Opinion

¿Cuáles acosadores?

Cecilia Ester Castañeda/
Escritora

2017-11-11

Dicen que en Hollywood hay mucho nerviosismo a raíz de la ola de acusaciones por hostigamiento sexual que ha alcanzado a todo tipo de figuras, famosas o no tanto: productores, directores, conductores, actores. ¿Quién será el próximo?. La lista ya se extendió a otros ámbitos como la política y el deporte… y a varios países.
A mí no me sorprende. Soy mujer, desde muy joven me di cuenta de la existencia de casos en los que hombres se propasaban de personas como yo, casi siempre al amparo de una posición de mayor poder. Pero vivo en Ciudad Juárez. Abordar el tema del abuso sexual es una obligación moral, algo indispensable si es que vamos a abatir los índices de violencia de género.   
En lo personal aún usaba calcetas y ya había experimentado lo que es ser perseguida por un hombre en camioneta cuando me dirigía a pie a casa de unas amigas, en secundaria escuchaba sobre un profesor —el mismo que años más tarde, siendo funcionario municipal, fue acusado de violación e hizo alarde de no habérsele podido probar nada— que tocaba con cualquier pretexto a sus alumnas, en mi primer empleo me llevé el gran susto cuando vi un “admirador” que me rondaba a la salida estacionado de noche junto a mi automóvil en un vehículo donde había varios hombres más.
Y eso que creo no haber sufrido, con mucho, el acoso reportado por gran número de mujeres.
Si el hostigamiento sexual es algo tan habitual, entonces, o hay un grupo reducido de delincuentes —delincuentes, no ofensores— seriales rompiendo a diario récords de impunidad o son comunes los hombres que incurren en comportamientos abusivos al convivir con mujeres. Yo me inclino por lo segundo.
Esto se asocia, en parte, con los mitos y ambigüedades de las relaciones entre hombres y mujeres, con un trato diferenciado a cada sexo. ¿Quién no ha visto la escena de alguna película donde una mujer termine disfrutando un beso forzado? ¿Cuándo está permitido un cumplido? ¿Por qué en los eventos públicos sigue siendo frecuente hacer referencias al físico de mujeres que participan a nivel profesional?
Tal vez las opiniones al respecto varíen según el género. El problema radica en la perpetuación de una cultura en la cual se vale tratar a la mitad de los seres humanos como objetos, no como personas. Si, además, ocurre en el marco de un ambiente de asimetría en el poder donde el sexo se promueve como mero placer individual están dadas las condiciones para propiciar culturalmente hombres dispuestos a buscar su propia satisfacción sintiéndose con el derecho a “usar” el cuerpo de una mujer —a veces de otro hombre— o presionar para conseguir acercamientos sin el consentimiento de la segunda persona o, inclusive, a pesar de su negativa explícita.
¿Pero qué tiene de malo decir un piropo?, dirán muchos. Eso lo determinan factores como el contexto, el lenguaje corporal, el tono de voz y la jerarquía o las condiciones de desigualdad entre los involucrados.
De acuerdo con la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia mexicana el hostigamiento sexual “es el ejercicio del poder, en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o escolar. Se expresa en conductas verbales, físicas o ambas, relacionadas con la sexualidad de connotación lasciva”. Dicha ley considera como acoso sexual los eventos, únicos o no, de violencia sin subordinación en los cuales “hay un ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado de indefensión y de riesgo para la víctima”.
Poder. Lascivia. Indefensión. Riesgo. Habría que agregar, como señala el Protocolo para la Intervención de Casos de Acoso y Hostigamiento Sexual elaborado por el Instituto Chihuahuense de la Mujer, su naturaleza no recíproca, coercitiva y generadora de un ambiente hostil o humillante.
A todas luces uno de los elementos de esta ecuación se ve afectada en su dignidad, cuando no laboralmente, en su libertad, seguridad o integridad física.
No es para tanto, opinarán muchos. De nuevo es cuestión de apreciación, de respeto, de empatía. Quizá no les hayan hecho tocamientos ni las hayan forzado a presenciar una masturbación o presionado para dar masaje en una habitación de hotel, como se dice ha sucedido en los casos con el productor Harvey Weinstein. Pero probablemente la mayoría de las mujeres adultas se hayan topado alguna vez con ese compañero de trabajo al que todas las empleadas sacan la vuelta por su costumbre de abrazarlas apretándolas en exceso o durante demasiado tiempo, el hombre que procura sentarse sumamente cerca, en opinión de ellas. Y con frecuencia se trata de un respetado decano en el gremio cuyo estatus es difícil de cuestionar, cuya edad mayor hace dudar si no estará una exagerando al incomodarse por el contacto de este señor de rostro impasible pero manos férreas. O tal vez algún conocido casual les puso la mano en la pierna durante una junta de trabajo.
Quizá en su centro laboral hayan escuchado sobre el jefe famoso por presionar a sus secretarias para tener relaciones sexuales con él, el que de repente se abrió el pantalón ante una empleada, el que sorprendió tocándole el trasero a una subalterna. Consideran poco ético, puede ser, a algún médico por acariciarles la mano al revisarlas cuando apenas tenían energía para mantenerse despiertas. Les molestan las insinuaciones de esos compañeros de trabajo que no faltan, las recurrentes miradas irrespetuosas.
Pero nadie presenta una queja formal. Las víctimas desconocen los canales adecuados de denuncia o temen, y esto es parte importante en la cultura del hostigamiento, represalias si enfrentan a los agresores en un sistema donde éstos tienen el poder de su nivel jerárquico superior o el apoyo implícito de un entorno en cuyas pláticas se condona ese tipo de comportamientos. 
Por su parte ellos sienten pocos remordimientos. 
Llama mi atención un estudio de los años 70 reportado recientemente por el New York Times. Samuel D. Smithyman, en ese entonces estudiante haciendo la tesis para su doctorado en sicología, entrevistó por teléfono a cerca de 200 violadores que contestaron el anuncio de un periódico de Los Ángeles. Lo más sorprendente para Smithyman fue la presunta normalidad de los hombres que respondieron de manera voluntaria a la solicitud así como la diversidad de sus circunstancias y antecedentes. De hecho, señala el Times, en los estudios se reporta que la gran mayoría de los violadores reconocen haber penetrado a una mujer sin consentimiento de ella pero casi ninguno admite haber realizado algo similar a violación.
Eso ocurre más o menos con los acosadores, me parece. Pocos se sienten responsables por una generalizada conducta indebida. La justifican de mil maneras, desde la forma de vestir de la mujer hasta la consecuencia de un gusto natural por el sexo femenino.
Sólo que no toman en cuenta la opinión de la otra persona involucrada.
Pero esto puede cambiar. Hace unos días el cómico estadounidense Louis C.K admitió la veracidad de las acusaciones de hostigamiento hechas por cinco mujeres en contra suya. “Después aprendí en la vida”, escribió en comunicado, “que cuando uno dispone de poder sobre otra persona, pedirles mirar el pene de uno no es pregunta. Para ellas es un aprieto. El poder que yo tenía sobre estas mujeres es que me admiraban. Y utilicé ese poder irresponsablemente”. Es un comienzo.

ceccastaneda@hotmail.com

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