Opinion

¿Quién hizo enojar a Tláloc?

Elvira Maycotte/
Analista

2017-08-22

Tal pareciera que Tláloc se enfurece cada vez más con nosotros. Basta que la intensidad de una lluvia pase de ligera para que no podamos salir de nuestras casas sin el temor de vernos atrapados en medio de una laguna, o en el fondo de un hoyanco… o simplemente, se vuelve imposible movernos del lugar en donde el aguacero nos sorprendió. En nuestro Juárez, mientras algunos disfrutan del sonido y aroma de la lluvia, a otros, literalmente, les quita el sueño. Y no es para menos: su patrimonio, completo, y su propia seguridad física están en riesgo.
Hace apenas unos días los vecinos del sector que conocemos como Senderos tuvieron una experiencia que hasta entonces no habían vivido en carne propia: veían cómo el nivel del agua subía por las calles hasta hacer desaparecer los límites de las vialidades y amenazar con inundar el interior de su casa… para algunos, la pesadilla se hizo realidad y el agua entró como una invitada no deseada que tuvieron que sacar con baldes.
Mientras unos se lamentaban: ¿cómo fue que vine a dar aquí? otros, con el apuro de llegar a su trabajo preguntaban con angustia cuál era la vía más segura para salir de la zona; algunos más con mucho sarcasmo y el poco sentido del humor que aún les quedaba se saludaban unos a otros diciendo “buenos y lluviosos día tenga usted, vecino” y no faltó quien, al ver el nivel del agua llegar hasta media puerta de su automóvil, lo ofrecía a cambio por otro más adecuado a la situación: una canoa.
Esto me hizo recordar aquellas lluvias de julio de 2006, cuando un intenso aguacero obligó a decenas de familias a hacer esfuerzos para tratar de salvar las pocas pertenencias que tenían en su vivienda. Vecinos de Las Almeras, Palmas del Sol y Villas del Sur, entre otros fraccionamientos ubicados en la llamada “Laguna de Patos”, realmente utilizaron canoas para salir de sus casas y llevar consigo documentos y algunos artículos de valor que pudieron rescatar.
Entre las memorias más tristes que guardo en mi mente es la estampa de una persona adulta, un hombre de unos 60 años vecino de Villas del Sur, sentado frente a su casa un año después de esa tromba. Su mirada se dirigía hacia la nada, a su lado se contaban unos ocho sacos de arena listos para ser colocados en la puerta de la entrada y así mitigar los estragos de otra posible inundación. Debieron pasar sólo unos meses antes de usarlos pues en el 2008 las lluvias volvieron a recordarle que no estaba a salvo.
Otra imagen que aún resuena en mi mente sucedió en una ocasión, durante uno de los recorridos cotidianos en los que me hago acompañar por estudiantes. Por esas mismas calles, en Villas del Sur, mientras sorteábamos los desniveles de las banquetas agrietadas, despedazadas, y caminábamos sobre los restos del pavimento que alguna vez existió, veíamos a un niño jugar entre los escombros de lo que debería ser un área verde, al menos en los planos. Brincaba entre las piedras y de vez en cuando tomaba una de ellas para aventarla con su vara simulando jugar beisbol. Poco después se acercó un hombre de mediana edad, observó al niño y dirigiéndose a nosotros dijo: “Es mi hijo. Lo quiero mucho… ¿ven cómo está aquí de feo?. Cuando nos inundamos yo me llevé a mi familia de este fraccionamiento para no arriesgarlos, pero la situación está difícil y como no gano suficiente para pagar la renta de otra casa y la mensualidad de ésta, nos tuvimos que regresar.
La indolencia e insolencia en su máxima expresión. Indolencia porque no hubo una respuesta que protegiera a los afectados, aun cuando para ese entonces ya existía un seguro por parte de Infonavit que cubría fenómenos naturales, como la lluvia, que nunca les fue gestionado. Se protegió a los constructores y se permitió que las empresas desaparecieran dejando a los propietarios a su suerte. Condak, la empresa que construyó Villas del Sur cerró sus oficinas en esta plaza; igual lo hizo Homex y, algunas otras que aún tienen presencia en la localidad, olvidaron que son los patrocinadores del problema que endosaron a otros. Insolencia, porque unos meses más tarde, mientras los habitantes de esas pequeñas casas ven su patrimonio en ruinas, el mismo propietario de Condak y “distinguido” empresario de la alta sociedad juarense, dictaba conferencias en la Ciudad de México y compartía su experiencia sobre cómo construir vivienda social exitosamente.
La expresión “Juárez bajo el agua” ya se ha hecho habitual; ver a los peatones y ciclistas desafiando el agua sucia y hasta maloliente de los charcos que los apresurados conductores les salpican a su paso nos es indiferente. No, no nos engañemos. Es la acción del hombre sobre la naturaleza la que le provoca y la obliga a manifestarse. Son los intereses de unos cuantos que se imponen al bien común. Nosotros tenemos poca memoria, pero ella no. No, nadie hace enojar a Tláloc, simplemente, el agua sigue su curso.

elvira.maycotte@gmail.com
 

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