Víctor Orozco/
Analista
Existen acontecimientos en la historia de las naciones y en la personal que tendemos a ocultar y tratar de olvidar. Sea porque el recuerdo nos lastima o nos avergüenza. Sin embargo, la salud general aconseja exponerlos a la luz, dirimirlos en el contexto actual y sacar de estas vivencias perdidas las lecciones necesarias para construir mejor nuestros días presentes.
Uno de estos hechos, al cual los mexicanos siempre queremos volver el rostro, son los llamados Tratados de Velasco, que precipitaron la separación de Texas de la República Mexicana. Este 14 de mayo se cumplieron 181 años de su celebración. El breve documento, compuesto por dos instrumentos, uno pública y otro secreto, se denominó "Artículos de un convenio celebrado entre Su Excelencia David G Burnet, Presidente de la República de Tejas y por la otra Su Excelencia general Antonio López de Santa Anna Presidente General en Jefe del Ejército Mexicano".
El convenio se escribió en un pliego a dos columnas, con las versiones en inglés y en español. En el artículo 1, de los 10 que integraban el acuerdo, estipulaba que el general mexicano se comprometía a no tomar las armas ni influir en que se tomen contra el pueblo de Texas, durante la contienda por la independencia, el segundo que cesaban inmediatamente las hostilidades, el tercero la evacuación de las tropas mexicanas pasando al otro lado del Río Grande del Norte, el octavo se comunicaba a los comandantes tejano y mexicano, el general Vicente Filisola para que quedaran obligados por el convenio. El resto se refería al intercambio de prisoneros, a la devolución de esclavos y otras propiedades a los tejanos, a la marcha pronta de los soldados mexicanos.
La historia es conocida: después de triunfar en varias batallas contra los insurrectos, Santa Anna se dejó sorprender en una escaramuza en San Jacinto, fue tomado prisionero y obligado a firmar el indigno convenio, so pena de muerte. El acto resultó de extrema trascendencia aunque el documento nunca fue aceptado por el gobierno mexicano, ni asumido como un tratado. Santa Anna estaba prisionero, carecía por tanto de voluntad propia y de facultades para celebrar tratados, menos aún con un bando rebelde como eran los alzados tejanos en ese momento. Sin embargo, tuvo efectos inmediatos: el ejército mexicano suspendió sus acciones militares y los tejanos se crecieron en potencial y en arrogancia. Una década más tarde, con todo y su carácter de farsa, sirvió como uno de los argumentos claves del presidente Polk para anexionar Texas a los Estados Unidos.
El asunto puede examinarse desde muchas perspectivas históricas, geopolíticas, económicas, nacionales de México y Estados Unidos. Me interesa ahora destacar una, con diversas variantes. ¿Por qué Santa Anna firmó el documento?. La respuesta inmediata es que lo hizo por miedo a la muerte. Es de pronto la más convincente. Sin embargo, ninguno de sus antecedentes hacen suponer que se trataba de un hombre cobarde. Desde los 14 años estaba sobre las armas. Combatió a los insurgentes durante los diez años de la guerra de independencia, luego participó en varias acciones y vivió siempre en un contexto de violencia. Su vida posterior a 1836, también habla de un hombre dispuesto a encarar peligros. Se sabe que perdió una pierna durante la primera invasión francesa en 1838. Después de la batalla de la Angostura, durante la invasión norteamericana, presumía que le habían agujereado la capa. En fin, de seguro no se trataba de un miedoso.
Para mí, que la explicación va por la falta de un sentido de pertenencia y por tanto de lealtad a la patria apenas recién nacida. Era un criollo, fiel a la corona española hasta los últimos momentos y como muchos de su clase, militares acostumbrados a los privilegios, vieron con la fundación de México, la oportunidad de acrecentarlos, antes que perderlos o disminuirlos. Y así sucedió. En la mentes de estos coroneles y generales no estaba la idea de impulsar o fecundar un proyecto nacional. En todo caso, el tema podía servir de pretexto para insuflar las proclamas patrióticas a que eran tan afectos, ("Yo, que en las arenas de Veracruz juré la ruina de los tiranos" decía en una de las tantas que firmó) pero todo eso era pura espuma, la demagogia llevada a los extremos. En el fondo, para él y para el grueso de los altos clérigos y militares que no aflojaban el poder, la patria bien podía irse al diablo, mientras ellos pudiesen seguir encaramados en la alta burocracia estatal y eclesiástica, desde donde podían mantener el dominio de la masa.
Era una mentalidad parecida a la del rey español Fernando VII, su contemporáneo. Nunca los españoles tuvieron un monarca con menos apego a España y más dispuesto a sacrificarla a los extranjeros si con ello salvaba su condición. Bien decían las turbas fanatizadas que al son de un estribillo derruían la estela que conmemoraba la Constitución de Cádiz: "Que vivan las cadenas, que viva la opresión, que viva el rey Fernando y muera la nación". Es este tipo de idiosincrasia propia de las aristocracias europeas trasmitida por vía de herencia a las clases altas americanas.
Cuando cavilo en torno de los gobernantes corruptos que asuelan la vida política mexicana, robando al erario, no puedo olvidarme de estos modos de pensar, en función de los cuales su actuación tiene como primacía el enriquecimiento personal, por encima de los intereses colectivos. Y, claro, el asunto de ninguna manera termina cuando ellos acrecen sus fortunas y todo queda en paz, al llegar otros en su relevo. Consideremos de nuevo a Santa Anna y su convenio con los texanos: ¿Que hubiera sucedido si no firma el papel que le presentaron?. Es probable que hubiese sido fusilado. Quizá a la larga no hubiese esto impedido primero la separación de Texas y después su anexión a Estados Unidos, sin embargo, el ejemplo del presidente de la república, defendiendo su honor y el de la nación -por más que ésta estuviese en pañales o mejor, por ello mismo- habría contribuido a construir ese patrimonio intangible o poderosa fuerza que se llama conciencia colectiva, autoestima general. Los títulos norteamericanos sobre Texas estarían aún más manchados. Por el contrario, la entrega de la causa a cambio de la vida así como la trayectoria posterior del famoso personaje, ayudaron a consolidar una creencia: tú arrebata, toma lo que puedas, traiciona, sírvete de los bienes comunes, al final incluso serás premiado. Desde el punto de vista personalísimo de Santa Anna, esto es lo que sucedió. No sólo no fue enjuiciado como traidor a la patria, sino distinguido con el mando presidencial varias veces más.
No fue sino hasta la última y extravagante dictadura de Santa Anna, cuando una nueva generación, compuesta principalmente de mestizos, nacidos o formados después de la independencia, que se desarrolló, aunque tardío y con muchas viscicitudes un nuevo espíritu colectivo. Este es el que orientó la lucha y la victoria contra la segunda intervención francesa y los sucesores de Santa Anna, dirigida ahora la gesta por Benito Juárez. A pesar de que este triunfo dio a los mexicanos por fin una nación y un estado, hemos de preguntarnos: ¿Cuál herencia es mas poderosa en el México de nuestros días? ¿La de Santa Anna o la de Juárez?.