Opinion

Alianzas

Pascal Beltrán del Río
Analista

2017-06-13

Una de las lecciones del pasado proceso electoral en cuatro estados del país es que a los partidos que contienden en alianza les va mejor que aquellos que van a las urnas solos.
El domingo pasado, en el Congreso de Morena, Andrés Manuel López Obrador dijo que su partido no iría en tándem con el PRD y Movimiento Ciudadano en 2018 porque “hay alianzas que restan”.
En la historia electoral reciente del país, no se ha visto tal cosa. Como digo arriba, las evidencias más recientes indican que las alianzas suman. La mayoría de los ganadores de los comicios del 4 de junio se beneficiaron de las alianzas.
El PRI no habría ganado la elección del Estado de México de no ser por sus aliados (PVEM, Panal y PES). Lo mismo puede decirse en Coahuila.
De no ser por la alianza de cuatro partidos (PAN, PRD, PT y PRS), no se habría dado la alternancia en Nayarit. O, al menos, no por ese margen.
Y en las elecciones municipales de Veracruz le fue mejor a las coaliciones formadas por PAN y PRD, por un lado, y PRI y PVEM, por otro, que a Morena, que compitió solo.
La decisión de López Obrador ha dibujado las posibles alianzas que habrá en 2018.
Morena, ya lo dijo AMLO, irá sólo con el PT. Es previsible que el PRI repita en la elección federal la alineación de partidos que le dio el triunfo en el Edomex y probablemente, el PAN vaya en alianza con el PRD y Movimiento Ciudadano. Es decir, tres bloques de partidos podrían competir por Los Pinos.
Desde luego, falta mucha agua por correr bajo el puente de la sucesión presidencial de 2018.
¿Quién puede descartar que, a la mera hora, Morena y el PRD se entiendan? ¿O que Nueva Alianza vaya solo como en 2012? ¿O que eso mismo hagan Movimiento Ciudadano, PRD y PAN?
La verdad es que no sabemos. Pero si algo han aprendido los partidos en este 2017 es que más vale ir a las campañas acompañado que solo.
Ahora bien, aliarse no es garantía de triunfo.
Veamos los números potenciales: Es muy probable que haya 90 millones de mexicanos en el listado nominal. De repetirse la participación del electorado en 2012, quizá voten 56 millones.
De esos votos, 42 millones (75%) seguramente ya estarán repartidos, pues son el voto duro de los participantes. Del PRI y sus aliados son unos 14 millones seguros. A López Obrador y Morena habría que asignarle otros tantos, pues es el mínimo que ha obtenido las dos veces que el tabasqueño ha participado. Del PAN son ocho millones y del PRD, seis millones, cantidades que también suman 14 millones.
Esos tres bloques, con 14 millones de votos seguros cada uno, tendrán que ir por el resto: también 14 millones de votos, o 25% del total.
Tiene lógica que quien gane la Presidencia en 2018 saque al menos unos 19 millones de sufragios (los mismos que obtuvo Enrique Peña Nieto en 2012, o 34% de los 56 millones que podrían votar en 2018). Es decir, los tres bloques tendrán que ir por cinco millones de votos para amarrar su pase a Los Pinos.
¿Dónde es más viable encontrar esos cinco millones de votos? Yo he sostenido, con base en la historia electoral reciente, que los sufragios que marcan la diferencia en una elección presidencial no están en las entidades más pobladas, como la Ciudad de México, Estado de México y Veracruz –cuya votación suele repartirse entre las principales fuerzas políticas–, sino en una decena de estados donde el electorado da una gran ventaja al primer lugar sobre los demás y que no está casado con ningún partido.
¿Cuáles son esos estados? Aguascalientes, Baja California, Chihuahua, Coahuila, Colima, San Luis Potosí, Jalisco, Sonora y Yucatán.
Desde que hay elecciones competidas en México, ningún Presidente ha dejado de ganar esas entidades, que tienen una participación mayor que la media nacional y, como digo arriba, se cargan más hacia una de las opciones en la boleta que en otras entidades.
¿Se repetirá mecánicamente la historia? No lo sé. Pero sigo pensando que un candidato más atractivo para las clases medias, que dan una alta calificación en su escala de valores al respeto a la ley y la participación ciudadana en la transformación del entorno social, tiene mayores posibilidades de ganar.
En resumen, las alianzas parecen indispensables para llegar a Los Pinos, pero también hace falta una candidatura que atraiga y no genere miedo o rechazo en ese grupo de la población. 

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