Opinion

¡A comprar votos!

Gerardo Galarza

2017-04-16

Ciudad de México— Más allá de los consejos de sus muchos consultores en comunicación, marketing, imagen, discurso, relaciones públicas, más los que se acumulen en las próximas horas, los políticos saben que los votos para ganar las elecciones se compran.
Los votos se compran esencialmente con promesas y con dinero. También es de reconocerse que hay algunos votantes –no muchos, lamentablemente–  que votan por algún proyecto político, económico o social, pero sus sufragios no son los que dan el triunfo electoral a sus candidatos.
¿Conoce alguien en, digamos el Estado de México, los proyectos de gobierno que proponen los candidatos del PRI, PAN y Morena a sus probables votantes? Concedamos que los tienen, pero ¿alguno de esos candidatos los promueve?.
El escribidor tampoco descubre nada. Así ha sido, es y será. Cuando los circos estén totalmente extinguidos, quedarán las campañas electorales mexicanas para ponerlas de ejemplo a quien quiera imaginarse cómo eran los circos que recorrían el país, con el debido respeto para cirqueros, payasos y animales, aunque para entrar al circo había que pagar.
Se le paga al acarreado (transporte, comida y bebida y en ocasiones también con efectivo), al acarreador (los dueños de camiones de transporte público y privado cobran por sus servicios en el momento o ya después, cuando el amigo esté en el gobierno); al asistente se le promete un futuro feliz (trabajo, escuelas, viviendas, mejores salarios, nuevos programas sociales, seguridad, justicia, infraestructura, recreación, ahora honestidad tan de moda y lo que se necesite) a cambio de su voto.
Hay una leyenda, que se atribuye a la campaña del priista Luis Echeverría Álvarez en pos de la Presidencia de la República, pero que pudo haber ocurrido antes o después en cualquier otra gira, en la que el candidato prometió a los asistentes a un mitin la construcción de un puente que tanta falta les hacía para poder cruzar el río que los separaba del progreso; un ayudante del candidato le entregó una tarjeta para decirle que en ese pueblo no había río, que el puente era para el próximo mitin; el candidato no se inmutó: “Ya sé que aquí no hay río, ¡pero también se los pondremos!”, prometió.
Así andan en el Estado de México. Un avezado asesor se dio cuenta (quizá su candidato le haya pedido hacer una investigación) de que los programas sociales compran votos; revisó todos los que ya existen (madres solteras, becas a niños y jóvenes, útiles escolares, viejitos, emprendedores, y un largo etcétera), pero no existe para “pagar” el trabajo en el hogar e ideó el “salario rosa” para las mujeres mexiquenses que sólo hacen labores en el hogar y, además –suponen–,  será un jitazo (¿“mood” o “trending topic” se dice ahora?) entre las mujeres y es un postulado de muchas feministas. ¡Ya! ¡Gran idea! ¡Órale, a prometerlo!.
Y, por supuesto, los asesores de sus contrincantes o ellos mismos no iban a permitir tal ventaja. De inmediato la panista Josefina Vázquez Mota prometió diez mil empleos al mes y 400 pesos mensuales a los abuelos que cuiden a sus nietos, además de subsidios al transporte para discapacitados. Delfina Gómez, del PRD, respondió con la promesa de la creación de 40 universidades públicas, una por cada distrito electoral federal de su estado, para los rechazados en las ya existentes universidades públicas como, así lo dijo, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
¡Muy bien! Los electores del Estado de México ya tienen ofertas por sus votos. Ellos sabrán a cuál de los candidatos se los venden.
El problema real es otro: ¿Cuánto costará cumplir cualquiera de esas promesas? ¿A cuántas mujeres se les dará el “salario rosa” y de cuánto será?. ¿Cuánto cuesta crear y mantener un empleo “bien pagado” y durante cuántos meses se crearán diez mil empleos? ¿Cuántos abuelos recibirán ayuda por cuidar a sus nietos y si ya reciben su ayuda por adultos mayores? ¿Cuánto costarán 40 universidades, cuántos maestros, quién los pagará, quiénes serán? ¿De dónde saldrán los recursos para ésas y otras promesas?.
Éstas y muchas otras preguntas sobre el pago de las promesas (si se cumplen) tienen una respuesta obvia: sus costos, en todos los sentidos de la palabra, los pagarán los propios votantes, es decir, los ciudadanos; no sólo los que viven y votarán en el Estado de México, también todos los demás, porque buena parte de los presupuestos estatales provienen de recursos federales. Lo mismo ocurre en otros estados y ocurrirá en las elecciones presidenciales del próximo año.
¡Qué fácil es comprar votos! El problema real no son los candidatos que seguirán prometiendo; el problema son los ciudadanos que les compran sus promesas.

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