Opinion

Ya hay contienda presidencial

Luis Javier Valero Flores/
Analista

2017-12-02

Presto a cambiar en todos los protocolos, en las apariencias, para conservar el poder, el PRI atinó solo a la primera parte: Cambió los requisitos para acceder a la candidatura a la presidencia. Ya no se necesita ser militante priista para ocupar esa posición.
¿Apertura democrática?
Todo lo contrario, la designación del exsecretario de Hacienda, José Antonio Meade, rebasa los antiguos parámetros del partido en el poder, si en el pasado reciente, para fortalecer el espíritu partidista, se impusieron varias medidas que le garantizaban a este partido el acceso a las principales candidaturas a solamente quienes contaran con un currículum  partidista (haber sido candidato a un puesto de elección popular, además de haber ocupado un cargo en las dirigencias partidistas), ahora, inmerso en una vasta oleada de desprestigio, decidió postular a alguien que no se le identificara tan plenamente con el partido fundado por Plutarco Elías Calles, tal y como lo dijo el “destapador” oficial del sexenio, Don Luis   Videgaray.
El mensaje es indudable: Para mantenerse en el poder, exhibir una vieja militancia en el PRI estorba en los momentos actuales, dado el enorme desprestigio de este partido –medido en todas las encuestas, y en prácticamente todas las elecciones posteriores al 2015– y muy presente en la percepción popular.
El problema es que cambiaron los requisitos, pero fue lo único pues en los primeros días del “destape” el inminente candidato recurrió a todas las viejas formas de los destapes del pasado, incluidos los eufóricos gritos de los funcionarios y empleados de la Secretaría de Hacienda cuando se anunció su renuncia a la dependencia, ya lo esperaban los dirigentes de los “sectores” del PRI, la CTM en primer lugar, como antes, como ocurría en vida de Fidel Velázquez, el sempiterno dirigente que pareciera dirigir todavía a la central sindical más importante del país, todavía.
Y en esos primeros momentos del júbilo priista (no de todos, pero eso será otro tema) aparecieron tímidamente los defectos del cuasi candidato al momento de hacer política. En medio de los dirigentes cetemistas, Meade expresó que “esta nueva aventura no podía empezar en un lugar distinto que la CTM”.
Con el destape de Meade, el auténtico proyecto transpartidario de las élites mexicanas, dio inicio, realmente, a la contienda presidencial.
No llega con las mejores credenciales, su postulación obedece a varios factores, unos de carácter estrictamente políticos y los de fondo, los del mantenimiento, a como dé lugar, del dominio de los más poderosos intereses empresariales del país, entre los que se cuentan las empresas y sus propietarios que a lo largo de la última década incursionaron en un novedoso negocio: La contratación, negociación, venta y bursatilización de la deuda pública de los estados y municipios.
En este negocio, multimillonario, son partícipes Videgaray y Pedro Aspe, el secretario de Hacienda de Carlos Salinas (quien avaló totalmente a Meade, de quien dijo que “El PRI tiene un formidable candidato en José Antonio Meade y estoy seguro que con su calidad humana, su honestidad , su enorme talento y su amor a México podrá hacer una labor formidable”) y que ha llevado al punto del quiebre a las finanzas de más de una decena de entidades, curiosamente, en aquellas en las que los mandatarios estatales fueron los más fuertemente señalados de corrupción, de los cuales, por lo menos tres de ellos, están bajo procesos penales, en distintos momentos procesales, pero ya encausados por ostensibles actos de corrupción.
No es una coincidencia el hecho de que Meade haya ocupado cargos de los más relevantes en los últimos cuatro sexenios en el área de las finanzas, ni de que forme parte de la élite de funcionarios emergidos de las filas del Banco de México y del ITAM, la universidad en la cual Aspe es una especie de gurú de quienes luego llegan a formar parte de las instituciones financieras y/o de los cargos de finanzas de los gobiernos estatales y el federal.
Y que, además, estos funcionarios forman parte, también, de la élite de los organismos financieros internacionales. Fueron formados para administrar las finanzas nacionales y a través de los organismos internacionales, las de la economía global, siempre con las recetas de la política económica que ha llevado al mundo al desastre, con deudas públicas inmensas pero bancos privados riquísimos, propiedad de los consorcios financieros más importantes del planeta.
Por eso tampoco es coincidencia que dos mexicanos, ambos ligados a su matriz -el Banco de México, o su cercanía o pertenencia al gobierno de Salinas de Gortari- sean hoy de los principales funcionarios de los organismos internacionales, Agustín Carstens en el Banco Mundial de Pagos y Angel Gurría en la OCDE, como si la economía mexicana fuera de las más boyantes del mundo, o que hubiese generado el crecimiento necesario para abatir la pobreza y las desigualdades existentes, caldo de cultivo de la extrema violencia que azota al país.
O que, las reformas “estructurales” aprobadas en el gobierno de Peña Nieto fueran la receta mágica que catapulte el desarrollo económico de las naciones, en la nuestra, por lo menos, no.
Esa complejidad tiene la elección del próximo año, porque, por tercera vez consecutiva, nuevamente López Obrador aparece en el primer lugar de las preferencias electorales y aunque no es un hombre de la izquierda socialista, que impulsara un programa ya ni siquiera medianamente radical, con las características propias desarrolladas en otros momentos y en otros países, su llegada a la presidencia de la república podría detener, por lo menos, el increíble saqueo al que han sometido al país los más poderosos consorcios nacionales e internacionales.
Y la elección, aparentemente, podría desarrollarse de manera distinta a las tres previas. Ahora no arrancará con tres fuerzas en la verdadera competencia pues todo hace suponer que el Frente Ciudadano (PAN-PRD-MC) puede desfondarse, fruto no solamente de sus propios errores e inercias (la disputa por la candidatura, las que se desgranen por el resto de las candidaturas en los estados, etc) sino fundamentalmente a una de las apuestas del lanzamiento de Meade: Que dispute el voto de la centro-derecha, más coloquialmente conocido como el voto “panista”, lo que fue corroborado por las expresiones del ex presidente Vicente Fox y de los integrantes del grupo de Felipe Calderón, Ernesto Cordero, Javier Lozano y otros.
Así, el PRI-Meade le apostaría a dividir en tres al voto derechista -el candidato del Frente, Anaya; los votos de Margarita Zavala y lo que optaran por el candidato priista- además de contar con el propio del priismo, con lo cual, eso plantearían los estrategas del tricolor, estarían en condiciones de alcanzar a López Obrador y rebasarlo en las últimas semanas de la campaña, suponiendo que el candidato de la izquierda haya alcanzado su tope de preferencias electorales.
Lo anterior es lo que podría explicar que Miguel Osorio Chong no haya sido el candidato, aunque adelante de Meade en todas las encuestas, sus negativos (las expresiones de rechazo) son muy altos y reflejan el elevado índice popular  de rechazo al PRI, de ahí que optaran por un no-priista, que parece ser muy panista, pero que cuenta con suficientes antecedentes de simpatías priistas, además de ser parte de los diseñadores y operadores del entramado financiero existente en el país, como es la CONSAR (el organismo regulador de los fondos del ahorro para el retiro), el IPAB después de la desaparición del Fobaproa, además de la desaparición de Banrural y la creación de Financiera Rural, organismo encargado de desaparecer el financiamiento al campo, especialmente al sector social.
Y ese será uno de los aspectos negativos, o de los retos de Meade, el de transformarse en el candidato de las simpatías del electorado priista, de ahí hasta su exageración en los piropos lanzados a distintas organizaciones priistas y al mismo PRI, en frases que recuerdan, en mucho, a las usadas en los años en que los priistas se enorgullecían de ser herederos de la Revolución Mexicana.
Elogiado hasta la saciedad por los círculos cercanos al priismo en todas las esferas de la sociedad, Meade lleva en las alforjas una de las críticas más sólidas, el del enorme crecimiento de la deuda pública de México bajo su conducción, además de otras perlas de la misma importancia.
La deuda creció del 38 por ciento del Producto Interno Bruto cuando inició el gobierno de Peña Nieto, al 48 por ciento en el momento actual.
El argumento usado por Meade en ese endeudamiento fue que sirvió para darle a la economía un buen “impulso”, que si no se contratamos “es muy probable que el crecimiento hubiese sido menor del que alcanzamos”.
Entonces, si los cálculos electorales les salen bien y se precipita la candidatura panista, no crece la de Margarita Zavala, ni la del Bronco Rodríguez -en el supuesto que alcancen el número de apoyos para registrarse como candidatos- entonces estaremos frente a una elección “parejera”, entre Meade y López Obrador, lo que significaría la disputa   entre el más “populista” de los aspirantes, el candidato de la izquierda, AMLO, y el de la derecha, José Antonio Meade.
Es decir, entre la continuidad del régimen o el cambio por la izquierda, ese será el dilema de los mexicanos.

asertodechihuahua@yahoo.com.mx

X