Elvira Maycotte
Académica
Deambular por las calles de Ciudad Juárez nos introduce en un universo de sensaciones, en una suerte de viajes por mundos con paisajes tan diversos y pintorescos, como áridos e inhóspitos, que han sido testigos, pero también producto, de épocas de bonanza, de crisis y resurgimiento.
Nuestro viaje inicia en un primer mundo, con paisajes escenográficos que sugieren un estilo de vida que pocos conocen, pero del que muchos han oído hablar: imágenes sofisticadas a la manera parisina, californiana y aun romana que intentan replicarse en un contexto que los vio nacer no de forma natural, sino como un signo de distinción que en la práctica establece la diferencia, elocuente, entre quienes “vivimos aquí adentro” y los que deben permanecer afuera. Es un mundo realmente bonito, lleno de alegorías que nos invitan a pasear y caminar dentro de esas grandes y sombreadas áreas verdes… que sólo podemos ver a lo lejos.
Cerca de ahí, a solo unos cuantos minutos, existe un mundo también de primera, quizá para algunos un poco añejo, pero siempre y tradicionalmente relacionado con la aristocracia local. Antes abierto, hoy también se ha apartado de los “otros”; bajo el argumento de la inseguridad dejó afuera a aquellos que pudieran irrumpir la tranquilidad y, ¿por qué no?, la imagen unísona que reina al interior.
Al proseguir nuestro viaje, muy próximo a estos dos mundos –por cierto, no muy numerosos– nos encontramos con otro, relativamente nuevo y creciente, en donde se materializa la naturaleza aspiracional de nuestra sociedad: en cotos cerrados se emula el estilo de vida que surge del paradigma de la movilidad social, más aun tratándose del lugar en donde se habrá de vivir.
En este mundo tiene cabida la ilusión por ser parte de una realidad deslumbrante, un espejismo que coexiste con los conflictos de una cotidianidad que no permite ser ajenos al ruido y a la gente; a las calles y al polvo; a la distinción inacabada.
Pero más allá de los paisajes paradisiacos que nos trasladan a otras realidades y a los ámbitos del abolengo y linaje, real o recién emulado, existe un mundo del que todos hemos escuchado y, más aún, creemos conocer. A pesar de estar no muy alejado de los otros mundos –a unos treinta minutos en automóvil, aunque para los más desafortunados pudieran llegar a ser dos y hasta tres horas en transporte público– la experiencia al transitar por sus calles nos hace pensar que estamos en otra ciudad, muy ajena y apartada al Juárez de la escenografía: el olor de los alimentos cocinados en casa o de aquellos que se venden en las banquetas se mezclan con el aroma a aguas negras o charcos malolientes; los perros callejeros que vagan por las calles superan a los niños que juegan en ellas; los parques inhabitados, las bancas rotas, las calles donde otrora hubo pavimento… el tianguis, la arena y los chamizos rodando. Es el otro Juárez.
Aquí es el lugar de las paradojas: ¿quién puede explicar que la esperanza y la desesperanza cohabitan en un mismo lugar? Es el lugar de los sueños y de las desilusiones.
Quienes llegaron aquí lo hicieron pensando en el mejor sitio para llevar a vivir a su familia, en la consolidación de su patrimonio y en el tránsito de un estatus socioeconómico a otro superior, esto por el significado que culturalmente le hemos asignado a ser propietario de nuestra casa… pero muchos también llegaron ahí por el engaño y la desinformación: hay quienes no conocieron la casa que habrían de pagar por los siguientes 20 ó 30 años de su vida hasta el día en que recibieron las llaves de la puerta principal.
El desencanto llegó, y llegó hasta el extremo de que, según INEGI, para el 2010 poco más de la tercera parte de las viviendas al sur y suroriente de la ciudad estaban desocupadas y, en casos extremos como en los fraccionamientos Rincón del Amanecer, Terranova Sur, Urbivilla del Prado, Valle del Marques, Urbivilla del Campo, Valle de Fundadores, Parajes San Isidro II, Portal del Roble II, y Villa Residencial del Real se podían contar hasta siete viviendas desocupadas por cada diez.
No hay suficientes escuelas, tampoco acceso a servicios de salud; las guarderías son casi inexistentes y la infraestructura se ha disfrazado de equipamiento: los que debieran ser parques en realidad son vasos de captación de agua pluvial, cercados y áridos, que pretenden mitigar los efectos de la ocupación de terrenos no aptos para uso habitacional.
De forma altanera las rejas y las bardas son la expresión de un lenguaje que hace manifiesta la segregación que vivimos en Ciudad Juárez: los patrones de ocupación del territorio muestran los contrastes entre las formas y condiciones de vida al norte y al sur de la ciudad, también diferentes y con cualidades propias respecto al poniente, siempre marginado.
Como polvo entre las manos se ha ido no solo la ilusión y el patrimonio de quienes viven en alguna de las más de ciento cincuenta mil viviendas que el cabildo aprobó para su construcción al sur de la ciudad entre los años 2000 y 2010, sino de todos los juarenses y, si bien muchos son los factores, uno de tantos es la expresión de una sociedad fragmentada que gusta de la distinción, de la diferenciación entre los que pueden y los que no, olvidando que aquél sur, desde el oriente y hasta el poniente, no es invisible, no es el otro Juárez… Es el Juárez de todos.
elvira.maycotte@gmail.com