Adela S. González
Analista
Los resultados electorales en cuatro entidades federativas del pasado cuatro de junio no son buen presagio para el año que viene. Las acusaciones de fraude, “cantadas” desde antes y corroboradas en los resultados, vaticinan que en la elección presidencial la “guerra sucia” será exponencialmente elevada, disparada por cada partido, cada candidato, por gobernadores, alcaldes, burócratas y demás empeñados en la permanencia de la corrupción e impunidad que estamos viviendo.
Las inconformidades encabezadas por Morena en su papel de partido opositor inmaculado, han estado presentes antes, durante y después de los procesos. Lo anterior es conocido e incluso tiene registro histórico como acontecimientos que han frenado el cambio de rumbo aunque dando pasitos cada ocasión, de manera que en los años de alternancia y con extrema lentitud, algo ha podido acotarse a la hegemonía tricolor del siglo precedente.
El pasado es pasado y respalda el presente y futuro del país, sus estados y municipios (cada cual tiene un porvenir por el cual luchar), no podemos llanamente renovar la esperanza de que viene lo mejor sin estructurar nuevas formas de elegir gobernantes quitando esa tarea a los partidos cuyo fracaso en la formación política ciudadana es evidente, y enfocarnos a una mayor participación ciudadana, tan amorfa e indecisa pero definitoria en cuanto al anhelado cambio.
¿En qué consiste esa participación que muchos reducen a la simple emisión del sufragio sin respetar sus características de secreto, voluntario y no influenciable? En muchas cosas quizá imperceptibles como la adopción de actitudes cívicas renovadas; en no dar crédito a las promesas de candidatos y prescindir de los manipuleos partidistas sobre gente en penuria que aceptan lo que se les dé comprometiendo su voto, siendo alimento del dinosaurio y deja dividendos políticos al priismo principalmente, encerrado en sus mismos métodos lamentablemente imitados por otros partidos.
Estaremos de acuerdo en que necesidad e ignorancia no son justificación pues debe prevalecer el sentido común para diferenciar lo bueno y lo malo atendiendo al bienestar general. Para salir del estancamiento no vale el conformismo de “más vale malo conocido…” o soñar un futuro promisorio mientras se elige a los mismos, se siguen las mismas estrategias, los mismos modelos e indecisiones sin apuntar a lo fundamental, tomando ejemplo de países que en peores circunstancias han hecho lo correcto: educar.
¿Cómo lograr un cambio en la mentalidad y actitud si el mismo magisterio subyugado por logros laborales y canonjías y con exigencias crecidas en cada proceso está contenido en un sindicato solidario del priismo y sus apéndices Panal y verde mientras abandona su misión manteniendo la mediocridad en las aulas primarias? ¿Qué decir sobre los siguientes niveles educativos entrampados en programas de estudio que igual abonan al sopor social mientras el mundo avanza a niveles elevados de conocimiento y desarrollo?
De tiempo acá, escuchamos a los políticos ofrecer bienestar a la sociedad distribuyendo migajas salidas del erario para ilustrar promesas, pero ninguno, expresa un compromiso cabal con la educación como salida eficiente y única de la oscuridad.
Sin cambios cualitativos y rápidos, pasará el siglo sin adquirir preparación y capacidad suficientes para ir a lo mejor. El subsidio a los partidos y las sumas millonarias que se entregan a los sindicatos oficiales para la continuidad del sistema deben canalizarse a la educación.
En suma, una educación disminuida por la política y la conveniencia sindical del magisterio oscurecen el futuro. Sin educación o con educación mediocre los valores van perdiendo. Esto deben verlo quienes desde ya emprenden la carrera hacia las siguientes elecciones.
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