Opinion

Ciudad Juárez, la no ciudad

Elvira Maycotte/
Analista

2017-10-03

Nos resulta imposible concebir que Juárez no es una ciudad.
Ciertamente, la verdad sea dicha, Juárez es más que una ciudad: desde hace más de un par de siglos rebasó los 15 mil habitantes, lo cual, bajo la óptica del Sistema Urbano Nacional, la inscribe como área urbana y, más aún, ostentamos el estatus, nada más y nada menos, de metrópoli, toda vez que rebasamos el millón de habitantes y calificamos, además, en la categoría de zona metropolitana transnacional al estar conurbados con El Paso.
Para orgullo de los juarenses somos la octava región metropolitana más grande del país, de las 59 que existen en México, en cuanto al número de habitantes se refiere. ¡LA OCTAVA! En ese sentido, no hay la menor duda de que somos una ciudad.
Más dicen los que saben que ésta no es los edificios, ni las calles y plazas, ni la infraestructura, ni el número de habitantes: la ciudad, a saber, es la población que está asentada de forma permanente en un territorio y derivado de ello encuentra la satisfacción de sus necesidades al vivir en comunidad. Esto significa que, unos y otros, obtenemos beneficios de vivir en una de ellas gracias al intercambio de bienes y servicios que la diversidad ofrece, reciprocidad que en un ámbito idóneo nos llevaría a mejorar nuestras condiciones de vida. En otras palabras, mi existencia y acción favorece a otros, así como yo me beneficio de las actividades de ellos.
De hecho, bajo esa premisa ser ciudadano no significa solamente que se tenga la evidencia de nuestro nacimiento en un determinado territorio dentro del ámbito de un país; significa también ejercer derechos y obligaciones que implican, precisamente, ser parte de ese dar y recibir para vivir mejor, de la participación en esta dinámica de la que no nos podemos enajenar, porque esa falta de intervención pondría en duda nuestra pertenencia.
Y es que para ser ciudadano se requiere, necesariamente, ejercer la ciudadanía. Una cosa no es sin la otra. El problema empieza cuando honestamente intentamos responder en nuestro interior si podemos ser considerados ciudadanos. ¡Vaya asunto! Este tema es similar a cuando nos acercamos al confesionario y debemos dar cuentas de la congruencia de nuestros actos con el ideal moral, pero en este caso se trata de encontrar la coherencia de nuestra participación en la comunidad en un plano meramente cívico.
Hoy día los estilos de vida que la sociedad nos propone, ciertamente, no son los mejores para ejercer la ciudadanía. En términos reales, hemos dado por entender como un acto válido el hecho de que entre menos convivencia exista con otros miembros de nuestra sociedad es mejor, más aún si se trata de personas de diferente estrato económico, etnia, religión e ideología. Cada uno resguarda su espacio y no permite intromisiones, a no ser que superen ciertos filtros establecidos por el propio individuo o por el consenso de un grupo social que desea imponer sus valores e intereses para diferenciarse, y apartarse, de los “otros”. Cada día existe mayor desentendimiento de lo que el otro vive, de lo que el otro padece, de lo que el otro desea; impera la indolencia ante las vicisitudes que una buena parte de los juarenses viven día a día orillados por los modelos sociales y económicos que prevalecen.
Y así, nace la “no ciudad”: impera el anonimato y apenas nos permitimos un ligero cruce de miradas, nos reservamos la amabilidad y el gesto duro se hace presente como un escudo que nos rescata del peligro que percibimos en los espacios públicos que, paradójicamente, han dejado de ser los lugares de encuentro por excelencia; hoy todo es hecho para el hombre medio. Salvo en los barrios tradicionales, pocos lugares de nuestro Juárez son defendidos por las personas que en ellos viven o trabajan para preservar la historia e identidad que les da sentido. Ya son pocos los lugares que los juarenses sentimos como propios. Hemos borrado nuestra historia.
Quizá ahora podamos explicarnos por qué nos es tan difícil alcanzar metas comunes, es más, hemos llegado al límite que nos es imposible acordar cuáles son esas metas, la historia ya nos lo ha demostrado; mucho menos podemos aspirar a solucionar problemas que nos afectan a todos por igual, como es la seguridad, la marginación en que viven algunos grupos vulnerables, el privilegio del bien común sobre el privado. Ingenuamente creemos que, si se les está hundiendo el barco a los “otros”, mientras que en nuestro lado no esté “haciendo agua”, vamos a seguir estando seguros… ¡vemos que se nos está hundiendo el barco y aun así creemos que estamos a salvo!
Es muy fácil: si no participamos, si no nos preocupamos y ocupamos… si no somos responsables del ejercicio de nuestra ciudadanía, por más juarenses que nos sintamos, nuestra ciudad se nos está cayendo en ruinas para dejar frente a nosotros, la no ciudad.

elvira.maycotte@gmail.com

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