Opinion

Uno para cada once

Cecilia Ester Castañeda/
Escritora

2017-04-26

Un libro para cada 11 habitantes es, según El Diario, el acervo de las 30 bibliotecas públicas municipales juarenses. Aunque en esa cifra no se incluyen las colecciones universitarias ni escolares, obviamente resulta muy baja, pues significa una capacidad de servicio para menos del 10 por ciento de la población — o 0.09 libros por habitante.
Lo anterior se nota en lo reducido del tamaño y la infraestructura de las instalaciones, en la escasa variedad de sus textos. No es de extrañar, pues si México no es un país de lectores, probablemente Ciudad Juárez esté por debajo de la media nacional en ese rubro. De hecho, deberíamos tener 46 bibliotecas tan sólo para igualar la media nacional de una por cada 15 mil 347 habitantes reportada por el INEGI en el 2001.
Los amantes juarenses de la lectura han recurrido a su ingenio para reducir la disparidad. Este 23 de abril, Día Internacional del Libro, El Diario reportó varias iniciativas ciudadanas: en la frontera se han prestado e intercambiado obras en bibliotecas independientes, puntos en espacios públicos, ruteras, cafeterías y hasta bicicletas adaptadas. Algunos escritores locales se han dado a la tarea de ser los principales promotores de sus obras, sobre todo entre el público infantil.
Ante la escasez de programas oficiales permanentes la promoción de la literatura en Ciudad Juárez se realiza en su mayor parte gracias a esfuerzos aislados —casi siempre individuales— de un grupo heterogéneo de voluntarios con metodología y alcance limitados. No obstante, su impacto es palpable. Basta ver a los pasajeros de una rutera leer cuadernillos de poesía para comprobarlo.
Estos años son tiempos de prueba para los libros. Los medios electrónicos, el internet y la tecnología han modificado la forma en que se tiene acceso a la información. Asimismo, tanto el acelerado ritmo de vida como el exceso de datos conspiran contra la lectura de textos largos. ¿Puede tener cabida el libro en un mundo como éste? La respuesta, creo yo, es que sí.
Precisamente debido al constante bombardeo de estímulos externos y a los breves lapsos de atención es necesario fomentar la capacidad de análisis, de concentración. Porque vivimos a toda prisa, nos conviene practicar disciplinas que obliguen a cambiar el paso. A raíz del cúmulo de mensajes demagógicos y mercadotécnicos transmitidos por doquier, nos urge un ejercicio donde desarrollemos una aptitud crítica.
Ante la lluvia incesante de información dirigida, editada o francamente manipulada nos resguarda la práctica de un hábito en el cual seamos nosotros quienes decidimos cómo dirigir nuestra atención. Para todo lo anterior leer libros es una herramienta sin par.
Y no se diga la posibilidad de vislumbrar puntos de vista —o realidades— distintos. Es en ese contacto íntimo con el libro donde se perciben de manera particularmente profunda las ideas y las emociones. No en balde la democracia empezó a tener su mayor ímpetu en los siglos desde que se popularizó la lectura.
Es hora de tomar en serio a las bibliotecas en Ciudad Juárez, aprovechándolas como verdaderos centros de información para desarrollar nuestra comunidad. Para ello, claro, hace falta promover la lectura a todo nivel y proponernos convertir esos edificios obsoletos o semivacíos en verdaderos núcleos de conocimiento, de deleite para el lector, con las novedosas herramientas tecnológicas y de concepto que están transformando a las bibliotecas alrededor del mundo.
En el caso particular de las obras escritas sobre la frontera —muchas de ellas difíciles de conseguir impresas— debemos digitalizarlas todas, lo mismo que el trabajo de los autores locales. Subir material a la llamada “nube” cibernética es prácticamente gratuito, además de permitir acceso desde cualquier punto del planeta a un acervo digital.
Tal vez llegue el día cuando para a ningún juarense le sea extraña la idea de ir a alguna biblioteca, cuando en cada una encuentre invitadoras salas de lectura con sillones reclinables con vista al horizonte del cielo azul fronterizo. Mientras tanto, ¡llenémoslas de libros!

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