Opinion

Mexicanos que avergüenzan

Francisco Ortiz Bello/
Analista

2017-11-18

El inicio de la campaña publicitaria y de desarrollo de negocios denominada El Buen Fin, paradójicamente, no tuvo precisamente lo que se llama un buen inicio. Sobre todo, para una cadena nacional de tiendas de autoservicio, en una de sus sucursales ubicada en la capital del estado.
Hoy quiero hablar sobre este asunto, exponerlo en este espacio, desde el enfoque amplio que permite analizar una conducta nociva, perniciosa y carente de valores que permea entre la sociedad, porque eso explica en buena medida las razones por las que tenemos políticos corruptos, malos policías, abogados abusones, y una larga lista de oficios y profesiones en las que, quienes las desempeñan, no hacen bien las cosas, y que abusan de otros deliberadamente.
En un incidente que, de no ser por la gravedad que implica, hubiera podido resultar una simple anécdota incluso chusca, pero no se puede pasar por alto las implicaciones éticas, filosóficas y de conducta de quienes actuaron reclamando un supuesto beneficio, cuando en realidad sabían plenamente que estaban capitalizando deliberadamente en su favor, un error de empleados de esa cadena comercial.
Resulta que como parte de las ofertas del programa El Buen Fin, una tienda de la cadena de autoservicios Soriana en la capital, ofertó algunas pantallas planas o de plasma, a un precio de 10 mil 990 pesos. Solo que en la cartulina o cartel anunciando el precio, utilizaron una línea rectangular vertical, en lugar de la coma después del 10, para indicar los miles, lo que llevó a algunas personas a reclamar la compra en 10 pesos con 99 centavos. Los hechos ocurrieron en la sucursal Tecnológico de esta cadena.
Más de 200 personas literalmente pelearon y forcejearon por quedarse con alguna de las televisiones ofertadas. Exhibiendo por supuesto una desmedida ansia consumista y un condenable oportunismo.
Analicemos primero el tema del anuncio del precio. No se trataba de una etiqueta adherida al producto, a cada televisión en lo individual, sino de los llamados preciadores que son cartulinas colgadas por encima de donde se encuentran los artículos a que hacen referencia.
En nuestro sistema numérico decimal, sobre todo tratándose de pesos, la coma indica la separación de las unidades de millar de las centenas, decenas y unidades, de ahí que a la coma le sigan tres cifras. En caso del punto, indica la separación de las unidades de los decimales, que sólo son dos cifras y no tres como aparecían en la cartulina indicando el precio.
Por lo tanto, era fácil comprender que no se trataba de un precio de 10 pesos con 99 centavos, porque en la cartulina se leía claramente 10,990 es decir, diez mil novecientos noventa pesos. De ninguna manera se podría interpretar esa cifra como diez pesos con novecientos noventa centavos, porque en ningún comercio o negocio se indica así ese precio, atendiendo a las reglas de nuestro sistema decimal.
La controversia o polémica surge de la interpretación que le quisieron dar, muy forzadamente, los consumidores a la raya vertical que aparece en el lugar que debería ir la coma, insistiendo en que se trataba de un punto con lo que alegaban el precio de diez pesos. Un argumento extremadamente forzado.
Pero luego viene la otra parte del análisis ¿Puede alguien creer que se ofertarían ese tipo de televisores en diez pesos? Nadie en su sano juicio podría pensar eso. Claro, a menos que se quisiera sacar provecho como se hizo, de la situación. Un beneficio a todas luces indebido.
Era muy evidente que se trataba de un error. Un error costoso para la empresa, pero también para los empleados encargados de realizar y colocar los precios. En consecuencia, aprovecharse de ese error deliberadamente, incluso forzando con presiones legales, constituye sin duda un acto de abuso por parte de los consumidores. Actuar así se llama dolo.
Por lo pronto, se ha comentado que un adulto mayor, el empleado de la tienda responsable de elaborar los precios renunció ya a su puesto, o fue despedido no sabemos a ciencia cierta, pero el caso es que perdió su trabajo a causa no del error en sí, sino por el abuso de las personas que exigieron un precio que no era, causando con ello un daño patrimonial a la empresa.
En un principio, luego de la intervención de Profeco (que inexplicablemente les concedió la razón a los clientes, aunque había suficiente evidencia para que no lo hiciera), la empresa indicó que respetaría el precio a seis consumidores que fueron los primeros en detectar la supuesta oferta, e intentaron hacerla válida en las cajas, pero luego vino la sobrerreacción de poco más de 70 personas que se sumaron a los reclamos de los primeros.
Incluso llegaron al extremo de atrincherarse prácticamente dentro de la tienda, para obligar a la empresa a que les permitiera sacar las televisiones pagando por cada solo diez pesos. Hubo quien pretendía llevarse 10 televisores a ese precio, en una clara actitud ventajosa.
Un día después, en redes sociales, algunos de quienes adquirieron las televisiones las estaban poniendo a la venta, con el consecuente beneficio económico que les redituará esa venta, lo que viene a confirmar y a comprobar el dolo con el que actuaron.
A propósito de las redes sociales, este hecho fue ampliamente comentado en Facebook, generando una amplia polémica entre quienes defendían a los clientes abusones, los menos, y quienes condenaron el acto, una amplia y clara mayoría. Los argumentos a favor y en contra tan variados y numerosos, como el número de opiniones. Desde los que se centraban en cuestiones de orden moral y ético, hasta los que alegaron que los negocios merecían eso porque abusaban de los clientes con engaños y ofertas engañosas o falsas de plano, sin importar que fueran unas empresas las que lo hacen, y otras las que pagan los platos rotos. No buscan quién se las hizo, sino quién se las pague.
Es muy cuestionable y hasta indigno, quienes defienden la actitud de los clientes incómodos de la tienda de autoservicio, sin embargo, hay que entender el contexto de esas posturas.
En un país de grandes y muy marcadas deficiencias, con una desigualdad social y económica producto de la inequidad en el reparto de la riqueza, y con gestiones políticas que cada vez dejan más qué desear, resulta sencillo comprender ese sentimiento de “desquite” o “revancha” de quienes menos tienen. Aunque comprender eso, no justifica de ninguna manera tomar justicia por propia mano.
Pero lo peor es que, muchos de los que exigieron se “les respetara” la oferta de las televisiones, ni siquiera son menesterosos o personas con necesidades extremas. Por los vehículos en los que se llevaron las televisiones compradas, su vestimenta y sus accesorios, resulta evidente que no es gente de escasos recursos. Aunque, insisto, eso tampoco justificaría que lo hicieran.
¿Porque un hecho como este ha cobrado tal relevancia, que ha generado una discusión social muy importante? Porque tiene que ver, directamente, con los principios y valores éticos de esa misma sociedad. Y ahí es donde me surge una fuerte preocupación.
¿Cómo podemos reclamarle a un político corrupto y ladrón sus trapacerías, cuando somos capaces de aprovecharnos vilmente de un error a sabiendas de que no está bien hacerlo? No hay casi nada de diferencia, entre el despreciable acto de un gobernante robando dinero de la hacienda pública, o traficando con influencias o información privilegiada, y el abuso que cometieron decenas de capitalinos en la tienda de autoservicio. Es casi lo mismo.
El ejemplo que dieron a sus hijos los que obligaron a la empresa a regalarles prácticamente las televisiones, es que pueden abusar de alguien cada que la oportunidad se presente, y sin duda que eso harán y serán los futuros depredadores de esta misma sociedad. Si de verdad queremos un cambio en quienes nos gobiernan, debemos empezar por cambiar nosotros mismos, entregando a la sociedad mejores ciudadanos. No hay otra forma de lograrlo.
fcortizb@gmail.com

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