Opinion

El impacto de un maestro

Cecilia Ester Castañeda
Escritora

2017-06-21

En memoria de Juan Amparán,maestro  y promotor cultural
Teníamos un amigo en común. Por eso lo conocí. Luego lo escuché en la radio en su faceta de locutor. Años después, me di cuenta de que escribía y dedicaba mucho tiempo a su labor como promotor cultural e historiador. La semana pasada lo internaron en estado grave poco antes de morir. 
En el 2001 Juan Amparán Rodríguez fue socio fundador de la Sociedad de Escritores de Ciudad Juárez, misma que por años dirigió. Semana a semana se reunía para trabajar con otros autores en un taller donde todos pulían ideas y compartían experiencias posteriormente publicadas en antologías colectivas. Ahí recibieron impulso varios aficionados a las letras, encontrando un espíritu de camaradería, orientación y apoyo que les permitió desarrollar con mejores resultados sus inquietudes literarias.
Amparán —junto con varios compañeros— era presencia infaltable en ferias de libros y cuanto foro sirviera de plataforma a las obras de su organización. A su cargo, la Sociedad de Escritores de Ciudad Juárez consiguió espacios radiofónicos y televisivos, publicó libros y apoyó trabajos de autores externos. Hace apenas dos semanas, él tocaba puertas en los medios impresos locales para promover la literatura.
Amparán se enorgullecía particularmente del número de reimpresiones de su obra “Dos valientes asustados”, la serie de reflexiones personales sobre la vida que sirvió de base a las numerosas pláticas brindadas sobre todo es escuelas de nivel básico y a las becas otorgadas con un porcentaje de las ventas. Organizó asimismo una campaña estatal consistente en leer, durante un año, un libro por mes o uno por semana. Así conseguía nuevos lectores —y escritores— jóvenes entusiasmados por avances paulatinos que les daban sentido de logro.
Porque Juan Amparán siempre fue un maestro. Nació en noviembre de 1948 en Amparaneño, Chihuahua, cerca de Camargo. Estudió para profesor en la Normal y luego la licenciatura en Ciencias Sociales en la Normal Superior del estado. Después de trabajar en varias poblaciones de la entidad, dio clases de secundaria en Ciudad Juárez, siendo recordado hasta por vecinos por su disposición a despejar cualquier duda escolar.
La diferencia es que él nunca abandonó su vocación.
Los maestros constituyen un gremio interesante. Como se jubila a los 30 años de servicio, un profesor de escuelas públicas de la generación de Amparán hubiera dejado de trabajar aproximadamente a los 50 de edad teniendo derecho a una pensión de por vida. El monto depende de si su plaza era federal o estatal, de su escalafón, del nivel donde diera clases y del número de horas-clase en sus últimos años de labor. Ciertamente en México las condiciones de la pensión del magisterio suelen ser más generosas que las de otras ocupaciones, sobre todo fuera de la burocracia.
Y los maestros jubilados están capacitados para transmitir conocimientos. Eso, junto con la experiencia adquirida y la sabiduría propia de la edad, los convierte en candidatos perfectos para aprovechar su recién descubierto tiempo colaborando en alguna de las miles labores pendientes en nuestra comunidad.
No, no están obligados a hacerlo, desde luego. Pero eso de haber dedicado toda una vida a trabajar es muy relativo si se considera que cuando se implementaron los tiempos de jubilación para el magisterio la expectativa de vida era bastante menor.
Además, mantenerse activo es el mejor antídoto contra el envejecimiento, sin necesitarse turnos completos para marcar la diferencia en una sociedad con tantos menores ansiosos de recibir atención. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si algunos profesores dedicaran una hora a la semana a apoyar fuera de horario escolar en sus tareas a los estudiantes rezagados?
La diferencia en las calificaciones sería lo de menos. La sensación de ser tomados en cuenta y de descubrir su capacidad de éxito en algo que parecía inalcanzable cambia literalmente el horizonte de niños por lo general dejados a la deriva.
Al entenderlo, Juan Amparán contribuyó a cambiar el paradigma de un maestro jubilado. “Para cerrar las cárceles debemos abrir los libros”, solía decir. Es un legado que ni el cáncer logra vencer.

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