Opinion

Un nuevo libro de historia que hará historia

Víctor Orozco/
Escritor

2017-11-18

El libro del investigador Pedro Siller, Rebelión en la Revolución. Chihuahua y la Revolución Mexicana (1910-1915) constituye uno de los trabajos de mayores alcances sobre el movimiento armado, escritos en los últimos tiempos.
Recién salido bajo el sello editorial de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, será presentado en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara el próximo día 30. A invitación del autor, escribí el prólogo, del cual resumo unos cuantos párrafos, a propósito del 107 aniversario de la Revolución Mexicana.
Se inició en el estado de Chihuahua. No porque su población fuera la más expoliada y las libertades fueran más conculcadas que en el resto del país. Se conjugaron diversos factores, los antagonismos y conflictos de intereses que fueron en aumento, el nacionalismo contra los abusos de los empresarios extranjeros, el despojo de tierras, las imposiciones de autoridades, el activismo de los precursores del PLM, condujeron a una sociedad “preñada de revolución” en Chihuahua
El drama de la lucha armada comenzó en el pequeño pueblo de San Isidro, del municipio de Guerrero. Se encuentra ubicado en una región antaño poblada por hombres y mujeres habituados a la guerra y a darse sus propios jefes. Este distintivo les venía sobre todo de la bicentenaria confrontación que sufrieron con los irredentos guerreros apaches. También de su involucramiento en la Guerras de Reforma y después en la de Intervención Francesa.
Siller hace un retrato del pueblo y nos recuerda minúsculos conflictos internos que luego adquirirán enorme magnitud, el despojo de tierras ejidales, desplantes despóticos y autoritarios. Éstos actos, chocaban con la mentalidad y la historia de los vecinos de los pueblos del distrito Guerrero. Pedro Siller recoge una carta de Enrique Creel a Limantour escrita en los comienzos de la insurrección, en la que aquel describe muy bien al enemigo:
“La índole de los habitantes de ese distrito de Guerrero es muy parecida a la de los “boeros”, pues son valientes, levantados y resueltos hasta el sacrificio. Son además hombres de campo en toda la extensión de la palabra, montan admirablemente a caballo, manejan sus armas con singular destreza, son físicamente fuertes  ...la opinión mía es que este movimiento político ha sido mucho más serio de lo que parece y que no fue improvisado, sino que es el resultado de una labor tenaz de propaganda entre las clases bajas por los Flores Magón y con posterioridad entre la clase media por otros dos grupos políticos.”
Constato que otra descripción bastante parecida había sido hecha por un cónsul norteamericano medio siglo atrás.
Comenzado el alzamiento rebelde, el 19 de noviembre de 1910, encabezado por Albino Frías Chacón, con arriba de cincuenta años, fue sustituido casi de inmediato por Pascual Orozco Vázquez. Este hombre, cuya biografía ha sido esquiva para  distintos historiadores, ha sido en cambio objeto de concienzudos exámenes por parte de Siller. Así describe sus orígenes:
“José Pascual de Jesús Orozco Vázquez nació el 1 de febrero de 1882 en la hacienda de Santa Inés, cercana a San Isidro. Como era la costumbre, fue bautizado en la fe católica... Estudió la primaria en la escuela local y luego en Ciudad Guerrero, Chihuahua, bajo la tutela de un educador chihuahuense muy reconocido: Mariano Irigoyen. Provenía de una familia orgullosa de sus ancestros liberales como su tío abuelo, el coronel juarista Ignacio Orozco...”
Contra todos los pronósticos, la guerrilla de Orozco y demás jefes de la región que pronto se le juntan como Sóstenes Beltrán, Abelardo Amaya, José de la Luz Blanco, Epifanio Coss, Luis A García, no sólo sobrevivió sino que tomó Ciudad Guerrero y fue capaz de resistir al ejército federal. Sufrió una masacre que estuvo a punto de desaparecerla en Cerro Prieto, pero se sobrepuso y continuó librando batallas continuas hasta acercarse a Ciudad Juárez. 
El autor encuentra una fértil analogía entre las justificaciones del ejercicio de la fuerza para deponer a los gobiernos expuestas en dos documentos muy lejanos en el tiempo. El primero, escrito por Andrés Quintana Roo en 1812 y el otro, firmado por Pascual Orozco el 6 de diciembre de 1910. En el primero el antiguo insurgente discurría:
“Cuando no se ajustan las disposiciones del gobierno al interés común de los pueblos o no se pueden conciliar las miras de aquél con los sentimientos de este, hay obligación estrechísima y grave, fundada en el derecho natural, de quitar dicho gobierno y reemplazarlo por otro...”
En el segundo, el revolucionario chihuahuense manifestaba:
... que nosotros aunque amamos la paz, no queremos la paz de los esclavos, puesto que, si estos no tienen libertad, tampoco tienen Patria; es por eso que hemos venido a tomar la última resolución cual es, repeler con la fuerza justa a esa brutal fuerza causa de tanto mal y de injusticia tanta que sobre nosotros pesa...”
Para Siller, el apoderamiento de Ciudad Juárez, era un objetivo prioritario para Pascual Orozco. De hecho, según Sánchez Azcona, el prominente secretario de Madero, se le había convertido en una obsesión. Intentó el asalto en febrero, pero hubo de retirarse por falta de municiones. Tuvo entonces la primera desavenencia con Madero, cuando éste le mandó emisarios para ponerle un jefe. La respuesta de Orozco fue:
“Sí, lucharemos por la causa común hasta el final, la causa de la gente. Pero lucharemos a nuestro modo”. Y volteando a sus hombres, dijo: “Yo no tengo nada que hacer con estos dandies”
Por fin, reunidas todas las fuerzas maderistas en la hacienda de Bustillos, decidieron marchar hacia Ciudad Juárez. En las orillas del rio Bravo se estableció la sede de la Presidencia Provisional. Luego se entablaron interminables negociaciones con los enviados de Porfirio Díaz. Siller revela la distancia entre las intenciones de Madero y su círculo con las de los rancheros alzados en armas. Aquellos no querían ir muy lejos, su deseo era obtener un buen pedazo en el aparato del Estado: ministros, gobernadores... Los rebeldes, que tenían ya sus propios muertos, estimaban que no se habían alzado para desplazar a unos “dandies” y poner a otros. Madero, decidió la retirada y el 7 de mayo emitió un manifiesto en el que les decía:
“Comprendo muy bien el inmenso sacrificio que hacéis con esto; vuestros jefes, especialmente el general Orozco, han manifestado grandísima insistencia, y el deseo de ellos y el vuestro de atacar a Ciudad Juárez... El mencionado general... dando un ejemplo de altísimo patriotismo y de grande abnegación, lleno de dolor ha acatado las disposiciones que se le han dado para que no emprenda el ataque. Ciudad Juárez no será atacada...”
Ya era demasiado tarde. Al día siguiente las avanzadas de ambos ejércitos comienzan a tirotearse, previos gritos con mentadas de madre recíprocas para darse ánimo. La batalla fue sangrienta y Siller la describe en una narración fascinante. Todo terminó con el triunfo revolucionario y el nacimiento de nuevas divergencias entre los victoriosos. Es muy conocido el episodio del intento de poner preso a Madero por parte de Pascual Orozco y Francisco Villa, pero con ser el incidente mayor, Siller nos cuenta otros: en posesión del edificio de la aduana, el flamante como inopinado secretario de guerra nombrado por Madero, el ex senador Venustiano Carranza, quizo impedir la entrada al coronel Marcelo Caraveo, quien le espetó: “aquí huele mucho a rata porfirista”. O el indisciplinado Rojas, quien se presentó ante Madero, siendo recriminado por éste: “¿Y a usted quien lo hizo coronel?. ¡El mismo que lo hizo a usted presidente!”, fue la respuesta.
Fueron apenas indicios, barruntos de las explosiones de ira y violencia que estallarían en unos cuantos meses, entre hombres acostumbrados a mandar y otros acostumbrados a no obedecer.

vorozco11@gmail.com

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