Carlos Murillo/
Abogado
Me gusta ir al bordo en la madrugada porque el paisaje es majestuoso. Durante el crepúsculo las dos ciudades parecen unirse, pero las lámparas nos recuerdan lo lejos que están. Como pequeñas perlas brillantes, los focos sirven como la guía de corte que le sirve a las tijeras; los puntos luminosos son el hilo de un fino bordado que une y separa las dos piernas de un mismo cuerpo: Juárez y El Paso.
Al caminar, casi siempre nos encontramos de frente a un runner master que se acerca conforme se asoma el sol; es bajito, de cuerpo correoso, con una barba llena de canas que anuncia un setentón y un paliacate en la cabeza, el viejo corre con el estilo único del nivel experto y aparece bajo la máxima de que “para uno que madruga, otro que no duerme”.
Ocasionalmente, también se aparece un ciclista novato por el bordo; treintón de hueso ancho, pierna de trompo de tacos al pastor, bufa como buey, sin técnica para la rodada y, quizá lo más importante, sin el outfit de los profesionales. Un improvisado del pedal en pocas palabras.
Hasta en los deportistas madrugadores hay niveles.
A lo lejos se ven las patrullas de la migra gabacha. Honestamente, yo creo que deben estar dormidos. Me imagino el terrible aburrimiento de trabajar en esa zona, pero los border patrol también deben justificar su cheque y por lo menos estar ahí como las estatuas de marfil.
Pero si alguien se quiere brincar la frontera despiertan para darle un disparo como al joven Sergio Hernández, asesinado por un agente de migración el 7 de junio de 2010 aquí en el bordo. Por cierto que hace poco se llevó el caso a la Suprema Corte de Estados Unidos, mientras la familia sigue esperando justicia.
Pegado a la malla ciclónica de los gringos está el agónico Río Bravo que apenas lleva un chorrito de agua, creo que traería más si alguien le hiciera caso al senador Patricio Martínez de revisar el Tratado Internacional de Límites y Aguas firmado en 1944, pero nadie lo escucha y eso que es senador ¡imagínese a los pobres mortales como uno!.
Entre el río y el bordo hay un terreno bastante generoso donde algunos llevan a sus perros a correr con mayor libertad. El otro día vimos a un par de raza pastor alemán perseguir a una liebre entre la arena y los arbustos; los canes le iban pisando los talones a su presa, pero en un final de película se les peló la liebre por algún agujero o se aventó al río; la liebre se hizo topo o pescado. Como les pasa muchas veces a la border patrol con los migrantes.
La montañita que llamamos bordo no es un terreno natural, debajo hay un tubo gigante que contiene gas, imagínese la inversión multimillonaria para hacer esa obra, ¡con razón está tan caro el gas natural!
En dos ocasiones vimos vehículos subirse al bordo; una patrulla de la policía municipal y una unidad de un canal de televisión. Obviamente el bordo no está diseñado para eso, pero a veces el ocio es un mal consejero y la ignorancia es mucha.
En ocasiones creo que nada de eso sucede ¿qué tal si me quedé dormido y todo lo soñé? Estaría perrote. Lo mismo me pasa cuando vamos al Estadio Veinte de Noviembre, ahí me gusta porque me siento más seguro, sobre todo porque no tienes que cruzar a pie el Boulevard Cuatro Siglos ¡eso sí que es toda una odisea!, no entiendo porqué la gente maneja por ahí como si trajera un auto de Fórmula 1 y juegan a pisarle el acelerador como Juan Pablo Montoya, pero la mayoría son ruteras de maquila, traen un autobús Blue Bird 1983 y llevan 16 horas trabajando ¿en qué lógica cabe eso?
Pero en el estadio el riesgo es mínimo. Llega uno cuando todavía está oscuro y ya están dándole vueltas a la pista de 400 metros los primeros usuarios. Casi siempre son tres los primeros en llegar: un hombre de casi 80 años que le pega duro a la corrida; un joven de unos cuarenta y tantos que también trae buen timming; y un señor de rasgos asiáticos, muy delgado que siempre trae un pantalón beige tipo dickies y camisa blanca con zapatos cómodos, pero no tenis. Pura old school.
Por cierto que hace mucho que abandonamos El Chamizal, porque ahora con el aumento de la violencia no se antoja. Ese es el problema de la percepción ciudadana, cuando comienza a percibirse la inseguridad el miedo tiende a paralizar, esto provoca que la gente deje de salir a ciertos lugares para reducir al mínimo el riesgo.
En todo caso preferimos ir a El Paso que, paradójicamente, es una de las ciudades más seguras de Estados Unidos, que próximamente será separada por un muro de esta ciudad que tiene una mala fama por la violencia: mi querido Juaritos.
El sábado pasamos por el puente de la legendaria avenida Juárez de donde el Fideicomiso de Puentes recibe el cobro de cuotas y ese dinero debe ser destinada en inversión de obra pública, pero eso todavía no lo vemos.
Al pagar recordé que, en la semana, el ex alcalde Gustavo Elizondo -que hoy es director del Fideicomiso de Puentes-, hizo el ridículo de llevar una caja de documentos para denunciar un desfalco en la anterior administración a la Fiscalía, pero tuvieron que aclarar un día después que los sospechosos son la empresa que recauda el dinero. Puro Show esta bandita.
Cuando pasamos la revisión de la migra pisamos tierra chicana en el mágico Segundo Barrio de El Paso. Ahí, por la madrugada, se puede ver a los jornaleros que pasan a ganarse la vida limpiando yardas o a las mujeres del trabajo doméstico y, entre la oscuridad de los comercios coreanos que hoy agonizan, hay algunas luces prendidas que son de tienditas que venden burritos y café al estilo juaritos, listos para el lunch.
Según la tribu digital Garnachas y Restaurantes -donde se comparten experiencias culinarias por Facebook-, los mejores burritos de hielera son los de una minivan que se estaciona a unos metros del puente. Ese día, ahí estaba el hormiguero de paisanos comprando el elixir de la eterna juventud que inventó don Antonio Argueta, el fundador de Burritos Tony.
A las cinco de la mañana la Plaza de Los Lagartos luce majestuosa, se le nota que fue remodelada y encaja a la perfección con el proyecto del Centro Histórico de El Paso que cada vez se pone más a tono con las ciudades clásicas gringas, con su estadio de beisbol, centro de convenciones, teatro, sus bares y cafés hipstersones, poco a poco se hace más turístico el “Chuco”.
Y pensar que el cabildo de El Paso acaba de aprobar una deuda y se aumentaron los impuestos para poder cumplir con proyectos de seguridad e infraestructura pero, a diferencia de Juárez, allá la gente está conforme, no hay polémica, quizá porque esas inversiones están planeadas desde hace treinta años y lo único que hacen es adaptar las finanzas y cumplir con las metas de largo plazo. No hace falta irse tan lejos para aprender cosas nuevas.
El sol ya salió, significa que es hora de irse a casa…si es que en realidad desperté en la madrugada.
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