Opinion

Tomás

Carlos Murillo/
Abogado

2017-05-20

En el invierno de 1963 mataron a don Carlos Villarreal Ochoa en el Bar Mint de Ciudad Juárez. Hasta ese trágico día, Villarreal era puntero en la sucesión de la gubernatura, dada su amistad cercana con Gustavo Díaz Ordaz. La tenebra apunta a un crimen político.
Francisco Olivera Castel asesinó al carismático y polémico alcalde fronterizo y, tras saberse la noticia, los amigos de don Carlos comenzaron la búsqueda del asesino por las calles del centro. No querían la cárcel para el delincuente. En esa época, el castigo legítimo del Estado no era suficiente. Eran hombres de armas, perseguían la venganza privada y para la cacería no llevaban un ramo de flores. Si encontraban a Olivera Castel antes que la policía, esa noche se derramaría más sangre.
Era el Juárez próspero de la década de los sesenta. En las calles, se mezclaba el hielo de febrero y los residuos de pólvora de la Revolución Mexicana que aún no se diluían en el pasado. Como el ciclo de la vida, la lucha por la justicia social parece no acabarse nunca.
Y, mientras la pesquisa continuaba, un amigo de don Carlos tocó a la puerta buscando a su hijo; y dijo "mataron a don Carlos Villarreal, trae tu arma" y de inmediato salieron a retar al “destino de frente” empuñando una pistola.
Minutos más tarde se supo que habían detenido al asesino de don Carlos en el puente internacional. Padre e hijo regresaron a casa, como todos los demás habían perdido a un amigo. Era como si les hubiesen arrancado un brazo a cada uno.
Esa anécdota era una de las preferidas de don Tomás Herrera Álvarez, él era el hijo en la historia y cobraba mayor asombro cuando el protagonista narraba que también era juez penal en esa época. "¡Qué hacía yo con una pistola si era juez penal!", decía en tono ranchero y con su sonrisa franca.
Estoy seguro que don Tomás, hombre de leyes, profundo conocedor del derecho, si se volviera a presentar la ocasión lo haría de nuevo, porque la amistad fue el valor que cultivó con un profundo cariño, él veía en sus amigos a su propia familia.
La semana pasada se realizó un homenaje para don Tomás Herrera Álvarez en el Centro Cultural Paso del Norte, cada asistente podría contar decenas de anécdotas con el amigo Tomás.
Era muy conocido, que don Tomás decía que nació “sin fortuna y sin nada”, como dice su canción favorita, escrita por Gerardo Fierro, que por cierto se entonó en su homenaje como un himno. Don Tomás, desde niño aprendió que la ley de la vida es así, somos pasajeros en este mundo, mientras tanto hay “que tenderle la mano al amigo”.
Su carácter firme de norteño y la nobleza del juarense le hacían un hombre universal, que lo mismo hizo amigos en las colonias populares, que en las élites del poder. Tomás, podía tomarse un tequila con las generaciones más jóvenes, cantando corridos norteños en una tarde de bohemia y al siguiente día echarse un café con el diablo sin quitarse el sombrero.
Tomás, fue un político de la vieja escuela, un operador nato, un hombre clave del aparato estatal, pieza estratégica como aliado…y más como contrario. Nunca estuvo de vacaciones de la vida pública, como lo narra Dante Alighieri, nuestro amigo conoció las entrañas de un infiernillo que llaman política y se convirtió en un fino artista del análisis, su bagaje de la cultura política chihuahuense, información privilegiada y el profundo conocimiento de lo humano le permitían tener una visión de 360 grados. En cuestión de política el viejo lo sabía todo.
El sentido homenaje fue organizado por un grupo de amigos encabezados por Alfredo Curiel y la familia decidió que hablaran algunas personas, en primer lugar, por los notarios hizo uso de la tribuna la Lic. Josefina Sosa Ramírez, presidenta del gremio, quien reconoció las aportaciones del abogado juarense en nombre de los notarios de Chihuahua.
El segundo orador fue el notario Sergio Granados Pineda, amigo cercano al homenajeado quien, seguramente, con la confianza que se tenían, si don Tomás pudiera le habría reclamado su desempeño en la tribuna, porque se notó improvisado y hasta se aventó el tiro de poner en boca de don Tomás un supuesto desacuerdo con el partido de toda su vida, algo que sonó descortés siendo que ya don Tomás no lo puede negar y ponerlo en su lugar. Los asistentes no pudimos más que sorprendernos del desaguisado. No cabe duda que siempre hay una nota discordante, pero sirvió para imaginarnos ¿qué le hubiera contestado don Tomás a Granados?
También habló el notario Eduardo Romero Ramos, quien hizo uso de la palabra con una elegante alegoría de la vida y la obra de don Tomás, con una extraordinaria anécdota que giró en torno a la tesis de licenciatura del joven Tomás, que era un análisis crítico sobre la ley del divorcio en Chihuahua, misma que Romero Ramos conoció siendo estudiante y que tuvo el privilegio de regresarle a su dueño, don Tomás, hace unos años. Finalmente así es la vida, circular, y todo regresa a su lugar de origen.
Finalmente, por la familia, con un discurso muy sentido recibimos el mensaje cariñoso de la maestra Leonora Herrera, hija menor del notario número dos, quien reconoció a don Tomás como un ser humano excepcional. Con entereza y aplomo hizo un recorrido por la vida privada del padre y abuelo amoroso que pudo ser el fiel de la balanza en casa.
En este homenaje, volví a ver a don Tomás como siempre, al centro, marcando el ritmo de la conversación, sonriendo, lanzando sus mejores jugadas de ajedrez convertidas en frases que se volvieron célebres, de doble o triple baranda y casi siempre de jaque mate. Pude ver sus palabras como dardos, siempre certeras en el juego de la retórica. Otra vez, congregaba a sus amigos quienes escuchaban las historias de una sólida filosofía de la vida y permanecían al filo de la butaca, esperando la ironía ágil, la frase genial, la joya del lenguaje que le salía naturalita a don Tomás.
Desde niño aprendió a ser amigo y a hacer equipo. En la soledad nunca más –se habrá dicho don Tomás al perder a sus familiares a temprana edad– ¡siempre en manada! Así, logró consolidar un grupo de amigos incondicionales que lo acompañaron en su travesía, ese pacto de hermandad se convirtió en religión para todos, igual para los que lo conocieron un día, que para quienes comían con él los miércoles, los jueves o los viernes, en esas tradicionales citas que don Tomás convirtió en rituales, sólo queda decir ¡qué gran privilegio ser su amigo don Tomás
Con un buen tequila y los acordes de su canción favorita en vivo nos despedimos, seguro estoy que nos volveremos a ver. Mientras tanto, en la memoria de su familia y sus amigos vivirá por siempre el amigo Tomás y cada vez que alguno lo extrañe, solamente tendrá que poner su canción para traer su recuerdo una vez más…

Yo nací sin fortuna y sin nada,
Desafiando el destino de frente,
Hasta el más infeliz me humillaba,
Ignorándome toda la gente,
y de pronto mi suerte ha cambiado,
y de pronto me vi entre gran gente.

Vi a esa gente fingirse dichosa,
frente a un mundo vulgar y embustero,
gente hipócrita, ruin, vanidosa,
que de nada le sirve el dinero,
que se muere lo mismo que el pobre
y su tumba es el mismo agujero,

Ahora voy por distinto camino,
voy siguiendo tan solo al destino,
y entre pobres me siento dichoso,
si es amando doy mi amor entero,
con los pobres me quito el sombrero,
y desprecio hasta el más poderoso.

Soy cabal y sincero les digo,
he labrado mi propio destino,
Yo le tiendo la mano al amigo,
pero al rico jamás me le humillo.

murillonet@yahoo.com
 

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