Pascal Beltrán del Río/
Analista
Ciudad de México.– Hace 22 años me tocó cubrir el referéndum de Quebec, convocado por el parlamento local para decidir si la provincia canadiense se convertía en nación independiente.
Recuerdo que el gobierno de Canadá –encabezado por el quebequense Jean Chrétien—primero desdeñó el proceso; luego coqueteó con declararlo ilegal y, finalmente, decidió hacer campaña por el “no”, es decir, por la permanencia de la provincia como parte del país.
La decisión de Ottawa fue la correcta. Una vigorosa campaña por el “no” logró revertir las tendencias y al final triunfó por un margen estrecho, 50.58% contra 49.42 por ciento. Desde entonces, los francófonos separatistas no han vuelto a tener la fuerza para convocar a un nuevo referéndum.
Algo así faltó al gobierno de Mariano Rajoy: hacer política. Entiendo el argumento de la ilegalidad del proceso convocado en Cataluña –yo mismo me considero un ferviente defensor del Estado de derecho–, pero cuando cientos de miles, incluso millones, están dispuestos a desobedecer una norma que prohíbe un derecho elemental como votar, ¿puede un gobierno aplicarla por la fuerza? Los hechos del domingo en Cataluña prueban que no.
En el referéndum catalán sólo existió un bando: el sí. Prácticamente nadie hizo campaña por la permanencia de la región dentro de España.
Y lo que sacó a las calles y lanzó a la desobediencia civil a muchas más personas de las que se esperaba –que fácilmente desbordaron a la policía– fue el rechazo al hecho de que se les impidiera votar.
Hoy la noticia en Cataluña, en España, en la Unión Europea y en buena parte del mundo es la violencia policiaca que ejerció el gobierno nacional. Las escenas que dominaron la cobertura el domingo fueron de policías abriéndose paso a macanazos y martillazos y las cabezas ensangrentadas de ancianos que sólo querían expresar su opinión mediante el voto.
Eso no significa que del otro lado haya inocencia. También falló ahí la política. Y el origen de ello es el grave deterioro de los partidos tanto en Cataluña como en el resto de España.
El desprestigio de los partidos ha sido cubierto por la improvisación. La región es dominada políticamente por demagogos radicalizados que para gobernar apelan al nacionalismo –es decir, la diferenciación cultural y el sentimiento de superioridad frente a todos los demás– y han lanzado a los catalanes en una aventura que puede terminar mal.
¿Quiénes reconocerían de inmediato a una Cataluña independiente? Con suerte un puñado de países, de los cuales ninguno forma parte de la Unión Europea, donde existen otros nacionalismos a punto de explotar. Dudo que Estados Unidos y Canadá lo hagan. Dudo también que China lo haga, por el estatus de Taiwán. Quizá Rusia y algunos Estados parias como Venezuela se animarían.
El riesgo para Cataluña es que se cumpla el sueño de los separatistas de independizarse como Kosovo. En meses recientes, se invocó el caso de la exprovincia de Serbia –que declaró de forma unilateral su independencia en febrero de 2008– como modelo de separación a seguir.
Casi diez años después de declararse independiente, Kosovo apenas ha logrado el reconocimiento de poco más de la mitad de los países miembros de la ONU (111 de 193) y no forma parte de esa organización.
Entre los países que no consideran a Kosovo como Estado están Rusia, China, México, Brasil, Argentina, Grecia, Israel y Sudáfrica.
Por lo mismo, los pasaportes kosovares no sirven para viajar en muchas partes del mundo.
Hay, en cambio, otras separaciones que, aunque dolorosas, han tenido éxito porque han sido pactadas. Por ejemplo, la de la República Checa y Eslovaquia, conocida como el “divorcio de terciopelo”.
También es importante decir que la separación no garantiza el éxito. Ahí está el caso de Sudán del Sur, que vive graves conflictos internos, luego de pelear dos guerras para escindirse de Sudán.
Y que no todas las naciones conforman por fuerza un Estado. En el mundo hay tres mil naciones y sólo 200 Estados.
Lo importante en este momento es reconstruir la relación dañada y encauzar a Barcelona y Madrid en una senda de diálogo para decidir si pueden seguir juntos o es mejor separarse de mutuo acuerdo.
Está visto que ninguna de las dos cosas puede lograrse por la fuerza.
Buscapiés
En 2012, cuando la matanza de 20 niños y seis adultos en Sandy Hook, los estadunidenses clamaron “nunca más”. Antenoche, en Las Vegas, se dio la peor masacre de su tipo en la historia del país. En los cinco años previos hubo más de mil 500 tiroteos masivos en Estados Unidos, uno diario (fuente: Gun Violence Archive).