Cecilia Ester Castañeda
2017-04-15
La condena a 120 de cárcel dictada esta semana contra un padre de familia por el homicidio de su esposa y tres hijos menores de edad habla mucho sobre los alcances de la violencia doméstica.
La tragedia que en mayo del 2014 cimbró a la comunidad fronteriza ocurrió en el propio domicilio de las víctimas, situado en un fraccionamiento de clase media de Ciudad Juárez. Ahí, Reyna Arcelia Beltrán Ibarra, de 36 años, y sus hijos de 12, nueve y ocho años fueron asfixiados con una almohada. Pruebas circunstanciales apuntaron a la culpabilidad de Ociel Herrera Bustos, de entonces 35 años y quien se había separado semanas antes de su cónyuge, según publicaciones en distintos medios.
Tristemente, el hogar y las agresiones físicas se relacionan en muchos sentidos. Tanto así que para algunos analistas es ahí, en las experiencias de los años formativos dentro del núcleo familiar, donde yace la principal causa de la violencia. Si un niño es criado en un entorno inmediato con gritos, humillaciones, insultos, golpes y medidas disciplinarias agresivas reproducirá ese contexto porque lo ve con normalidad y de una u otra manera cada día recibe aprobación al actuar ya sea como agresor, receptor de las agresiones o testigo pasivo.
“El mayor riesgo de ser víctima de violencia, abuso emocional, ataque sexual y asesinato para los habitantes de la sociedad occidental se da en el hogar, en manos de otros familiares”, sostienen Claire Cornell y Richard Gelles en un texto considerado fundamental sobre el tema: “Violencia íntima en las familias”.
¿A ese grado? Uno de los mitos en torno a este problema es que se trata de algo poco común. Dicha idea, aunada a
la vulnerabilidad
de las víctimas
–casi siempre
niños, mujeres o
adultos mayores– y al hecho de registrarse con frecuencia a puerta cerrada impide conocer con precisión su magnitud. No obstante, según datos de El Diario, tan sólo en los primeros seis meses del 2014 en Ciudad Juárez siete menores de edad fueron privados de la vida por su padre, madre o padrastro. Si esos trágicos sucesos sirven de indicio, la situación a nivel local es muy grave.
Otra idea falsa establece que la violencia intrafamiliar es privativa de las clases socioeconómicas bajas. Pero, por ejemplo, al menos cinco de los niños mencionados anteriormente vivían en fraccionamientos de clase media, mientras que hace años en Chihuahua era secreto a voces el cierre de un piso en un hospital cada vez que internaban golpeada a la esposa de cierto gobernador.
Me limitaré ahora a hablar sobre las agresiones domésticas dirigidas a la mujer.
Precisamente el silencio, el “asunto familiar”, la vergüenza, la presión social por evitar la desintegración, la dependencia económica, la falta de apoyo externo, la estigmatización, la esperanza de mejoría, el amor y el miedo son algunos factores en juego para que una mujer continúe en una relación violenta.
Nadie se casa, es obvio, pensando en llegar a ser golpeado ni en agredir alguna vez a sus seres queridos. Entonces, ¿por qué son tan frecuentes las manifestaciones de violencia dentro del hogar? Aquí la respuesta tiene múltiples aristas, pero, sin duda, como dicen los enfoques estructurales, formamos parte de una cultura autoritaria donde se recurre a la fuerza para mantener el poder y la mujer se encuentra en un estatus inferior social, política y económicamente hablando. Dicha desigualdad respecto a los hombres, se señala en una publicación de la ONU, propicia la aceptación y la tolerancia de la violencia hacia la mujer.
Lo anterior ha sido palpable en la respuesta institucional a los feminicidios en Ciudad Juárez. Aun hoy en día, a más de 20 años de empezar a salir a la luz las muertes, sigue habiendo quejas acerca de la escasa atención o sensibilidad oficial para con estos casos. Y eso que se ha avanzado. Hace falta dar continuidad a los programas gubernamentales creados, mejorarlos, ampliarlos. Sobre todo, se necesitan mayores medidas preventivas y de concientización.
A nivel comunitario también se requiere aumentar la participación. Educar, hacer campañas, involucrar sectores, capacitar, apoyar a las víctimas, monitorear, garantizar la existencia de albergues, documentar, evaluar y mil labores más sólo se logran mediante la colaboración decidida de la sociedad civil. Las estadísticas dicen que no estamos haciendo lo suficiente.
Aun si no nos sentimos dispuestos a involucrarnos en programas comunitarios, a los ciudadanos nos corresponde como mínimo aprender a identificar las señales de la violencia doméstica y hacer nuestra parte. Eso no ocurrió en el caso del multihomicidio del 2014. Según El Diario, los vecinos tenían conocimiento del carácter patológicamente agresivo de Ociel Herrera Bustos y escucharon gritos la madrugada del crimen pero nadie llamó a la policía.
La violencia en las relaciones de pareja tiende a intensificarse poco a poco. Las faltas de respeto se convierten en insultos, los malos tratos en amenazas, los jalones en golpes. Detectar las señales de peligro nos sirve a todos, así como saber que la violencia doméstica se da en ciclos de agresividad y seducción. O no supondrá usted que los abusadores no sean capaces de tener su lado encantador ni pueda haber momentos buenos en las relaciones con ellos.
¿Cómo saber entonces si se trata de una situación peligrosa? Los posibles indicios de un golpeador potencial son muchos: justifica la violencia, ha golpeado a alguien o algo, pierde fácilmente los estribos, reacciona con agresividad cuando se enoja, es muy celoso, culpa a otros por sus problemas, tiene dificultad para comunicarse con los demás, descalifica, le cambia de un momento a otro el carácter... Sobre todo, es controlador.
En una sociedad como la nuestra, donde sigue enalteciéndose la violencia a pesar de los graves problemas que afrontamos en todas las esferas de ese renglón, nos urge impulsar programas dirigidos a difundir estrategias sobre manejo de la ira, el estrés y los conflictos. Porque la paz no se alcanza gritando más fuerte y todos podemos aprender a reaccionar de manera constructiva hasta a las emociones personales, a dialogar en vez de pelear. A respetar.
Quizá cuando nos dediquemos en forma comunitaria a mejorar nuestras relaciones en el núcleo familiar logremos bajar el índice de víctimas de violencia doméstica y brindar a nuestros hijos las herramientas necesarias para una convivencia armónica, dentro o fuera del hogar.
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