Lourdes Almada Mireles
Analista
En días pasados estuvo presente en mis recuerdos –tal vez por su aniversario luctuoso– la muerte de Cristopher, aquel niño que fue asesinado por otros niños que jugaban a ser secuestradores en la ciudad de Chihuahua. Fue una muerte que nos cimbró a muchos, que nos hizo cuestionarnos sobre los impactos de una guerra que no ha terminado y cuyos efectos no hemos sido capaces de visibilizar, mucho menos atender.
De forma casi simultánea, un grupo de universitarios realizó una actividad en la que cada uno de los estudiantes compartía con el grupo alguna experiencia o situación en su vida que le hubiera impactado. Fue un momento de gran riqueza, en el que estos jóvenes pudieron escucharse y acompañarse en experiencias de profundo dolor. Pero la riqueza del grupo no es exactamente lo que me ha llevado a relatar este suceso.
Como parte de las experiencias compartidas, dos estudiantes hablaron sobre el secuestro de sus respectivos padres. Su vida no ha sido la misma desde entonces. Mariana contó que a su papá lo secuestraron junto con su cuñado (de ella). Después de pagar el rescate el papá regresó con vida, no así su cuñado. “Papá nunca volvió a ser el mismo, como que nunca se recuperó del todo”.
Lucía, por su parte, contó que su papá fue secuestrado junto con su hija y dos niños de un año y cinco días de nacido (hermana y sobrinos de ella). A los niños les encontraron en una casa abandonada, al borde de la muerte. Los pequeños sobrevivieron. No así su madre. “Ellos le han dado sentido a mi vida”, dice. Y continúa: “tengo seis años esperando que papá regrese, con la esperanza de que esté vivo. Hace unas semanas me llamaron para solicitar una prueba de ADN, pues encontraron un cuerpo que piensan puede ser el de él. No he podido, no he querido ir… Tengo mucho miedo”. El gran silencio en el grupo. Un silencio que acompaña, que arropa, que trata de consolar. Queremos abrazarla, mitigar su dolor… Nadie sabe qué decir.
Llegué a casa con un nudo en la garganta. Pensando en los miles de niños y jóvenes huérfanos, en los rostros y las historias, en Juárez y en el país completo; en las dimensiones de la guerra y sus consecuencias; en la indolencia y las ganas de no querer ver que han prevalecido entre nosotros; en la urgencia de recoger estas historias, de que sean contadas, de que se hagan visibles. Pensé también en estas chicas, en su capacidad de resistir y salir adelante, en la forma como han buscado y dado sentido a su dolor, en la capacidad que tenemos como personas y como grupos, de contener el dolor, de abrazar, de acompañar.
Después de esta sesión, encontré en mi muro de Facebook una entrevista realizada por Carmen Aristegui a Javier Valdez, recientemente asesinado. Valdez reconstruyó las historias de los huérfanos de la guerra, se adentró en su dolor, fue testigo del horror, pero también de su capacidad de resistir, de su resiliencia. Y en sus respuestas a varias de las interrogantes de la periodista, encontré mis propias respuestas. Sobre la dimensión de la tragedia, Valdez contestó clara y llanamente: “No hay datos, ni ciertos ni actuales. Ni el gobierno, ni los académicos, ni las instituciones educativas, ni las organizaciones, no hay datos. Tengo citas de datos de 2005, 2006, 2010, por favor. No le hemos dado la importancia, ni hemos medido la tragedia. Y yo creo que ni mi libro, ni los mejores textos cuentan lo que está pasando en este país. Pero por favor, estamos hablando de los niños de este país, de la pérdida del mañana, de la pérdida de la esperanza”.
Aristegui fue más al fondo: ¿Cómo hilvanar de nuevo estas biografías rotas? (las de los niños y adolescentes huérfanos "por esa guerra estúpida". Él había encontrado respuesta en las narrativas de esos niños y, supongo que también en su corazón:
"Muy importante el lado humano, contar los despojos, contar las ruinas, pero las ruinas humanas, en medio de la muerte. Para mí fue muy importante decir que a pesar de todo no hay rendición, no hay rendición en ellos, Carmen. ¿Por qué tiene que haber rendición en mí? Entonces, yo creo que también son historias de esperanza en medio de la tragedia. Aquí hay esperanza. Yo sinceramente, en términos humanos y en términos sociales, me quedo con eso, con esa heroicidad que muchos sectores de la sociedad mexicana no tienen, o que lo tienen por ahí perdido, arrinconado".
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