, escribí un artículo con el mismo título que el de hoy, y que iniciaba diciendo: “Hijos que golpean a sus padres, esposos que asesinan a sus mujeres, niños que golpean y hasta violan a otros menores, jóvenes que golpean salvajemente a otros, familias enteras que pelean a muerte (literalmente) por una herencia, adultos mayores que son relegados por sus familiares, en fin, una larga, muy larga lista de situaciones nada positivas y que son, en realidad, síntomas inequívocos de una sociedad enferma del peor de los males: ausencia de valores, de principios universales sobre la vida, el respeto, la legalidad y la convivencia social.”
Es grave lo que le ocurre a nuestra sociedad. Muy grave. Porque estamos ingresando en una espiral de descomposición que no puede traer nada bueno. Pero es más grave aún que haya quienes no se den cuenta de esto, y se atrevan a defender y hasta ensalzar, los derechos humanos de un torvo criminal como el sujeto que violó a las niñas de la colonia Felipe Ángeles. Eso no tiene nombre.
El lamentable suceso despertó una discusión social sobre aspectos de la detención, que si se cometieron errores, que si hubo excesos, que si había afán protagónico, que si fue un arresto ciudadano, y algunos otros aspectos sobre lo ocurrido. Qué lamentable. Distrayéndonos en lo accesorio, en lo banal, dejando de lado lo fundamental: el derecho y protección de las víctimas.
Hubo incluso quien aseguraba, con cierto dejo de sorna y burla, que el sujeto saldría en libertad debido a los errores cometidos en su detención. Si se cometieron errores o no, es lo de menos, lo importante es que se le detuvo y que todo hace suponer que es el responsable de tan horrible acto.
Afortunadamente, el juez de control, Félix Aurelio Guerra Salazar, determinó calificar de legal la detención del sujeto por el delito que cometía en flagrancia al momento de ser apresado, con lo que se asegura su procesamiento judicial, pero también debo destacar el estudio y análisis jurídico que realizó la Coordinación de Ministerios Públicos de la FGE en la Zona norte, que permitió aplicar una efectiva estrategia jurídica que evitara o previniera la posible libertad del presunto responsable. Así como se señalan los yerros de la autoridad, es justo reconocer cuando aciertan. Bien por el juez y bien por la FGE.
Un criminal torvo como este (lo afirmo porque está demostrado en su historial delictivo), que ha pasado dos terceras partes de su vida en la cárcel, no puede ni debe andar por las calles de nuestra ciudad. Ni él ni ninguno como él.
Por eso, como sociedad tenemos la ineludible obligación de no producir malos ciudadanos y, cuando los detectemos, denunciarlos para que sean encarcelados o paguen sus faltas. Como familias debemos asegurarnos de formar hombres y mujeres en los más altos valores universales. Si no lo hacemos, estaremos condenando a nuestra sociedad a morir.

fcortizb@gmail.com

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