Opinion

PRI: ¿cercanía o distancia?

Pascal Beltrán del Río/
Analista

2017-08-08

Ciudad de México.– Esta semana comenzará a tomar velocidad la carrera presidencial cuando el partido del gobierno dé señales respecto de quiénes aspiran claramente a su candidatura a Los Pinos en 2018.
Por más que el PRI proclame que “primero el programa y luego el candidato”, la política mexicana —como la de muchos países en el mundo— se mueve en torno a personalidades más que a ideas.
Así que priistas y no priistas estarán pendientes de lo que suceda en la mesa de estatutos de la Asamblea del partido, a celebrarse en Campeche, pues ahí se decidirá si la competencia por la nominación es abierta o cerrada.
Al modificar o no su marco normativo —ya sea por una línea lanzada desde el gobierno o por una poco esperada voluntad espontánea de la base—, los delegados del PRI mandarán una primera señal de si el candidato será o no, alguien del grupo cercano del presidente Enrique Peña Nieto.
La distancia del eventual candidato con el actual mandatario determinará su capacidad de emprender una campaña con la bandera de la continuidad absoluta o el cambio relativo respecto de las políticas presentes. Ya he escrito aquí que sólo dos veces los presidentes surgidos del PRI han optado por su favorito para estar en la boleta electoral (Adolfo López Mateos por Gustavo Díaz Ordaz y Miguel de la Madrid por Carlos Salinas de Gortari). El resto de las veces han tenido que echar mano del pragmatismo a la hora del destape.
Debe apuntarse asimismo que el aspirante presidencial del PRI ha tomado alguna distancia del Ejecutivo en turno cuando éste ha sido su correligionario. Pero en los tiempos en que ser destapado como candidato del tricolor a Los Pinos equivalía a convertirse en el siguiente Presidente de la República —pues tanto la oposición como la elección eran simbólicas—, dicha postura era manejable e incluso deseable.
El monarca sexenal comenzaba a morir el día que con su dedo realizaba el destape y se esperaba que el sucesor no fuese un simple adlátere. De hecho, ésa era una de las condiciones de sobrevivencia del sistema.
La última vez que el PRI buscó ligar sexenios consecutivos en el poder, el Ejecutivo en turno, Ernesto Zedillo, optó por dar un paso de costado y no participar en la designación.
Aquella vez, una Asamblea del partido había creado nuevas condiciones para quienes aspiraran a la candidatura, cosa que dejaba fuera de la jugada a los favoritos de Zedillo, particularmente a Guillermo Ortiz.
Entonces, Zedillo optó por una política de “sana distancia” respecto de su partido y éste, por definir en una elección interna a su aspirante a Los Pinos, lo cual desligó a Presidente y candidato como nunca antes en la historia del priato.
Aunque la adivinación es siempre un juego arriesgado, todo parece indicar que esta vez operará un destape clásico, en el que la opinión del presidente Enrique Peña Nieto tendrá un peso fundamental.
Eso, por supuesto, si la oposición interna del partido —que a estas alturas se antoja testimonial— no lleva a los delegados a fijar una línea discrepante con la de Los Pinos, como ocurrió en la XVII Asamblea, en 1996.
Más posible parece que la XXII Asamblea haga lo contrario: reducir al mínimo los candados para abrir el abanico de opciones para el Presidente. En cualquier escenario, el eventual candidato tendrá que lidiar con el tema de la distancia respecto del actual mandatario.
Será una decisión delicada, pues parte de la agenda del candidato no podrá obviar la necesidad de dar continuidad a las reformas que impulsó Peña Nieto en el marco del Pacto por México. Sin embargo, una candidatura demasiado cercana a Los Pinos parece destinada al fracaso, dado el severo deterioro de la marca PRI y los bajos índices de popularidad del actual Presidente.
Como ya dijo Dulce María Sauri, exlideresa nacional del tricolor: el voto duro del partido será insuficiente para ganar. Y por ello el candidato deberá convencer a un sector de la clase media si desea ganar. Su dilema será, pues, encontrar el tono y los temas que no lo hagan ver como alguien ajeno —pues no faltarán opciones de cambio más competitivas en la boleta—, pero tampoco alguien demasiado cercano a Peña Nieto.
La tarea se antoja harto difícil.

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