Opinion

Claves sucesorias

Pascal Beltrán del Río
Analista

2017-08-15

Ciudad de México.-  He dado cuenta en este espacio de la inutilidad de hacer pronósticos sobre la definición del candidato presidencial del PRI cuando esa decisión recae primordialmente en una sola persona: el Presidente de la República.
Si es verdad lo que ha dicho a los medios el líder nacional del PRI, Enrique Ochoa, en el sentido de que el partido no tendrá candidato antes del primer trimestre de 2018 (“porque así lo establece la legislación electoral”), es probable que ni el propio Enrique Peña Nieto tenga claro a quién nombrará.
Si un mes es una eternidad en política, imagínese cinco o seis meses. La cantidad de cosas que puede suceder de aquí a entonces es enorme.
Sin embargo, hay hechos que precederán la designación del candidato del PRI, que seguramente irán dando claridad sobre el tipo de aspirante por el que pudiera decidirse el presidente Peña Nieto.
El primero es la definición sobre si habrá o no habrá alianza electoral entre el PAN y el PRD para contender por la Presidencia el año entrante.
Esta semana, el Consejo Nacional del PRD discutirá la integración del Frente Amplio Democrático, como se ha llamado a esa hipotética alianza con Acción Nacional y otras fuerzas.
El sábado 19, los consejeros perredistas votarán el documento aprobado por la dirigencia nacional el mes pasado. Asimismo, decidirán si Alejandra Barrales permanece al frente del partido o si es sustituida, y cuánto tiempo durará el nuevo interinato.
Pensar que el presidente Peña Nieto tiene claro a quién debe postular el PRI sin que se haya definido si la contienda del año entrante será entre dos fuerzas reales (PRI y Morena) o entre tres (PRI, Morena y el Frente Amplio) es, simplemente, un despropósito.
Lo que votó el pasado fin de semana la Asamblea Nacional del partido tricolor fue mantener lo más abiertas posibles las opciones del Presidente.
Hoy por hoy, el PRI tiene al menos ocho precandidatos. Por orden alfabético: Eruviel Ávila, José Calzada, Enrique de la Madrid, José Antonio Meade, José Narro, Aurelio Nuño, Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Videgaray.
Por supuesto, cada uno de ellos tiene más posibilidades o menos posibilidades que los demás de convertirse en el candidato, pero la baraja sigue abierta.
Si se concreta la alianza entre el PRD y el PAN, ¿qué tipo de candidato necesitaría el PRI?
¿Uno que pueda asegurar el mayor volumen de voto duro priista o uno que aspire a competir por el apoyo de los ciudadanos sin partido que también disputará el Frente?
Si no se hace la alianza y la competencia principal se da entre el PRI y Morena, ¿quién sería el candidato óptimo de los priistas?
¿Uno que contraste con Andrés Manuel López Obrador –por ejemplo, en edad– o uno que busque atraer a quienes simpatizan con la izquierda?
Otro hecho que sin duda marcará la decisión de Peña Nieto será la salida de Agustín Carstens del Banco de México, que se concretará en noviembre.
¿Los mercados quedarán conformes con el reemplazo de Carstens si éste es uno de los actuales subgobernadores del banco central o las circunstancias obligarán a Peña Nieto a echar mano de José Antonio Meade para sustituirlo?
Es probable que el Presidente ya tenga contemplado qué hacer ante la renuncia de Carstens, pero la economía no es una ciencia exacta. No se puede prever el escenario económico del próximo otoño, más aun cuando estén corriendo los tiempos de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Los mercados estarán pendientes de ese proceso, que comenzará mañana miércoles en el hotel Marriott Wardman Park, de Washington, DC.
Si para noviembre las negociaciones transcurren suavemente, y no hay otras turbulencias económicas, el proceso de relevo de Carstens en el Banco de México podría soportar una solución institucional. Sin embargo, si la situación exige enviar un mensaje para pedir confianza, tal vez Meade sea requerido.
Personalmente pienso, como escribí aquí ayer, que la Asamblea Nacional del PRI, que concluyó el pasado fin de semana, no hizo definiciones ni mandó señales en torno del destape del candidato del PRI.
Lo único que hizo respecto de la sucesión –insisto– fue: 1) dejar claro que la decisión sobre la candidatura recaerá en buena medida en el presidente Peña Nieto y, 2) otorgar al mandatario la mayor flexibilidad posible para tomar dicha decisión cuando llegue el momento.

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