Francisco Ortiz Bello/
Analista
El análisis político desde el enfoque periodístico, y aún como disciplina de estudio académico, se ocupa regularmente del estudio de las relaciones, actos, decisiones, interacciones y trabajo de los políticos, gobernantes, dirigentes de partidos y en general de todos quienes se dedican en forma activa y directa a esta actividad. Pocas veces nos ocupamos de otro elemento que también es parte de la política: el ciudadano.
De hecho, no es posible entender la definición de política como actividad social, sin incluir en ella al ciudadano, el fin último de la política, el destinatario de los afanes de los políticos, pero también al que es origen de la clase política. Porque los políticos, todos sin excepción, surgen de la ciudadanía.
Tampoco se podría comprender la naturaleza de nuestros políticos, sin entender primero la naturaleza de nuestros ciudadanos. Ambos guardan una estrecha relación, casi simbiótica, de causa-efecto en su participación dentro de la sociedad.
Dice una máxima de la sabiduría popular que “nadie puede dar lo que no tiene” y, en el caso de los políticos y la política, aplica a la perfección porque una sociedad desaliñada, indiferente, sin conciencia de la legalidad, corrupta y deshonesta en términos generales, no puede aspirar a tener políticos decentes, éticos, profesionales, honestos y eficientes. es así de sencillo. El árbol de manzanas no puede dar peras.
Y ese es el punto al que quería llegar. En semanas pasadas, hace al menos dos meses, en el mes de mayo, ocurrió una trifulca en el establecimiento denominado Silver Fox, hoy muy de moda entre nuestros jóvenes, en la cual un grupo de 5 o 6 jóvenes golpearon brutalmente a otro hasta dejarlo inconsciente en el suelo, además de causarle severas fracturas en mandíbula y costillas que lo tuvieron hospitalizado por varios días.
No, no es la trama de alguna película de acción de Van Damme, ni tampoco el argumento de alguna telenovela de narcos tan de moda hoy en nuestros días, no. Es la pura verdad de hechos reales que ocurrieron una madrugada de mayo en nuestra ciudad, y cuyos protagonistas fueron jóvenes juarenses y no despiadados criminales del hampa organizada.
¿Qué se necesita para golpear salvajemente a un igual hasta hacerle perder la conciencia? Y, aun así, ya tirado en el suelo, continuar la golpiza a puntapiés hasta cansarse. Y la pregunta tiene la intención de reflexionar sobre lo que cada uno de nosotros sería capaz de hacer contra la vida o integridad física de otro ser humano. Porque además eso va estrechamente relacionado con los valores inculcados en el hogar, y que tienen que ver con el respeto al prójimo, el respeto a la vida, el respeto a las leyes y, sobre todo, la condición de ser humano racional, inteligente y social. Sólo las bestias y los malandros son capaces de causar tanto daño a otro igual, y las bestias lo hacen por defender su territorio, su comida, su grupo o su vida, pero no por gusto.
De acuerdo con lo que ha informado La Columna de este diario en los dos días anteriores, en el Silver Fox se celebraba la graduación de la joven Arantxa Fuentes, heredera de una dinastía de reconocidos empresarios juarenses. Llegado el momento y sin que hasta hoy se conozca la causa precisa, alcoholizados al extremo, un grupo de muchachos entre los que se ha identificados a Óscar Valencia Aguayo, René Pinoncelly García, Diego Cantú Peraldi, José Andrés Contreras Hayes y Adrián Beltrán González, todos ellos descendientes de destacados y reconocidos empresarios, académicos o políticos de Juárez, golpearon brutalmente, salvajemente, a Sebastián Díaz Ponce, nieto del actual regidor y ex presidente municipal de Juárez, Carlos Ponce Torres.
¿Cuántos casos como este ocurren en la ciudad a diario sin que sean tan públicos y notorios? Nos dicen fuentes de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal que, con sus variantes y distintos niveles de intensidad, pero ocurren casi a diario. Hoy, la relevancia de los nombres y apellidos involucrados le ha dado una notoriedad pública distinta a la nota, pero ocurre con mucha mayor frecuencia de la que imaginamos.
Y si bien, por un lado, el caso cobró trascendencia por tratarse de quienes se trata, el asunto es mucho más grave de lo que creemos porque, independientemente de los nombres y apellidos, por otro lado, el tema grave aquí es que la violencia, la agresividad, los golpes sean “el lenguaje” cotidiano de nuestros jóvenes para resolver sus diferencias. Y más, una violencia tan salvaje y desproporcionada más propia de desalmados delincuentes, que de jóvenes pertenecientes a familias acomodadas de la ciudad.
Pero, insisto, la problemática no es exclusiva de juniors ni de una clase socioeconómica en particular, está generalizado entre nuestra juventud, y es ahí donde la desesperanza, decepción y preocupación calan hondo en nuestro ánimo, porque si esos jóvenes de hoy son los futuros dirigentes políticos, empresariales, académicos o sociales de este país, bueno, pues ya podemos ir adelantando que nos espera un negro futuro. Ese es el problema real de fondo.
¿Qué estamos haciendo realmente, como sociedad, para vivir dentro de una cultura de la legalidad y una convivencia social armónica basada en el Pacto Social? ¿Qué estamos haciendo desde nuestras familias para entregarle a la sociedad ciudadanos responsables, honestos, preparados, limpios, íntegros, pacíficos y respetuosos de las leyes? Si la familia es la célula básica de la sociedad, y hoy nuestra sociedad presenta síntomas inequívocos de una enfermedad llamada violencia ¿Qué es lo que está ocurriendo al interior de las familias juarenses para formar jóvenes violentos y propensos a la ilegalidad?
Y es aquí, luego de reflexionar sobre las preguntas anteriores, que llegamos al punto donde el análisis político debe incluir, para estudio y revisión detenida, esta clase de fenómenos sociales para comprender mejor por qué existen tantos Duartes, Yarrintongs, Padreses, Borges, Graniers, Medinas y toda esa fauna de políticos inescrupulosos a los que las leyes, la sociedad y el bien común les han importado un reverendo sorbete. Igual que les importó lo mismo a los jóvenes del Silver Fox golpear inmisericordemente a otro joven igual que ellos, sin importarles que pudieran causarle la muerte.
La autoridad encargada de investigar y dictaminar sobre lo ocurrido en el Silver Fox tiene ante sí un gran reto: hacer justicia. Sin importar apellidos ni relaciones de poder, la FGE debe investigar, documentar y consignar a los responsables de esta golpiza, sean quienes sean y los padres, abuelos o familiares influyentes de estos jóvenes deberán abstenerse de intervenir para torcer la justicia en favor de sus descendientes. Es la mejor oportunidad que tienen de darles una poderosísima lección de vida, para su propio bien y también en beneficio dela comunidad.
Pero el asunto no para ahí. Como sociedad, tenemos la inevitable obligación, todos por igual, de reflexionar acuciosamente sobre el tema y, en un detallado autoanálisis individual, evaluar en qué condiciones está nuestra propia familia para detectar las áreas vulnerables y corregirlas, o de lo contrario alguno de nuestros hijos podría ser el siguiente joven golpeado como el del Silver Fox. O, peor aún, pudiera ser alguno de los victimarios que termine en la cárcel, en última instancia, en cualquiera de los casos, llevándonos a extremos de crisis poco deseables.
Lo ocurrido el 22 de mayo en el Silver Fox, debe servir a la comunidad juarense para vernos en un terrible espejo de violencia y agresividad cotidianas, que poco tienen que ver con la delincuencia común u organizada, pero que son muestras claras de que nuestra sociedad está enferma de violencia e intolerancia. O arreglamos eso, o en un futuro no muy lejano pagaremos, todos, las consecuencias.
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