Max Cortázar
2017-04-11
Ciudad de México— El bombardeo a la base aérea siria de Shayrat, ordenado por el presidente Donald Trump, será una decisión positiva en tanto inhiba el uso futuro de los llamados “agentes nerviosos” en conflictos armados, así como establezca los incentivos adecuados para explorar alternativas de solución al conflicto, en el que, además de Estados Unidos y Rusia, tienen intereses Francia y Reino Unido.
Debe decirse, sin embargo, que Estados Unidos no pasa por el mejor momento para el despliegue de una estrategia consistente en Oriente Medio. La lucha intestina observada al interior de la Casa Blanca, la falta de articulación en el gabinete presidencial en torno a objetivos claros y las propias interrogantes abiertas en los alcances de la relación Donald Trump-Vladimir Putin, más que ofrecer certidumbres en los posibles planteamientos políticos de solución en Siria, alimentan los riesgos de una mayor polarización entre las partes.
A 80 días de gobierno, Donald Trump encuentra dificultades en el establecimiento de priorización de criterios y procesos al interior de la Casa Blanca, especialmente en los relacionados con la seguridad nacional. Por un lado, destaca el creciente diferendo entre el estratega presidencial, el radical de derecha Steve Bannon, y el asesor principal de la Oficina Oval, Jared Kushner, yerno del mandatario estadounidense, como producto de una batalla por ganar influencia en el primer círculo de la toma de decisiones. La confrontación ha trascendido a los principales medios de comunicación, como también la orden del mandatario de ponerle punto final a la disputa, lo cual, sin duda, distrae la valoración objetiva de las distintas alternativas de política.
Por el otro lado, la Casa Blanca está inserta en la normalización de los procesos del Consejo de Seguridad Nacional, grupo de coordinación interinstitucional que juega un papel crucial en definiciones de política exterior y de intervención militar de Estados Unidos. Primero, el Consejo se vio obligado a superar la renuncia del consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, por la falta de transparencia en posibles conversaciones con Rusia. Después, a su reorganización con la salida del propio Steve Bannon y la reincorporación de otros liderazgos del primer nivel militar y de inteligencia que fueron excluidos al comienzo de la administración por mandato presidencial. Todavía con la eventual salida de la número dos del Consejo, la analista K. T. McFarland, es notoria la falta de procedimientos consolidados en esta instancia de decisión.
Las condiciones al interior de la Casa Blanca tienen repercusiones en la eficacia del gabinete presidencial. La crisis en Siria ha dejado ver la falta de consensos en torno de medios y objetivos de política exterior. Prueba de ello son las contradictorias declaraciones públicas tras la operación militar. Mientras para el secretario de Estado, Rex Tillerson, el bombardeo estadounidense sólo tuvo el objetivo de detener futuros ataques químicos y no de derrocar al gobierno del presidente sirio, Bashar al-Ásad, la embajadora estadounidense ante la Organización de Naciones Unidas afirmó la imposibilidad de encontrar una solución al conflicto con Ásad a la cabeza del régimen sirio. La disfunción institucional se ve agravada por el creciente rol de Jared Kushner en materia de política exterior, quien, por ejemplo, viajó en fechas recientes a Irak para recibir reportes de la situación del Estado Islámico, lo cual parece confirmar la marginación a un papel secundario del Departamento de Estado en las decisiones de diplomacia y seguridad nacional de Donald Trump.
Finalmente, falta observarse cómo procesará el mandatario estadounidense los objetivos personales de establecer una nueva etapa en las relaciones con el poder político de Moscú. La situación de Oriente Medio es un botón de muestra de los intereses contradictorios que son promovidos por Estados Unidos y Rusia en la región. Difícilmente la buena voluntad de las partes tendrá peso como factor de decisión y la propia reconfiguración del Consejo de Seguridad Nacional —dominado por militares de carrera— eleva la probabilidad de que la vía armada sea presentada como la mejor alternativa posible a los objetivos vitales estadounidenses en Siria, ante la desconfianza que históricamente ha marcado la relación entre ambos países. Veamos cómo Estados Unidos termina ajustando sus procesos internos a sus intereses de política exterior.