Opinion

Invocando la guerra

Pascal Beltrán del Río/
Analista

2017-08-10

El 21 de octubre de 1962, justo a la mitad de la Crisis de los Misiles –que puso al mundo en el borde de una confrontación nuclear entre Estados Unidos y la URSS–, el presidente John F. Kennedy mandó a París al exsecretario de Estado Dean Acheson para informar al presidente francés Charles de Gaulle que Washington había descubierto cohetes soviéticos en Cuba y que actuaría en consecuencia.
Acheson fue recibido por De Gaulle en el Palacio del Elíseo al día siguiente, unas horas antes de que Kennedy pronunciara un discurso televisado desde la Casa Blanca para informar al país lo que estaba ocurriendo.
El enviado compartió con su interlocutor parte del texto que leería Kennedy esa tarde. Pero cuando quiso mostrar al mandatario francés la evidencia fotográfica de las armas soviéticas en Cuba, De Gaulle simplemente replicó: “No necesito ver las fotos. Me basta la palabra de su Presidente”.
En estos días de tensión nuclear entre Estados Unidos y Corea del Norte, ha salido a relucir el incidente entre Washington y Moscú de hace más de medio siglo y cómo fue manejado entonces por la Casa Blanca.
Las diferencias entre los presidentes John F. Kennedy y Donald Trump son enormes. El primero hizo un esfuerzo extraordinario por bajar el tono de la retórica. Si uno ve el discurso que Kennedy pronunció esa vez desde el Salón Oval, queda claro que el mandatario lo hizo con una gran calma que contrastaba con la gravedad del momento.
Por otro lado, Kennedy actuó con responsabilidad procurando formas en que el líder soviético Nikita Jrushchov no apareciera como derrotado si accedía –como finalmente ocurrió– a retirar los misiles de Cuba. Esa fue la lógica de sacar los cohetes balísticos Júpiter estadunidenses desplegados en Turquía.
¿Qué es lo que ha hecho Trump respecto de las amenazas belicistas de Corea del Norte? Lo contrario a Kennedy. Incrementar la retórica.
A menudo se afirma que el estilo de Trump es el de un bravucón que no pretende hacer lo que amenaza con hacer. No estoy seguro. Cuando el presidente de un país con una capacidad nuclear como Estados Unidos advierte que caerá sobre Corea del Norte “fuego y furia como nunca se ha visto”, yo lo tomo literal.
Y deje usted lo que opine yo, eso no tiene importancia en este caso. Pero lo que probablemente piense Kim Jong-un al respecto sí que es importante. Como hizo notar el martes un periodista estadunidense, el dictador de Corea del Norte fue educado para pensar dos cosas: primero, que él es un semidiós; y, segundo, que Estados Unidos quiere destruir su país. La frase de Trump ha reforzado la segunda creencia.
Apenas acababa Trump de lanzar su amenaza contra Pyongyang –expresada durante una conferencia sobre la ola de adicciones y muertes por sobredosis que han provocado los analgésicos opioides–, Kim advirtió que Corea del Norte podría lanzar un misil contra las instalaciones militares estadunidenses en la isla de Guam.
Y aunque es muy poco probable que Pyongyang emprenda un ataque no provocado contra Estados Unidos –pues las consecuencias serían terribles–, la retórica de ambas partes ya ha tenido un efecto sobre los mercados internacionales, que reaccionaron con una caída ante la guerra verbal.
La mayor pérdida, sin embargo, es la cordura que requiere, de parte de sus principales actores, este mundo convulsionado por las migraciones, el cambio climático y el terrorismo, entre otras cosas.
Como relato al principio de esta columna, hubo un tiempo en que la palabra del Presidente de Estados Unidos valía algo. Hoy en día habita la Casa Blanca un hombre que en sus primeros seis meses como mandatario dijo públicamente 836 cosas falsas, de acuerdo con The Washington Post.
A diferencia de Kennedy, que luchaba con otra superpotencia, Trump aparece como un bully de vecindario amenazando a un orate inestable al que podría someter con un simple coscorrón.
Pero quizá haya algo de razonamiento detrás de las bravatas de Trump de los últimos días. Tal vez esté en busca del enemigo externo que creen necesitar todos los gobernantes de talante autoritario cuando su popularidad mengua.
Es bien sabido lo que hace la amenaza externa –real o percibida– para solidificar hacia adentro el liderazgo. Como me hacía ver ayer mi compañero Rodrigo Pacheco, todos los presidentes estadunidenses recientes que han lanzado una guerra se han beneficiado de un empujón en las encuestas.

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