Opinion

Neumann, un jesuita alemán en la Tarahumara novohispana

Carlos Murillo/
Abogado

2017-09-23

Durante la primera conquista de América (que en México fue desde el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta la guerra civil de Independencia 1492-1810), los pueblos originarios de Mesoamérica fueron sometidos violentamente por los invasores, en nuestro caso se impuso un nuevo gobierno conocido como la Nueva España.
Durante esta etapa, los extranjeros se dividieron en dos grupos principalmente; en un primer grupo estaban las autoridades civiles enviados por la Corona Española que se encargaban de administrar las tierras conquistadas junto a un pequeño contingente militar y aventureros que tenían la misión de explotar los recursos naturales descubiertos, así como un segundo grupo que eran los misioneros religiosos enviados por la Iglesia Católica para convertir a los gentiles.
En general, los conquistadores imponían violentamente el nuevo orden en los pueblos originarios, pero cuando las tribus mesoamericanas fueron vencidas (1521) comenzó un proceso que intentaba la pacificación de las tierras conquistas y en algunos lugares se establecieron mecanismos de negociación para continuar con el proceso de colonización.
De ahí que existiera durante este periodo una serie de instituciones jurídicas y legislaciones relativas a los indios, como Las Nuevas Leyes de Indias (1542) o el Juzgado General de Indios (1591), donde la Corona Española demostró su interés por evitar el abuso de los españoles y con esto intentar administrar la justicia para los indios americanos. Por esta misma época la noción de -lo que hoy conocemos como- “usos y costumbres” que fueron reconocidas por los invasores pero no por eso aceptadas.
En general, la transferencia de los saberes occidentales se impuso violentamente, el discurso jurídico de la Corona Española era protector de los gentiles, pero los operadores cometían excesos con el fin de fortalecer las estrategias de dominación, lo que les permitiría mantener el control social al servicio de los intereses económicos de los conquistadores.
Así se impuso la vida occidental, no solamente en la cultura, también en la economía, por lo que usaron a los indígenas como mano de obra, amenazados con castigos que iban desde los golpes hasta la muerte para quienes incumplían las órdenes del nuevo cacique, esta imposición violenta también detonó el epistemicidio y etnocidio que lamentablemente todavía no concluye.
En ese contexto histórico se fundó la Nueva Vizcaya (1562), ubicado en el norte de la Nueva España, en las inmediaciones de lo que hoy es Chihuahua y Durango, cerca de la frontera con Texas, en lo que hoy es Estados Unidos. Por su geografía, fue una de las regiones económicamente más importantes de la Nueva España ya que, en la Nueva Viscaya se encontraron las primeras minas de metales preciosos, lo que convirtió el lugar en un atractivo destino para los aventureros que estaban en búsqueda de riquezas y para ello contaban con el permiso de explotación del Rey de España.
Por otro lado, la Corona Española y la Iglesia Católica tenían una misión evangelizadora en el Nuevo Mundo, así que Roma se encargaría de enviar a grupos de religiosos para convertir a los gentiles.
Según el historiador Luis González Rodríguez, una circular firmada por Gian Paolo Oliva, general de los jesuitas, llegó en 1678 hasta el pueblecito llamado Telê, casi en los linderos que separan Moravia de Bohemia, lo que hoy República Checa.
En ese lugar había un monasterio jesuita donde, según la tradición, pasan el periodo de probación los religiosos, en ese contexto se hacen meditaciones y sacrificios personales durante mes, esto es conocido como “Ejercicios de San Ignacio”, en ese contexto se leyó ante los religiosos la circular llegada de Roma donde se solicitaban “indípetas”, es decir, voluntarios para trabajar fuera de Europa, en territorios confinados a la Compañía de Jesús, tanto en el continente americano o en el extremo oriente. “En respuesta a esta solicitud y a otras posteriores, se conservan en los archivos centrales de Roma más de 20,000 cartas de voluntarios que se ofrecieron para estos trabajos”.
Uno de los voluntarios era Joseph Neumman, de padre germano y madre belga, que estaban al servicio del archiduque Leopold Wilhelm, hijo menor del emperador Fernando II de Alemania y primo de Felipe IV de España, ellos vivieron con Wilhelm en Bruselas tras ser nombrado gobernador de los Países Bajos del Sur.
Joseph Neumann nació durante esta etapa, el 5 de agosto de 1648, desde niño aprendió francés y alemán, unos años después la familia pasó por Austria y Olomutz, reino de Moravia donde Neumann pasó su juventud y comenzó a formarse como humanista en las escuelas de filosofía y religión, para finalmente trasladarse a Clemente de Praga donde fue maestro de latín y después regresó a Brno.
Con 30 años, el Padre Neumann fue aceptado para viajar a México como misionero jesuita, así salió de Praga el 11 de abril de 1678, se reunió en Génova el 4 de mayo con dos tiroleses, uno de ellos Eusebio Francisco Kino, seis austríacos, cuatro italianos, dos sicilianos y cuatro más de Bohemia y Moravia. En Total eran 19: siete para México y doce para Filipinas, como lo narra Luis González.
Los misioneros pasaron por Cadiz y vivieron en el Colegio Hermenegildo de Sevilla, donde aprendieron castellano-andaluz, y, después de varios imprevistos lograron zarpar únicamente Neumman, Ratkay y Boruhradsky el 11 de julio de 1680.
Una vez que atracaron en Veracruz se trasladaron a Puebla de los Ángeles, después a la Ciudad de México, ahí les informaron de las distintas misiones que habían confiado a los jesuitas en el Noroeste de la Nueva España y Neumann eligió la Tarahumara.
Después de 74 días de viaje, el 1 de febrero de 1681 llegaron a la misión de San Ignacio de Coyachi, donde residía el padre José Tardá; desde entonces y hasta su muerte el primero de mayo de 1732, a decir de Luis González “Neumann trajinaría por valles, cañadas, barrancas y montañas en el riñón de la Sierra y en medio del pueblo tarahumar”.

murillonet@yahoo.com

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