Opinion

De política y cosas peores

Armando fuentes
Escritor

2017-05-09

Empezó la noche de bodas. Cipoténcatl, el enamorado novio, fue hacia Dulciflor, su flamante mujercita, y llevándola en brazos como Clark Gable a Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó" la depositó en el tálamo nupcial. Ahí sus manos idolátricas empezaron a recorrer el ebúrneo cuerpo de su desposada. "¡Ay, Cipo! –le dijo Dulciflor en tono de reproche–. ¡Mi mamá me dijo que ésta va a ser la noche más importante de mi vida, y tú me vienes con tus calenturas!". Doña Panoplia de Altopedo fue abordada en la calle por un astroso pedigüeño que le dijo con lamentoso acento: "Tengo hambre, señora". El hombre se veía joven y sano, de modo que la altiva dama le dijo con irritación: "Trabaje". "¡Ah no! –opuso el pordiosero–. Si trabajo me va a dar más hambre". Bragueto, galán por interés, cortejó a la hija de don Poseidón, rico propietario rural. Una noche se le apersonó en su casa y le dijo: "Señor: por mero trámite vengo a pedirle la mano de su hija". "¿Cómo que por mero trámite? –bufó el ricachón–. ¿Quién le dijo que puede pedir la mano de mi hija por mero trámite?". "Su ginecólogo" –contestó impertérrito el cínico sujeto.
A los judíos debemos el monoteísmo. A los griegos debemos la filosofía. A los romanos debemos el derecho. Y a los franceses debemos la razón. ¡Cómo han amado a la razón los habitantes de la Francia! Tanto que en un tiempo hicieron de ella su diosa. Yo no los acompaño en ese sentimiento, pues soy por esencia irrazonable, pero reconozco el gran valor que tiene la razón. (Cuando un marido le lleva flores a su esposa sin ninguna razón es que hay alguna razón). La razón nos libra de todos los males que provienen de la sinrazón: los fanatismos; la intolerancia; los prejuicios. La Revolución Francesa, madre de todas las revoluciones (le envío una calurosa felicitación hoy que es Día de las Madres), se fincó en la razón, igual que en la razón tuvo su principal cimiento la obra monumental de los Enciclopedistas. Los libros de estos autores –Voltaire, Rousseau et al.–, prohibidos lo mismo por el altar que por el trono, llegaban de contrabando a la Nueva España, y quienes los leían percibían en ellos aroma de canela o clavo, pues aquellos anatematizados libros venían ocultos en los barriles que contenían esas aromáticas especias. Advierto, sin embargo, que me estoy apartando de mi tema. Vuelvo a él. Fue la razón lo que hizo que una mayoría de los electores franceses dieran su voto a Emmanuel Macron. Razonablemente los razonables enfants de la Patrie rechazaron al populismo; razonablemente dijeron no a la demagogia; razonablemente volvieron la espalda al autoritarismo antidemocrático. ¿Seremos capaces los mexicanos de votar en el 2018 en la misma forma racional y razonable con que lo hicieron los franceses? Y otra pregunta: ¿cuál es la capital de Dakota de Sur?... 
Mr. Highrump, nativo de Palo Duro, en la comarca del Panhandle, Texas, vino a México en busca de un tesoro cuyo mapa un mexicano le cambió por su pickup en una cantina de Laredo. Ya en el lugar de la búsqueda consiguió que un campesino de nombre Pancho le vendiera su burro. En él cargaría su riqueza. El pollino, sin embargo, se negó a obedecer las órdenes del gringo. "Burro no querer andar" –le dijo Mr. Highrump a Pancho. "¡Gorgonia! –le gritó éste a su esposa–. Trae uno de esos chiles habaneros que estás asando en el comal". Lo trajo la mujer, y Pancho insertó el chile en salva sea la parte del jumento, que echó a correr con mayor velocidad que Man o'War, el famoso caballo de carreras. "My goodness! -exclamó Mr. Rump, que en su niñez había visto películas de Shirley Temple-. Y ahora ¿cómo alcanzarlo yo?". Volvió a gritar 

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