Opinion

El brillo del lado oscuro

Cecilia Ester Castañeda

2017-06-24

Cuando se hace el anuncio de la filmación de una temporada televisiva más de “El señor de los cielos” está en cartelera la quinta película sobre Piratas del Caribe y Netflix transmite una serie acerca de ‘El Chapo’. ¿Por qué atraen tanto las historias de villanos?
Quizá la respuesta se encuentre relacionada con la aspiración natural a la libertad, con el deseo de no someterse a regla alguna mientras se lleva una emocionante vida de aventura donde todo se vale.
En una época cuando el orden establecido parece desmoronarse y se ha perdido gran parte de la credibilidad de las instituciones —el número de juarenses que desconfían de autoridades estatales y municipales, de las corporaciones policiacas de todo nivel, de los partidos políticos y de las organizaciones de la sociedad civil rebasa el de los que confían poco, algo o mucho en ellos, según el informe Así Estamos Juárez 2017— esa aspiración la personifican quienes infringen las reglas.
“Este tipo de proyectos son como una válvula de escape de una olla de presión, ayuda a liberar un poco la tensión de la problemática de la sociedad mexicana”, dijo en 2015 en entrevista con El Universal el actor Sebastián Ferrat, quien interpretó a un asesino en el melodrama de Telemundo.
O sea, su función es parecida a la de la lucha libre, con la salvedad de que con fines de rating un carismático villano de ficción sobrevive a todo —¡por favor! al convertir a piratas en fantasmas saqueadores se desacatan inclusive los principios de las películas del género.
Hasta el empoderamiento femenino se ha trastocado en mera rebeldía. “Es tan fuerte, resuelta y temeraria como el que más”, dijo hace poco al Hollywood Reporter la actriz Eiza González sobre la ladrona de bancos a quien interpreta en “Baby driver”.
Los malos de la película, claro, son necesarios. Ya en las historias infantiles más antiguas se recurre a personajes malignos para que los niños pequeños sean capaces de externalizar sus impulsos destructivos y comprender su propia ambivalencia, asegura Bruno Bettelheim en “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”. 
Bettelheim sostiene en su obra clásica que el menor se siente atraído por el héroe gracias a las dificultades por las que éste pasa. “Debido a dicha identificación el niño se imagina sufriendo con el héroe sus pruebas y tribulaciones, triunfando con él cuando triunfa la virtud”.
Sin embargo, al parecer las producciones actuales dirigidas a públicos de mayor edad —y supuestamente más capaces de entender lo complejo de la naturaleza humana— siguen usando el imaginario infantil de triunfo… pero haciendo más atractivos a los villanos que a los héroes.
Culpe al guión. Muchos actores prefieren los papeles de antagonistas por atribuirles mayores matices y profundidad sicológica. Y gran número de espectadores están de acuerdo. Conozco, por ejemplo, a un gran fan de Darth Vader. Cierto día le pregunté las razones de su admiración. Él me mencionó el notable ascenso de la emblemática figura negra de Star Wars a pesar de numerosas adversidades: pobreza, orfandad, soledad, pérdida de extremidades, viudez, quemaduras…
Darth Vader es un personaje ficticio. El problema, me parece, es cuando alguien como Kate del Castillo —quien por cierto interpretó a una narcotraficante en “La reina del Sur”— declara vía Twitter creer más en Joaquín ‘Chapo’ Guzmán que en el gobierno mexicano.
Más allá de recomendar a la actriz conversar con familias de víctimas del crimen organizado, nos conviene, creo, reflexionar sobre cuáles atributos admiramos como sociedad. Porque si consideramos “aburrido” a alguien que acostumbra seguir las reglas y envidiamos a quien habitualmente las desdeña corremos el riesgo de confundir rebeldía con valentía y el desprecio a las leyes con libertad. No sorprende entonces encontrar tales valores reflejados en producciones escénicas que los glorifican.
Ver historias donde los villanos salen victoriosos puede constituir un mero entretenimiento inofensivo cuando se mantiene en perspectiva a través del discernimiento crítico del espectador. Sin embargo, también es posible tratarse de la consabida apología de una cultura cuya factura desde hace décadas ha resultado demasiado cara en nuestra parte del mundo.
Para que no sea un elemento más en refuerzo a una forma de vida —sin respeto por la vida misma, de hecho— necesitamos asegurarnos de difundir a conciencia los valores deseables día a día como comunidad, esos mismos que heredaremos a nuestros hijos.
¿O acaso eran los piratas unos valientes románticos? Pues no, a decir de los historiadores más bien se trataba de hombres brutales, sucios, borrachos, crueles, que buscaban víctimas fáciles, evitaban en lo posible los enfrentamientos durante sus atracos y usaban el miedo como táctica. ¿Eran libres? Ciertamente la gran mayoría procedía de medios marginalizados en sociedades con nula movilidad social o eran marineros desertores de flotas con rígidas jerarquías, según los estudiosos. Pero si sobrellevar con alcoholismo una dura vida desalmada es la definición de libertad, entonces sí gozaban de más libertad que las gaviotas.
Aquí entra en juego la simbología: el mar, con toda su vastedad, misterio e intensidad; el huir una y otra vez; las armas; el ingenio. Por eso surgen personajes como Jack Sparrow, brindando, más allá de cuestiones morales, la esperanza de triunfo independientemente de lo humilde de la cuna.
Pero pareciera que hoy en día nuestra conciencia colectiva nacional permanece en ese nivel infantil de triunfo. “Ladrón que roba a ladrón”, dice el dicho. Y muchos mexicanos justificamos la delincuencia, la “transa”, sintiéndonos reivindicados cada vez que se engaña al sistema y aprovechando cuanta oportunidad de evadir al estado de derecho se nos presenta porque hemos sido víctimas crónicas de injusticias.
Peor aun, llegamos a proteger inclusive a los delincuentes cual si fueran Robin Hoods abanderados de los desvalidos y nos apoyaran por su intrínseca nobleza —¿o cree usted que a un narco no le conviene apoyar a comunidades pobres para cubrirse la espalda?
En la actualidad los villanos reales se apoderan también de los medios a través del tiempo aire en programas, corridos, redes sociales y el constante bombardeo de violencia. Su golpe adicional es el secuestro del lenguaje, dice en “El  miedo es el mensaje” el periodista Javier Contreras: “las noticias con las que se difunden el miedo, la desconfianza, la desesperanza, porque logran convencer que la sociedad no tiene remedio”.
A nosotros nos corresponde resaltar la labor de los verdaderos héroes. Hablar de modelos buenos cuyas luchas, en estos tiempos de cinismo, es mucho más valiente y difícil que hacerla de bravucón olvidando que todos somos seres humanos.
Quizá Darth Vader haya ascendido hasta la cima del lado oscuro. Pero, bajo esa presencia imponente, terminó siendo prácticamente una máquina, con una humanidad tan carcomida por sus actos que ni siquiera podía respirar por sí mismo. 
Y si dudamos del poder del camino recto, aquí están las palabras de Mohandas Gandhi: “cuando me desespero, recuerdo que a través de la historia los caminos de la verdad y el amor siempre han triunfado. Ha habido tiranos y asesinos y, por un tiempo pueden parecer invencibles, pero al final siempre caen. Piénsenlo —siempre”.

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