Opinion

Y ahora, ¿sustituir a consejeros del INE?

Pascal Beltrán del Río/
Analista

2017-07-20

Escribi aquí antes que me pareció incorrecta la forma en que el Instituto Nacional Electoral dio trámite a la fiscalización de los gastos de campaña de la elección en Coahuila y, sobre todo, la manera en que lo comunicó a partidos y ciudadanos.
Lo afirmé con mucho respeto y en el ánimo de que el INE perfeccione sus métodos y fortalezca su imagen como árbitro electoral.
Dicho eso, estoy en absoluto desacuerdo con quienes han planteado en días recientes que los actuales consejeros del Instituto deben ser sustituidos porque se les ha perdido la confianza para conducir el proceso electoral federal y el de los estados que tendrán comicios concurrentes el domingo 1 de julio del año entrante.
Hay varias cosas que deben ser recordadas en este contexto.
Primero, que si el INE adquirió mayores obligaciones en la organización y la fiscalización electorales es porque los partidos políticos llegaron a la conclusión de que los institutos locales —hoy llamados pomposamente OPLES— estaban controlados por el gobernador respectivo y no garantizaban imparcialidad.
La reforma electoral 2013-2014 metió al INE en el ajo de las elecciones locales. Y hoy hay a quienes ya no les gustó la solución. Paradójicamente, sigue habiendo quejas sobre el desempeño de los OPLES en las áreas que no corresponden al INE salvo en casos de que éste atraiga por completo la elección local.
Segundo, ¿se acuerda de la destitución, en 2007, de los consejeros encabezados por Luis Carlos Ugalde, por su supuesta mala actuación en los comicios presidenciales del año anterior?
Dígame si a raíz de esos cambios el entonces Instituto Federal Electoral (hoy INE) ganó en prestigio. Yo creo que no. Y no por culpa de Leonardo Valdés, el consejero presidente que reemplazó a Ugalde, y sus compañeros, sino por un proceso de deterioro que comenzó con la captura del Consejo General por parte de la partidocracia, que se repartió las posiciones en el órgano electoral como si fueran fichas de dominó.
Los ciudadanos que no militan políticamente tienen mayor derecho de reclamar el proceso de deterioro del INE que los partidos, pero eso tampoco quiere decir que sean (seamos) inocentes.
Muchas veces he escrito aquí que tenemos a los funcionarios públicos que merecemos porque, primero, no llegan de otro planeta, surgen de esta sociedad, y, segundo, el impulso ciudadano que dio lugar a la ciudadanización del IFE en 1996 simplemente se detuvo después de 1997.
Las cosas nunca suceden solas. El espacio que abandonaron los ciudadanos lo ocupó la partidocracia que comenzó a formarse después de ese año.
Sustituir a los actuales consejeros no sirve de nada por sí mismo (aunque posiblemente serviría a alguien). Sería mucho más útil realizar una labor de vigilancia ciudadana de la labor que realizan el INE y los OPLES.
Lamentablemente, nuestra actitud como sociedad es con frecuencia reactiva y quejumbrosa, y pocas veces proactiva y consecuente.
Volviendo al tema del cambio de consejeros posterior a la elección de 2006, ¿se ha fijado cómo han crecido el prestigio y la influencia de Ugalde a raíz de ese hecho aparentemente deshonroso?
Como primer editor periodístico de Ugalde —el medio donde yo trabajaba entonces publicó algunos de sus artículos antes de su nombramiento como consejero presidente— puedo dar testimonio de su crecimiento como analista y agente de cambio.
Es decir, el problema nunca fue Ugalde —aunque uno pueda hacer observaciones sobre su desempeño la noche de las elecciones de 2006—, sino la forma en que esta sociedad se organiza y participa.
Lo mismo ocurriría si los actuales consejeros son reemplazados, pensando que aparecerán unos seres puros que dejarán satisfechos a todos.
Insisto: el momento de México requiere del fortalecimiento del INE, no su debilitamiento en aras de intereses partidistas o personales.
Por eso, mantengo mi derecho de ser crítico del trabajo del Instituto. Estoy convencido de que el árbitro electoral es una pieza fundamental del entramado que llamamos sistema de partidos. No gana la ciudadanía con demeritarlo.
Si no cuidamos al INE, correrán a rienda suelta las tentaciones de abjurar de la democracia y sustituirla por un tlatoanismo reforzado. Eso quizá no lo ven quienes pelean por un estado sin darse cuenta de que en ese pleito se puede ir al traste la República.

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