Cecilia Ester Castañeda/
Escritora
“Aquí no necesitamos huracán”, escuché decir esta semana. Tristemente, el sarcástico comentario se hizo a raíz de las últimas lluvias caídas en Ciudad Juárez. No sé si era la estela de Harvey, pero mientras a mil 200 kilómetros de distancia Houston registraba precipitaciones históricas, una hora de intenso aguacero nos dejaba a los juarenses los consabidos estragos de siempre.
En efecto, las lagunas, los hundimientos, las vialidades cerradas y las viviendas destruidas que acompañan invariablemente a las lluvias en nuestra ciudad no nos sorprenden. Lo desconcertante, en cambio, es el patrón menos predecible de los fenómenos meteorológicos.
Y eso no ocurre únicamente en Ciudad Juárez.
Esta semana, por ejemplo, veía yo en la pantalla escenas de un aeropuerto inundado. Claro, los vuelos en Houston estaban suspendidos. Sólo que las imágenes correspondían ¡a la Ciudad de México! Mientras en el oriente de Texas por fin empezaba a haber días soleados, en el Pacífico mexicano las alertas por Lidia alcanzaban incluso al centro del país. Esos socavones transmitidos por televisión no se localizaban en la fronteriza calle Ejército Nacional, ni siquiera en el bulevar Juan Pablo II, no, el pavimento estaba abriéndose en la capital. Las declaraciones sobre drenaje obsoleto o infraestructura vial rebasada las estaban haciendo funcionarios nacionales en el centro del país, no voceros locales.
Por su parte Harvey volvía a tocar tierra en el Golfo de México —ahora en Louisiana— y se anunciaba la formación de nuevas tormentas en el Atlántico.
Todo esto me ha puesto a pensar en la necesidad urgente de poner al día nuestro sistema de respuesta a las contingencias climáticas. Sí, ya sé, el drenaje pluvial debió constituir un renglón prioritario desde hace cerca de 50 años, mientras que la urbanización y el explosivo crecimiento demográfico sólo han intensificado el rezago. Pero hoy se ha vuelto evidente un factor cuyo peso ha sido cada vez mayor: el cambio climático. Y va en serio.
Por eso es necesario adoptar medidas pensadas en los nuevos tiempos, dejando atrás hábitos obsoletos, intereses de unos cuantos y falta planeación y de visión a futuro. Aunque en Ciudad Juárez nunca lleguen a golpearnos los huracanes con la intensidad que azotan las costas, las lluvias intensas, lo sabemos por experiencia, sí pueden resultar desde problemáticas hasta francamente catastróficas.
La actual experiencia en el Golfo de México, con sus primeros análisis y lecciones, nos ofrece la oportunidad de replantear nuestra estrategia —o de corregir la ausencia de ella— ante los riesgos hidrometeorológicos. Houston es la cuarta región metropolitana más poblada del vecino país. Irónicamente, reportes periodísticos muestran que en esa ciudad rica e importante se han cometido errores con los cuales los juarenses estamos muy familiarizados.
Según un artículo de CNN, por ejemplo, las autoridades debieron poner mayor atención a factores como el crecimiento desmedido, la laxa implementación de regulaciones y el manejo deficiente de terrenos y presas en una superficie plana. Además, se indica en la nota, la falta de preparación adecuada ya había salido a relucir con anterioridad, incluso este mismo año. ¿Algo de esto le suena conocido?
Salvo los holandeses, ese pueblo experto en el control del agua, aparentemente nadie se prepara para lo peor, hablando en términos de precipitaciones. Y los huracanes como Harvey o Katrina —piense en Nueva Orleáns— rompen todas las expectativas. Sin embargo, en ambos casos registrados en regiones propensas a inundarse han surgido elementos comunes que contribuyeron a agravar la catástrofe: terrenos bajos, construcciones en el cauce natural del agua, drenaje pluvial obsoleto y la falta de infraestructura para el control de grandes volúmenes de precipitación. Sí, allá también.
Claro que en Houston se han intentado implementar reglamentos sobre el uso del suelo, sólo para toparse con fuerte oposición por parte de urbanizadores y políticos, dice un experto a Los Angeles Times.
Eso es parte del problema, aquí y en China, supongo. Los intereses creados ignoran condiciones que obligan a decidir como comunidad y las autoridades ceden a las presiones. No se piensa a futuro. Peor aun, al parecer nadie entiende que vamos juntos en el mismo barco. Harvey alcanzó a todos: pobres y ricos, blancos y morenos, ciudadanos nacidos en Estados Unidos e inmigrantes indocumentados, señala un editorial del New York Times.
Después de esta semana ya no podemos pensar en que se hallen a salvo de la furia de la Naturaleza las residencias en terrenos más altos, las construcciones de mejores materiales o ni siquiera las ciudades con dinero. Las medidas preventivas deben abarcar las zonas urbanizadas enteras. Somos muchos habitantes, viviendo en asentamientos de alta densidad.
Y con las construcciones viene el concreto, el pavimento, el cemento, las superficies impermeables que aumentan las inundaciones al eliminar suelo con vegetación e impedir la infiltración del agua. Llegan asimismo los habitantes, empleados y usuarios vulnerables a las lluvias intensas en un entorno que no contempla la fuerza potencial de las precipitaciones. Adiós al ecosistema urbano.
La explosión de una planta química en Houston mostró otro peligro en las ciudades industriales, como Juárez. La toxicidad de los materiales manejados en ese tipo de fábricas multiplican el riesgo a la hora de un desastre natural. Por eso resulta tan importante vigilar su apego a normas, y a normas estrictas, que por lo visto la generalidad de este tipo de empresas se resisten a acatar. Conviene, también, no concentrar toda una industria en una sola ubicación, a juzgar por las consecuencias en el precio de la gasolina de las refinerías inundadas.
La lista sobre las alertas del Golfo de México aplicables aquí sigue. Pero, naturalmente, existen numerosas condiciones locales que no debemos pasar desapercibidas a la hora de prevenir los daños de las tormentas. Entre las menos mencionadas está incluir suelo con vegetación que auxilie a absorber agua y detenga su cauce. Tomar en cuenta los datos proporcionados por los expertos es otra herramienta importante, tradicionalmente desdeñada en Ciudad Juárez.
Dar seguimiento a sistemas como el de las estaciones meteorológicas, en su mayoría aparentemente desactivadas, no parece muy difícil y sí ayuda a tener un parámetro.
Lo que requiere más voluntad política es corregir la prolongada corrupción en la Junta de Agua y Saneamiento, algo imprescindible a la hora de controlar mejor el drenaje pluvial. ¿Cómo es posible que abunden los reportes de tardaaaanza en la atención de las llamadas, de empleados que cobran al usuario para darle servicio, que le venden partes “de mejor calidad”?
Tenemos un largo camino por recorrer. Y una parte importante es concientizarnos como ciudadanos. Abstenernos de construir en zonas de riesgo, no tirar basura en acequias ni alcantarillas, aprender a identificar factores de riesgo es un principio.
Sobre todo, es hora de respetar las leyes de la Naturaleza en vez de ir contra ellas. Porque 289 desplomes de colectores, según El Diario, en lo que va del 2017 no se oye nada bien. Y aquí cuando llueve, llueve.
ceccastaneda@hotmail.com