Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

2017-04-14

Don Chinguetas y doña Macalota acudieron a la consulta de un consejero matrimonial y le dijeron que su vida sexual era muy aburrida. “Deben ustedes ejercitar la fantasía -les recomendó el terapeuta-. La próxima vez que hagan el amor imaginen que están solos en un barco en medio del mar. Esa fantasía les ayudará a disfrutar el acto del amor”. Una semana después el consejero llamó por teléfono a doña Macalota. Le preguntó: “¿Cómo van las cosas?”. “De mal en peor” -respondió ella, molesta. Inquirió el otro: “¿Hicieron aquello que les dije, de imaginar que iban en un barco?”. “No lo hicimos -contestó doña Macalota-. Mi marido no pudo levantar el ancla”.  Don Hiramo salió de su casa para asistir a la reunión semanal de su fraternidad. Sin embargo regresó poco después. “¿Qué sucedió? - le preguntó su señora-. ¿Por qué vienes tan pronto?”. “Se suspendió la junta -explicó él-. Al Supremo Dragón Dominador Gloria Absoluta del Máximo Poder no lo dejó salir su esposa”. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, fue con su amiguita al Motel Kamagua. Olvidaron cerrar el grifo del jacuzzi, y el agua empezó a caer en la habitación de abajo. El ocupante marcó el teléfono del cuarto de Afrodisio y le dijo hecho una furia: “¡Cierra ese grifo, pendejo!”. “¿Qué lenguaje es ése? -se indignó Afrodisio-. ¡Sepa usted que en mi habitación hay una dama!”. Respondió el otro: “¿Y qué crees que hay en la mía, imbécil? ¿Un pato?”. La película era por demás interesante. En aquella escena la bella protagonista empezaba a quitarse la ropa, pero en el momento en que se iba a despojar de la prenda que cubría su doble atractivo pectoral pasaba un tren y ya no se veía nada. Babalucas se disgustaba mucho.  “¡Carajo! -decía con enojo-. ¡Ya van seis veces que vengo a ver esta película, y siempre en el momento más interesante pasa ese desgraciado tren!”. No sé si la costumbre subsista en algún lado; en mi ciudad ya ha desaparecido. Me refiero al uso de quemar Judas el Sábado de Gloria. Se hacían figuras grotescas de papel, como piñatas; la gente las colgaba en una esquina y les prendía fuego. Aquello era un simbólico castigo al apóstol traicionero. En ocasiones el pueblo cobraba venganza de algún mal gobernante, y daba su efigie al monigote que se incineraba. Si las quemas de Judas se restablecieran, y si a cada uno se le pusiera la figura de un funcionario corrupto, tengamos la certeza de que no habría esquinas suficientes en todos los pueblos y ciudades del país para colgar y quemar a tantos Judas.. Grandpitol, robusto campesino francés, asistió en París a un teatro de burlesque. Al terminar la función le dijo a la encargada de la guardarropía: “No encuentro mi sombrero”. “Monsieur -le responde la demoiselle-. Lo trae usted colgado ahí abajo”... Don Usurino Matatías era un hombre cicatero, avaro, sórdido, tacaño, mezquino, miserable, manicorto, roñoso, agarrado, cutre y ruin. Cierta mañana estaba leyendo el periódico en el café y de pronto profirió una fuerte palabra altisonante. “¿Qué sucede, Usurino?” -se alarmó su compañero de mesa. “¡Mira! -contestó hecho una furia el avaricioso sujeto al tiempo que le mostraba el diario-. ¡Todas las medicinas al 50 por ciento, y yo con esta maldita salud!”. El doctor Wetnose, ginecólogo, se sorprendió al examinar a aquella paciente: tenía las bubis largas, largas, como listones. Le preguntó lleno de asombro: “¿Por qué tiene usted así los senos, señora?”. Explicó la mujer, apenada: “Es que mi marido acostumbra acariciármelos todas las noches”. Opuso el facultativo: “Muchos maridos acostumbran acariciar los senos de su esposa, y ellas no los tienen así”. “Es cierto -admitió la señora-. Pero es que mi esposo duerme en otro cuarto”. FIN.

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