Pascal Beltrán del Río
Analista
Al final fue un puñado de islas del Caribe lo que impidió que la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobara –durante su reunión de cancilleres celebrada en Cancún– una resolución que pidiera el regreso de la democracia en Venezuela y conminara al régimen de Nicolás Maduro a liberar a los presos políticos y permitir acciones que atenúen la crisis humanitaria que vive esa nación.
El texto se quedó apenas a tres votos de tener éxito. Y, con ello, la numerosa delegación venezolana se llevó una victoria política en las maletas.
Del total del continente (983 millones de habitantes, según datos de la CEPAL), los 20 países que votaron a favor de la resolución representan 90% de la población. En cambio, las 14 naciones que votaron en contra o se abstuvieron significan menos de 7% de los habitantes de América.
De estas últimas, ocho son islas que quedaron endeudadas por el suministro de petróleo barato de Venezuela, una estrategia del chavismo para comprar voluntades en el seno de la OEA.
La canciller venezolana Delcy Rodríguez arribó a Cancún con la estrategia clásica de la victimización.
La resolución, alegó, era en realidad una cabeza de playa para lanzar una invasión contra su país y apoderarse de sus hidrocarburos.
Con un lenguaje propio de la Guerra Fría, Rodríguez insultó a los delegados que votaron a favor del texto promovido por Canadá, Estados Unidos, México, Perú y Panamá, llamándolos “camada de perritos simpáticos del imperio”.
Aseveró que su país desconocería toda declaración para intervenir en sus asuntos internos bajo la excusa de una crisis humanitaria.
“Venezuela no va aceptar intromisiones indebidas, violatorias del derecho internacional”, dijo Rodríguez durante el debate en la Asamblea General. Y anunció su retiro de los trabajos, igual que lo había hecho la víspera, en la reunión de cancilleres.
Puro show.
La ministra aprovechó su estancia en Cancún para reunirse con los representantes de los familiares de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, en el colegio Kukulcán de esa ciudad.
“Seguiremos acompañando este proceso”, prometió Rodríguez al vocero del movimiento de Ayotzinapa, Felipe de la Cruz. “Es un proceso por la verdad y la justicia. A esta 47 Asamblea General de la OEA vinimos con una agenda constructiva para nuestros pueblos, no para el capital. En ese sentido, expresamos nuestra solidaridad con las víctimas”.
De la Cruz respondió diciendo que los familiares de los normalistas “estamos con el presidente Nicolás Maduro y lo hemos manifestado de diferentes formas, y lo vamos a seguir haciendo porque es un ejemplo de cómo debe gobernarse en América Latina”. Y agregó: “México es un país donde el gobierno asesina y desaparece y no hay castigo”.
Rodríguez asintió: “Así es. Nosotros sabemos que muchas veces se pretende maquillar la actuación del Estado diciendo que hay escrutinio internacional. En Venezuela no es un punto el escrutinio internacional porque la soberanía no se negocia ni está en entredicho. La soberanía se defiende y se ejerce, como lo hace la Revolución Bolivariana. Eso nos lo enseñó nuestro comandante Hugo Chávez”.
Vaya diálogo.
La canciller venezolana, justificando el desconocimiento de su gobierno a las obligaciones que contraen las naciones al formar parte de la OEA. Y el vocero de los familiares de Ayotzinapa, haciendo como que no sabe que el régimen de Maduro ha asesinado a un opositor al día desde que comenzó la actual ola de protestas el pasado 1 de abril. Muchos de ellos, por cierto, estudiantes.
Por desgracia, la historia recordará cómo en la hora clave, naciones que representan menos de una décima parte de la población del continente impidieron que se aprobara una resolución que habría manifestado la solidaridad de los pueblos de América con el sufrimiento de los venezolanos.
Liberado del peso del escrutinio internacional, Maduro tendrá ahora vía libre para imponer su proyecto de nueva Constitución y, a juzgar por la represión realizada en las últimas semanas contra los manifestantes, ejercerá un mayor autoritarismo contra la población, cuyos adultos han bajado nueve kilos de peso en promedio por el rigor de la escasez.