Opinion

Un hombre serio

Sergio Alberto Campos Chacón/
Analista

2017-08-12

Hace unas semanas declaró Ivonne Ortega Pacheco, ex gobernadora de Yucatán por el PRI, que su partido lleva perdidos cuatro millones 700 mil votos en las últimas elecciones federales y estatales, suficientes para alertar horizontes complicados para la elección de 2018, y la urgencia de estudiar las causas de esa depauperación del acostumbrado apoyo social.
Tal vez esos casi cinco millones de votos sean a los que se refiere Andrés Manuel López Obrador, recibirá Morena el próximo año.
Ayer el PRI celebró asamblea nacional para definir criterios y mecanismos internos hacia la selección de la persona que jugará como su candidato a la presidencia de la República. Fueron presentados también los resultados de las cinco mesas de trabajo realizadas en igual número de Estados a partir del miércoles nueve.
Por declaraciones y movimientos de líderes priistas relevantes, de grupos y familias influyentes en las tareas internas y electorales del PRI, asoman exigencias de llamar la atención de Enrique Peña Nieto acerca del perfil del candidato priista a la presidencia de la República.
El priismo clásico, tradicional, con registro histórico actuante en el partido, en el desempeño de trabajos electorales, se opone, expresa o implícitamente, a que en el proceso interno jueguen personajes con militancia nueva; otro sector avala la pretensión que pueda ser candidato casi sin militancia que, significaría entrar a una magna aventura por la ínfima legitimación partidista y social.
Es evidente que la preocupación nace, primordialmente, del desprestigio al que gobernadores, secretarios de Estado y legisladores colocaron al PRI, cuyos elementos nacionales revolucionarios borraron tanto las dirigencias nacionales, estatales y municipales, como los presidentes de la República.
Esa calificación de nacionalismo revolucionario, si bien cuestionada, empieza a desaparecer a partir del presidente José López Portillo, inclinador del fiel de la balanza hacia la derecha; se fortaleció con Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto que, bien vistos, las diferencias son pocas.
Ni siquiera el liberalismo heredado de la reforma juarista permea en el cimiento militante priista, como tampoco en la masa social electoral, suelta en el libre juego neoliberal de los partidos políticos de mayorías o creados para dividir y repartir el voto y posiciones en las legislaturas o empleos públicos.
Cada elección presidencial tiene características propias, la que se avecina, parece ser, se está articulando en un gran compromiso entre los liderazgos de los partidos políticos con más presencia: PRI, PAN, PRD, en defensa de sus férreos intereses.
Los tres sectores del PRI: CTM, CNC Y CNOP, se antojan fantasmas que deambulan sin rumbo, sin tino, sin seguimiento efectivo del estrato social que representarían, de origen.
Me parece que el último gobernador priista clásico en Chihuahua fue don Manuel Bernardo Aguirre; que los siguientes han sido pro derecha-PAN; que el abandono de la ideología del proyecto inspirador del PRI, junto a los desvíos en la administración pública llevaron en 2016 al triunfo electoral del PAN, al menos, formalmente.
En México se sabe que los chihuahuenses votaron contra la manera injuriosa de gobernar de César Duarte, y por la confianza para enderezar el Estado, depositada en lo personal a Javier Corral Jurado. 
El futuro dirá si la decisión de Corral fue acertada o equívoca de olvidar a la sociedad civil en la inclusión en su gobierno, cubierto densamente por panistas, acumulados los yerros cotidianos en que incurren, en términos generales, por no entender la cosa pública y sus dificultades sin fin.
El resultado electoral de 2018 indicará el grado de lesión ocasionado a la sociedad civil si, efectivamente está agraviada.
Entre las inquietudes manifestadas en esa asamblea priista saltan los demonios que ellos mismos crearon, por sus omisiones de administrar con buen y recto criterio, velando en todo por el bien y prosperidad de la nación, de la nación social, con justicia social.
En la elección presidencial, se vaticina, que sus propios demonios devorarán sin piedad los dislates de sus líderes a los pocos principios ideológicos que aún pudieren conservar, así sea en la letra, en los estatutos.
El PRI relajó su relación con los dirigentes seccionales, muchos de ellos, por edad se apartaron paulatinamente, emergieron generaciones nuevas, poco atendidas, jóvenes sensibles al daño moral y socio económico del que los hicieron objeto, sin trabajo, sin oportunidades, en la desigualdad.
La comunidad joven se rebela al estado de corrupción, simulación y olvido de sus requerimientos; esperan saber del proyecto de nación que mejor se acomode a sus aspiraciones.
El tan analizado “Encuentro Chihuahua. Problemas Contemporáneos de México” celebrado el viernes cuatro del presente en Casa Chihuahua, al parecer convocado por el gobernador Corral Jurado, reunió a importantes politólogos nacionales que, bien a bien, ¿a quién representan política, masiva y socialmente? No desestimo a personajes como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo que fijaron centralmente los desafíos y complejidades en que se debate el país y la reducida potencial influencia de ese Encuentro.
Esta reunión aporta material para muchas reflexiones, pero sostienen los analistas, sobresale la intención de constituir un frente opositor amplio para neutralizar a López Obrador.
Politólogos nacionales colocan al PRI, PAN y PRD en rumbos conservadores, por su propia condición asociados a la derecha ideológica y clerical, empresarial neoliberal y a las órdenes del gobierno de los Estados Unidos.
Salvo el PAN que permanece en su ruta tradicional de nacimiento, animando la privatización de los servicios públicos, tenemos un PRI cuyas relaciones internas tienen fisuras severas y negadoras, en lo inmediato, de la simpatía del electorado, que pueden cambiar cuando presente su oferta y construya la armazón estratégica adecuada para 2018.
Del PRD desertan cientos o miles de militantes para sumarse a Morena; la izquierda que representó se fue al otro extremo, a la derecha, decepción, se sienten traicionados por sus líderes por cargos legislativos, administrativos o en rangos de asesorías.
Practicismo barato, inverosímiles disputas ideológicas en las tribunas con la derecha; apariencia en los debates legislativos, cumplir el papel de la simulación; acuerdos vehementes con el gobierno de Enrique Peña Nieto.
México necesita un hombre serio en la presidencia de la República, que estimule la cohesión del país, de todas las clases sociales por el bien de la nación.
Si se desea la continuidad peñanietista, cualquiera puede ser candidato del PRI, PAN o PRD, que tengan éxito, es otro tema.
La historia enseña que naciones que se pensaba habían perdido para siempre su identidad, resurgen y regresan por sus fueros, por sus raíces; desechan caminos artificiales que les conducían al desyerbe de su origen.
Tengo la impresión de que la población mexicana que va a resolver la elección federal de 2018 aguarda la candidatura idónea, la que sea mejor, la que haga suponer, suponer, grados de confianza para darle el sufragio, si es un hombre serio. De no ser así, aumentará el abstencionismo; la pérdida de fe, de credibilidad en la política.
México es una nación asimétrica, desigual; profundos contrastes entre riqueza en unos cuantos, pobreza y miseria en millones.
Por intereses y ambiciones apátridas soltaron los hilos del control político y social; ahora no encuentran cómo hilvanarlos; la corrupción, colaboracionismo e impunidad lo impiden.
Ningún partido político se salva de sus propias contradicciones al interior y al exterior; por más conjuros e invocaciones, las voces críticas provienen de sus militantes, víctimas hartas de la violencia y la corrupción.
Muchos mexicanos hemos pagado alguna cuota a la violencia, otros, no tardan; infinidad, miles, no le han sobrevivido, el drama y la tragedia palpita en las familias.

¿Cómo así, pedir el voto?
¿Para que subsistan la patología social, el robo insaciable de los dineros de la nación, de todos los mexicanos? Tienen gula de oro.
Son personajes que Guillermo Shakespeare no imaginaría, que Víctor Hugo no les encontraría lugar en Los Miserables, o Bernard Shaw batallaría para usarlos en sus críticas novelescas a las instituciones inglesas; son únicos.
Las características son la simulación, sumisión, abyección, los siete pecados capitales, la villanía, la deshonra, el silencio y miradas bajunas, la conveniencia rapaz. ¡Qué difíciles personajes!
Sumemos la mueca que parece sonrisa y tendremos un imbécil, esto es, el que no se auto gobierna, es dirigido y ordenado por otro u otros; el hombre mediocre que describe José Ingenieros, pero que, no obstante, engaña con la mueca para servirse de los demás.
En los pasillos de la nación se escucha: ¡Ya basta!
¿Cómo así, pedir el voto? ¿A quién creer?
Insisto que hay genes buenos, malos, demagogos, falsos, ambiciosos, egoístas, carismático-buenos, carismático-perversos.
Mundillos sórdidos de falsos; al acecho, esperan el llamado como candidatos a gobernadores, senadores, diputados federales o estatales, presidentes municipales.
¿Para qué quieren ser, si llevaron a México a la decadencia? ¿Saben que miles de personas, de familias, viven en casas de cartón?
Dijo doña Lupe (Isela Vega) en la película La Ley de Herodes: “Todos son iguales”.

scampch_@hotmail.com

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