Opinion

Las tv's de 10.990 ¿venganza o justicia popular?

Carlos Murillo/
Abogado

2017-11-18

La gente está molesta. No es el humor social del que hablaba el Gobierno federal hace unos años por la situación actual; se trata de un rencor histórico muy profundo que legitima la venganza popular y que se anida, se oculta y crece.
El Estado tiene el monopolio de la violencia y el pueblo lo sabe; nadie puede hacerse justicia por su propia mano, así que el castigo lo impone y ejecuta la élite del poder público que decide sobre el resto de la sociedad.
Derecho y economía están unidos, las leyes mexicanas están diseñadas para proteger la economía de libre mercado y la casa nunca pierde. Por su parte, el sistema económico también tiene un propósito: que la élite empresarial siga acumulando capital bajo la premisa del "Efecto Mateo"; los que tienen más, tendrán más y los que tienen menos, menos.
Entonces, las élites económicas y políticas son un solo grupo en la cúspide de la pirámide que se articulan para consolidarse. Ahí, en la burbuja del país hacen sus alianzas para mantenerse encima de todos, esa es la regla.
Cada determinado tiempo las élites se pelean entre ellos para subir un escalón brincando por encima del otro pero, como en la vida misma, saben que todo es temporal, así que, quienes pierden la apuesta, prefieren perder algo a perder todo y se preparan para volver a buscar lo mismo en un mejor momento.
El jet set de los políticos poderosos y los empresarios ricos en México son un grupo que se dedica a exhibir su vida privada en las revistas de la high society. La monarquía europea se mezcla entre las páginas con la burguesía mexicana sin ningún pudor, ni chispa de memoria. El tiempo no ha pasado por esos apellidos, ni el dinero viejo ha dejado de ser dorado como sus cabelleras.
Ellos no tienen la culpa, sus abuelos les heredaron el dinero y algo más importante: les dejaron al Estado para que cuide ese dinero y que sigan siendo ricos por generaciones. Nada tiene de perversa la fórmula, los fundadores usaron una lógica tan simple y evidente que pocos la notan. Durante siglos han logrado distraer a todos con las tácticas más elementales, tal como lo describieron los romanos antiguos: al pueblo hay que darle pan y circo. Pero en unos años la crisis será tan grave que sólo alcanzará para circo.
La gente lo sabe. En Polanco se codea la clase dominante, Lords y Ladys de apellidos extranjeros dispuestos a revivir el feudalismo en cualquier esquina, ricos de abolengo y nuevos ricos que encontraron la entrada trasera de la bóveda son los dueños de este país.
Mientras tanto, el pueblo se debate entre la miseria y la pobreza. Sin posibilidades de escalar en la piramide social, por lo que prefieren seguir la corriente o salirse por la vía rápida: el crimen. Saben que las reglas del juego están hechas para que el pobre pierda siempre y no queda otra opción que aceptarlo hasta que regrese Pancho Villa o Emiliano Zapata, pero algún día volverán, mientras tanto hay que rezarle a todos los santos, a Malverde si es necesario.
Un día, el rotulista de Soriana cometió un pequeño error y, en lugar de publicitar pantallas a un precio en miles de pesos, ofrece a 10.990 pesos un televisor de última generación.
Pobre, igual que todos, el empleado que cometió el garrafal error provocó sin querer un agujero negro en la economía. Así, en una realidad alternativa, los dueños de las grandes fábricas deciden regalar sus productos y los comerciantes les ayudan a distribuirlos asumiendo los costos de logística. En este mundo ideal, la gente recibe el beneficio de la ley y el Estado vigila que se cumpla. La escena parece un capítulo del Quijote donde los molinos son derrotados, o de la Rosa de Guadalupe. Una bocanada de justicia en el asfixiante mundo del dinero. Así suena esta campana.
Así que, con la ley en la mano, estos vengadores sociales decidieron hacer patria aferrándose a las cajas de televisores de empresas asiáticas manufacturadas en Juárez o en Tijuana. Es irónico, para comprar una tele de esas un operador de maquila necesita ahorrar su sueldo entero por 4 o 5 meses y esta vez solo necesitó 12 horas para hacer valer sus derechos y llevársela a casa por 10.99 pesos. Un triunfo pírrico que muchos tradujeron en dinero al vender las teles a un precio justo. “Ya las ofrecen descaradamente por Facebook”, acusaron algunos, “es un abuso de los consumidores”, señalaron otros. Como si tuvieran la calidad ética para decir quién sí y quién no abusa de la ley.
Esta vez el pueblo ganó más que el pan y el circo, venció al sistema con sus propias reglas. ¿No es algo para celebrar? La respuesta depende de qué lado estemos.
Por el lado de la empresa que perdió, quien tomó la decisión de entregar los televisores, seguramente valoró la situación y el riesgo de continuar alegando un error en una coma que nunca debió ser punto. Al final pesó más la imagen pública y el diagnóstico de los abogados: el caso estaba perdido frente a la Procuraduría de la Defensa del Consumidor (Profeco) que ya ha resuelto casos similares en favor de los quejosos.
Pero esa pérdida es como quitarle un pelo a un gato, los dueños de Soriana de seguro mostraron la noticia en su celular a los amigos que lo acompañaban en alguna tertulia celebrada en el extranjero, espetando algún mote despectivo digno de la aristocracia conservadora y sin miramientos siguió con el tercer tiempo de la cena. Al final de esta escena, la cuenta en un restaurante le salió más cara que los televisores perdidos y eso no va a cambiar, ni aunque se perdieran todos los televisores de la temporada.
¿Quién gana y quién pierde? También es relativo, finalmente algo tiene cambiar para que todo siga igual, como dijo el filósofo.

murillonet@yahoo.com

X